Algunas fricciones territoriales
Las ocupaciones de protesta del territorio del Fórum durante este verano, o el cerco a sus aledaños, tienen su lado simpático. Aunque hostiles a la institución y resultando a veces incómodas para sus funcionarios o visitantes, no han hecho más que apuntalar la diversidad ideológica que se ha querido defender desde su interior y que constituye su razón de ser programática.
En este caso el contratiempo se convierte en virtud. Por su filosofía fundacional, el Fórum debe aplaudir el derecho a la discrepancia o a la impugnación pacífica que llega desde el exterior. Y esto no significa fagocitar la protesta y neutralizarla, como querrían los herederos de Marcuse (si queda alguno), sino añadirla productivamente a la madeja de reflexiones cruzadas que está generando el evento.
Los historiadores conocen los beneficios de las fricciones, y todas las constituciones democráticas han nacido como destilación de diferentes fricciones. Al Fórum se le acusa de enmascarar una rentable operación urbanística, de ser una tapadera de la especulación en la frontera del barrio de La Mina, de su patrocinio por parte de marcas comerciales que llevan a cabo prácticas depredadoras, de intentar tapar la mala imagen y mala conciencia de los políticos que no resuelven los problemas sociales auténticos. Todos estos argumentos son perfectamente respetables y deberían integrarse en el análisis autocrítico a la hora del balance final, que ya está a la vuelta de la esquina estival.
El Fórum, como todos los grandes eventos sociales, no puede ofrecer una imagen sin claroscuros. Las imágenes sin claroscuros son imágenes chatas, homogéneas, sosas y sin contrastes. Bienvenidas sean, pues, las críticas.
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