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Columna
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Una lección histórica

En la sala de la Fundación Caja Vital Kutxa de Vitoria (Postas, 13-15) se patentiza una lección viva de historia del arte contemporáneo español. Se trata de la muestra de una parte de los fondos del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) del periodo entre 1940 y 1975.

Las obras de determinados artistas están fechadas en sus primeros albores creativos. Así, una arpillera de Millares de 1957, cosida con tímida humildad y escasa destreza, es el antecedente del desgarrado patetismo tenebrista posterior. Las modestas redes metálicas de Rivera de 1956 darán paso a las futuras irisaciones del metal reticular y el componente dinámico creado por el espectador desplazándose ante la obra. Rafols-Casamada en 1960 parecía moverse entre Nicolas de Staël y Pierre Tal Coat, para más tarde forjarse un universo donde el color activaba espacios de sumo lirismo. Antes de que Fernando Zóbel optara por los barridos gestuales, muy licuados, de reminiscencias orientalistas, en 1957 andaba seducido por los arabescos trazos cargados de materia propios de Georges Mathieu.

Tanto Esteban Vicente como José Guerrero, en 1960 y 1956, respectivamente, bebieron los vientos de los expresionistas abstractos americanos, aunque pasado el tiempo cada uno de ellos se hizo con una hermosa voz propia. En 1952, Pablo Palazuelo y Eduardo Chillida deambulaban por vericuetos de formas geométricas -en dos dimensiones el primero, en tres el segundo-, siempre bajo un inquebrantable quehacer muy personal, lo que años más tarde los convertiría en dos creadores de acreditada talla universal.

Mientras que en las incipientes obras de Pablo Serrano, Luis Feito, Chirino, Canogar y Darío Villalba se percibe una paupérrima falta de creatividad, y bastante dosis plagiaria, hay piezas realmente logradas, redondas, como por ejemplo las de Saura (1960), Lucio Muñoz (1961), Mompó (1966), Tàpies (1966), Sempere (1971), Gordillo (1972) y el Equipo Crónica (1974), y unas pocas más. Lo que fueron como artistas después se mantuvo en parecidos términos con buen signo, salvo en el caso de Tàpies y Gordillo cuyo imaginario artístico se ha ido recreciendo con los años. Queda un artista y una fecha. Jorge Oteiza y su Caja vacía de 1958. Vista ahora se alza como un asombro para su época. No nos extraña que fuera tan incomprendida la obra y tan incomprendido él...

Y ya que hablamos de incomprensión, no entendemos cómo se han colocado junto a la pared las esculturas de Alfaro, Ferrant, más las de los citados Chillida y Oteiza, entre otras piezas de tres dimensiones. ¿Es tal vez una broma de alguien que está en sintonía con el dicho tontaina de que una escultura es eso que uno se tropieza cuando quiere ver un cuadro? Recomendamos menos bromas de ese calibre para próximas ocasiones.

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