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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Valverde herido, drama nacional

Caída del murciano el día que la carrera llegaba a su tierra y victoria del estadounidense Zabriskie

Carlos Arribas

La tragedia y su folclore. Ángela, la novia, despide al héroe, con un largo, apasionado beso. Te espero en Caravaca, te espero entero, feliz. Murcia, su pueblo, está de fiesta. Es la romería de la Virgen, de la Fuensanta. Debía ser el día grande de Valverde, del ciclista cuya caída ayer, a los siete kilómetros de la etapa, cobró dimensiones de drama nacional. Un comentarista en moto exhibe su maillot azul y verde hecho jirones, manchas de sangre, taleguilla de un torero empitonado. El médico opina en directo. Los directores, pálidos, ordenan parar al pelotón. Sobre el asfalto, Valverde llora. Belda, su director, intenta pasar el trago. Los compañeros de equipo le esperan, le cuentan chistes, le animan, le empujan. "Que me bajo, que me bajo", llora Valverde. "Dejadme solo. No sufráis por mí. La vuelta se ha acabado". Valverde no tiene nada roto. Golpes en las rodillas, en las costillas, en la espalda.

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En un paseo con palmeras, aún en las calles de Alicante, le falló la cadena a Alejandro Valverde, el murciano que carga sobre su bicicleta con el amor de su chica, con las ilusiones de tantos aficionados que ven en él al Mesías que tanto necesita este maltrecho ciclismo. El pelotón iba a toda velocidad, persiguiendo al primer fugado del día, a un americano llamado David Zabriskie, que sintió en el kilómetro tres la necesidad, la súbita inspiración, de huir, que hizo caso al deseo y se largó. Valverde dio una pedalada vacía, sin arrastre de piñón, de plato. Al no encontrar la resistencia esperada, el corredor se desequilibró, los pedales, punto de apoyo, le escupen, le catapultan, de cabeza contra el asfalto. Crac. El casco cruje. Resiste el impacto. Valverde no para. Él solo. Los testigos le vieron rebotar contra el suelo, salir despedido, chocar contra una valla metálica. Quedarse inerte en el suelo. Así se mató Manuel Galera, cabeza descubierta, en el 72, recuerdan los veteranos, los que no han podido olvidar. A Valverde lo salvó el casco.

El clima es de emergencia nacional. Nada más llegar a Caravaca, donde lo esperan decenas de aficionados de Las Lumbreras, donde vive, apenas a 60 kilómetros, en la huerta, entre limoneros, con una pancarta que lo saluda, Valverde entra, urgencia absoluta, en el autobús de su equipo. El médico que le había curado en carrera le examina con más detenimiento. Sigue sin ver nada roto, pero desde allí, en ambulancia, a Valverde lo llevan al hospital de Almería, a Torrecárdenas, donde le debían hacer radiografías. Hoy es día de descanso. Mañana le espera la durísima etapa de Calar Alto. Mañana conocerá su destino, siempre heroico, héroe trágico, derrotado por la desgracia, héroe épico, por encima de su sino, solo.

Como esto no es el Tour, como Alicante no es Waterloo, como la Vuelta ama el melodrama, las apariencias, ningún equipo aprovechó la circunstancia para atacar, para acelerar, para eliminar definitivamente a Valverde. Antes al contrario, el pelotón se paró a esperar al herido. Ni siquiera Manolo Saiz, que en el Tour no duda en circunstancias parecidas, que se lleva mal con Belda, que podría haber transformado la Vuelta, anulado Valverde, en un manólogo Heras-Nozal, sus dos chicos, se atrevió a seguir la tentación de dejarle tirado, doliente en la cuneta, detalle que le debía agradecer, vivamente, David Zabriskie, quien no se paró solidariamente, quien en 60 kilómetros vio cómo su ventaja llegaba a casi 20 minutos. Lo suficiente para creer en la victoria.

Zabriskie Point es una montañita del Valle de la Muerte, en la frontera entre Nevada y California, en la que Michelangelo Antonioni convirtió en imágenes la historia desesperada de Daría, la estudiante de antropología, y Mark, el desclasado que huye de la policía. A Zabriskie le suena también Zabriskie Point por la música psicodélica del Pink Floyd de 1970, por los delirios de Jerry García, porque su compañero de habitación, Floyd Landis, el musicólogo del equipo, el hombre de los 70, se la pone algunas noches. Pero aunque algunas comarcas de Murcia -más allá de los melocotoneros de Cieza, de los arrozales de Calasparra- son un Valle de la Muerte en miniatura, desierto, seco, batido por el viento, por el mismo viento que secaba las babas de Zabriskie, las convertía en hilillos que se pegaban a su frente, a su maillot azul, Zabriskie, llevado durante 160 kilómetros en solitario por su deseo de no hundirse, por su cabeza que le exigía una pedalada tras otra, que le negaba cualquier pensamiento negativo, no encontró allí su Zabriskie Point, su punto de no retorno. Encontró una meta, un punto de partida, como antes que él lo habían hallado Menéndez, Viejo, Manzaneque, Pérez Francés, los ciclistas de otra época que convirtieron la fuga en solitario en un arte único.

Valverde es ayudado por sus compañeros y por su director, Belda, tras la caída.
Valverde es ayudado por sus compañeros y por su director, Belda, tras la caída.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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