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Reportaje:VUELTA 2004

Alegría de Eladio en Xorret de Catí

Heras resiste a Valverde en una llegada durísima, Nozal sufre y Mancebo pierde medio minuto

Carlos Arribas

La Vuelta propicia la melancolía. La Vuelta tiene vida propia, ajena a los sentimientos, a las necesidades, a los ritmos de los que en ella viajan. La Vuelta arrasa, sin pausa, sin tiempo, sin reflexión.

Víctima de varios días de bochorno levantino, Martin Hardie, un australiano de natural jovial, un abogado endurecido en Timor Oriental, en Mozambique, en tierras duras, en conflictos sangrientos, se apoya en el tronco de una palmera y se confiesa. "Ayer cené solo, igual que el sábado, y que el viernes", dice. "Llamé a mi mujer a Mozambique y no pude hablar con ella, porque estaba muy ocupada. ¡¡Yo quiero estar allí, con ella!! ¿Qué hago, triste, solo y apático en la Vuelta?". Martin, enorme, trabaja para una web americana, hace fotos, envía crónicas, entrevistas, gacetillas, suspira. Alessandro Petacchi sigue triste. No sonríe cuando gana. Menos estos días. Ferretti, el viejo Ferretti, su director, a su lado, junto al coche del equipo, no se permite ni un pico de nostalgia, ni siquiera mientras habla con Julio Jiménez, con el gran Julito, el relojero de Ávila, que le cuenta su subida al Puy de Dôme del 64, delante de Anquetil y Poulidor, que le cuenta que ganó la montaña de un Giro en el que Ferretti corrió en el Salvarani, gregario de Gimondi. Ferretti no había vuelto a la Vuelta desde que la corrió en el 68. Ferretti, haciendo eco al tiempo, prefiere tronar. Truena contra los ritmos infernales a que se corre la Vuelta. "¡¡Y en septiembre!!", se exalta. "En septiembre, cuando los que han corrido el Tour están cansados, los que han corrido el Giro, también, los que han firmado por otro equipo pasan, los que siguen, también...".

Pablo Lastras, cruzada la meta de Xorret, junto al área recreativa, bajo los pinos, dice suave: "Somos los gladiadores del momento. Nos ponen estas subidas para que el público se divierta viéndonos retorcernos de dolor y para que griten "¡qué espectáculo!". En la Vito del Baleares, Paco Mancebo, muñeca rota, se tiene que ayudar con los dientes para quitarse el maillot empapado de sudor y agua, que se le pega a la espalda, a los brazos sin fuerza. "He sufrido mucho por el agua", dice. Paco Mancebo sigue tercero en la general, está a sólo 29 segundos del líder, que sigue siendo Landis, pero ayer perdió 39s con Heras y Valverde, 10s con Nozal. Los perdió en los apenas cuatro kilómetros de la subida de Xorret de Catí, en una cinta de asfalto estrecha y desigual, en repechos del 15%, en carreteras convertidas en torrentes por el agua, en el terreno en el que Eladio Jiménez volvió a sentirse grande, en el que Valverde se exhibió, en el que Heras mostró su solidez, en el que Nozal se retorció. En el que Freire, sí, el sprinter, fugado desde el comienzo con Eladio y cinco más, podría haber sido el protagonista.

Después de años de problemas musculares por su desgana postural, de accidentes, de atropellos, de operaciones en las que le han soldado los huesos con tantos clavos que nunca pasa silencioso por los arcos detectores de metal de los aeropuertos, Eladio Jiménez, un optimista nato, volvió a sentirse campeón. Volvió a sentirse imbatible en el mismo lugar en el que hace cuatro años corrió sin cadena, desbocado, en los mismos repechos en que entonces voló. El ciclista de Ciudad Rodrigo lo hizo azuzado por la oreja, ensordecido por los gritos de su director, Belda, el hombre cuya fama no podía permitir no ganar la etapa, su etapa, junto a su casa, en su jardín, el director que ha logrado que sus ciclistas no piensen, que sólo actúen a sus órdenes. "Vuelve a atacarle, vuelve a atacarle", le gritó cuando Eladio, después de un primer intento pensó que no podría deshacerse fácilmente de Óscar Freire. "Vuelve a darle, vuelve", le repitió Belda. Y, en efecto, la figura de Freire se convirtió en una borrosa mancha naranja clavada sobre el asfalto, retorcida de lado a lado de la carretera. Cada vez más lejana. Freire luchaba contra un imposible, contra un piñón de 23 dientes que no podría haber movido ni Hércules en la cuesta del 15%. Con su 25, más ligero, guiado por la emoción, Eladio, feliz entre tanto melancólico, voló.

Valverde, en plena subida por delante del fatigado Heras y de Piepoli, en la etapa de ayer.
Valverde, en plena subida por delante del fatigado Heras y de Piepoli, en la etapa de ayer.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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