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Federer ya es el ídolo de McEnroe

El tenista suizo se convierte en uno de los líderes mundiales más completos de la historia

Jordi Quixano

Roger Federer (Basilea, 1981) dudaba entre ser jugador de hockey hielo o de fútbol cuando se quedó entusiasmado por la final del torneo de Wimbledon que en 1989 disputaron Boris Becker y Stefan Edberg. Aun cuando las dudas le embargaron hasta los 14 años, se convenció de que su futuro estaba en llegar a ser como Becker o Edberg. El pasado domingo, el tenista suizo ganó el Open de Estados Unidos después de que su rival, el australiano Leytton Hewit, sólo se anotara seis juegos -todos en la segunda manga-, marca cuyo último precedente se sitúa en 1991, cuando Edberg barrió a Jim Courier.

La coronación en Flushing Meadows permitió a Federer colocarse entre el grupo de tenistas que han reunido tres torneos del Grand Slam en un mismo año: Tony Rabert (1955), Lew Hoad (1956), Ashley Cooper (1958), Roy Emerson (1964), Jimmy Connors (1974) y Mats Wilander (1988). "Me gustaría estar en sus zapatos para saber qué se siente al jugar así" respondió Wilander cuando se le preguntó por Federer, el número uno mundial después de adjudicarse en una temporada nueve títulos, tres menos de los que el zurdo austriaco Thomas Muster alcanzó en 1995.

Federer no parece tener límites y, consecuentemente, es un firme candidato a conquistar los cuatro grandes, galardón únicamente obtenido por Rod Laver (1962 y 1969) y Don Budge (1938). Ocurre, sin embargo, que Roland Garros -único trofeo que le falta y que tampoco obtuvo Pete Sampras, con quien se le compara por su juego y porque logró 14 torneos Grand Slam- no le obsesiona: "Hacerlo sería la mejor manera de no ganar nunca en París", argumenta. "Sé que también puedo jugar bien en tierra".

En esa superficie fue donde empezó a jugar. Por entonces tenía mal caracter, tanto que, cuando se entrenaba en los centros de alto rendimiento de su país -Ecublens, en la zona alemana y Bienne, en la francesa-, su padre tuvo que costearle muchas raquetas. En Bienne, sin embargo, apareció Peter Lundgren, su entrenador hasta la temporada pasada. "Cuando estoy en la cancha juego yo, no él", recuerda. "Aprendí tanto que me sentí listo para valerme por mí mismo". Lundgren le enseñó a controlar la ira: "Se pasaba el día jugando a los videojuegos y se ofuscaba cuando algo le salía mal". Hoy no tiene entrenador, pero viaja con su preparador físico, su fisioterapeuta, un sparring y su novia, Miroslava Vavrinec, ex tenista que se encarga de sus relaciones con la prensa, mientras sus padres cuidan la parte comercial.

La mentalidad de Federer cambió desde que en 2003 ganó Wimbledon, el torneo que se adjudicó como junior en individuales y dobles en 1998. Tenista con gran repertorio, elogiado por su revés a una mano, busca con sus golpes la línea de fondo para obligar al rival a devoluciones forzadas a las que responde con una descarga incontestable de sus 80 kilos. Nadie como él intuye el juego: "Cuando el rival va a darle a la bola ya sé que ángulo y efecto tomará ésta". Ante tal fiabilidad, un grande de la historia ha dicho: "Federer es el jugador con más talento que he visto en mi vida". Palabra de John McEnroe.

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