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Columna
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El miedo a comprometerse

¡No hay quien lo entienda! Zapatero recibe a Rajoy para hablar de las reformas autonómicas o, como quien dice del nuevo Estado de las autonomías, y éste, o sea Rajoy, asegura salir más preocupado de lo que entró. Zapatero, que no daba signos de preocupación, acabó invitando al preocupado a que no perdiese el tren. Según parece, Rajoy iba con una lista de mínimos y, Zapatero, a cuerpo gentil, como siempre. O por lo menos eso vino a decir el líder de la oposición. Puede resultar aceptable que Zapatero no le entrara al trapo a Rajoy porque prefiere negociar directamente con las autonomías. Hay comentaristas que han asegurado incluso que esa manera de negociar era la más guay, por no decir la más constitucional, pero lo que no se puede omitir es que peca de angelismo porque supone que las autonomías han caído del cielo cuando hace ya mucho tiempo que se han caído de un guindo. ¿Acaso piensa Zapatero que puede obviar el hecho de que muchas de esas autonomías están gobernadas por el PP? Y si eso es así, es decir, que hay bastantes autonomías en manos populares, ¿no parece aconsejable que haya que hablar algo con el PP puesto que la postura que van a sostener las mismas cara a las reformas va a obedecer en bloque a las directrices de Génova?

No entenderlo así resultaría un error político garrafal. A menos que se trate de otra cosa. La voluntad de Zapatero de negociar con las autonomías podría obedecer a un movimiento táctico. Con él, Zapatero trataría de escenificar la disposición a negociar, pero sin que exista un compromiso previo, en lo que se puede considerar la enésima reedición del folio en blanco que tan bien conocemos por aquí. Esta postura ocultaría un temor, el de comprometerse, y una falacia bastante ingenua puesto que nadie se cree que el presidente no haya redactado previamente algunas líneas comprometidas por lo menos en Cataluña. A Zapatero le gusta moverse, no sé si alardeando porque no es su estilo, con aspecto (y talante) de hombre libre, de político al que no comprometen otras ataduras que las que él contrajo consigo mismo y con la sociedad, lo que resulta bastante irreal en un mundo como el político donde, si no todo son ataduras, todo es negociación, es decir, intercambio de compromisos hasta que se consigue el que ata a ambas partes. Algo parecido le ocurre a nuestro Patxi lehendakari. Resulta que no quiere presentar su proyecto de Estatuto en el Parlamento porque podría antagonizar posturas pensando tal vez infantilmente que no se producirán encontronazos mientras lo cocina en mesas previas.

No parece sino que Patxi lehendakari esté evitando incomodar al PNV de cara a una eventual entente que ya previó su jefe Zapatero: "Es posible a medio plazo un acuerdo con el PNV". Pero, ¿qué va a pasar hasta que llegue ese medio plazo? Lo que ni Zapatero ni López desean, es decir, un choque frontal, tendrá que ocurrir más pronto que tarde porque en cuanto Zapatero lleve a la práctica política su oposición al plan Ibarretxe se va a encontrar con un Ibarretxe que ha prometido, delante incluso de la Virgen de Aranzazu, llevar su plan hasta las últimas consecuencias. O sea que nos espera un medio plazo bastante movidito tras el cual ya veremos en qué disposición se encuentra un iluminado que asegura que actúa como actúa para mantener su palabra, ¡como si su palabra tuviera alguna importancia entre quienes no le votan! Para contribuir al lío, el Gobierno ya ha avisado que las autonomías no deben esperar grandes cambios en las competencias, o sea que ya tiene un programa de mínimos, de ahí que no se entienda tampoco el revuelo, por llamarlo de alguna manera, que se ha formado en la superficie del PSOE y que parece obedecer a la misma clase de postura que ZP mantuvo ante el PP, es decir, la conveniencia de no cerrar ningún compromiso previo a negociación con las autonomías. Y en esas estamos; lo que empezó con el café o no para todos, está terminado en mala leche para bastantes mientras flota en el aire la sonrisa del gato de Cheshire, ¿o será de Maragall?

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