Bordeando el aburrimiento
Juan Diego cortó una oreja en la plaza de su tierra y la mala pata hizo que no redondease la tarde saliendo por la puerta del toro, pero su segundo fue un mulo con todas las de la ley ante el cual lo único posible era perseguirlo y admirar con qué estilo meneaba el rabo en sus constantes subidas.
El primero se dejó hacer sin grandes alardes de bravura, pero disimulando su cobarde catadura que sólo mostraba olisqueando la arena y escarbando de vez en cuando. El fundamento de la faena estuvo sobre la derecha, y con esa mano ligó Juan Diego muletazos con mucho ritmo y con indudable plasticidad.
Tanto este toro como el cuarto le dieron un buen susto. En el primero se vio arrollado en una chicuelina, zarandeado en el suelo y levantado por una pantorrilla, y en el cuarto, andándole de espaldas, resbaló, cayó en la cara y se libró de un disgusto por verdadera suerte.
García Jiménez / Diego, Vega, Manzanares
Toros de Hermanos García Jiménez, desiguales de presentación, sin cara el 3º, muy protestado. Descastados. Juan Diego: oreja y ovación; saludos. Salvador Vega: aplausos y saludos; silencio. José María Manzanares: división y saludos; oreja. Plaza de la Glorieta, 13 de septiembre. 2ª de feria. Media entrada.
Salvador Vega se presentaba en la glorieta y por lo visto no parece estar mucho más allá del torero decidido que larga tela a mansalva en los lances de capa, no escatima derechazos, elude las apreturas y, si a mano viene, no tiene escrúpulos en vaciar al toro hacia fuera.
El comienzo de su primera faena fue prometedor. Pases por bajo con buen aire, sacando así al toro hasta los medios que más tarde, ya erguido el matador, quedaron en una absoluta insipidez carente de personalidad.
En el quinto, sobre poco más o menos. Vulgar. Entre que el toro en alardes de codicia se escupía a veces de la muleta y que el torero no acababa de decir nada, resultaban envidiables quienes pasaban el rato atacando un bocadillo de jamón.
Manzanares, hijo, tuvo ante sí un animalejo prácticamente acorne, absolutamente impresentable en cualquier parte. La rechifla se mantuvo cierto tiempo, acompasada con las palmas de tango propias de estos casos, pero no llegó la sangre al río y todo pareció olvidarse, aunque ante semejante "toraco" el matador no osara cargar la suerte ni por equivocación, zambullido como estaba en el más contumaz perfileo, perfeccionado con una sutil descarga de la suerte que practica con envidiable soltura.
En el sexto, con los mismos procedimientos, le fue concedida una oreja.
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