Erasmus y amoríos

La noche del 7 de septiembre, ocupada con unos menesteres domésticos, al fondo tenía puesta, casi por inercia (esto es a modo de justificación, porque cuesta entender que uno lo pueda hacer con uso de razón), la tele con un programa basura. Saliendo a relucir los amoríos más o menos afortunados de una tal señorita Goyanes con un torero, el presentador nos da la primicia de que la pobre joven, por escaparse del acoso mediático, ha decidido irse con una beca Erasmus a Francia. Así, sin más.

Tengo el honor de llevar años trabajando, tanto desde la Universidad española como desde la Comisión Europea en Bruselas, para este prestigioso programa comunitario y me ha sentado fatal que se mezcle su nombre con el mundo de los ociosos dedicados a sus amores, más cuando acaban de concederle el Premio Príncipe de Asturias.

Pregunten a los miles de estudiantes españoles (y el millón largo de europeos) por los méritos que han tenido que hacer para acceder a una beca Erasmus: tener un buen expediente, conocimientos de idiomas, motivación académica, madurez personal, etcétera. Los candidatos tienen que pasar por un complejo proceso de selección y preparación en su universidad, que comienza casi un año antes, y no pueden irse cuando, donde y porque les da la gana (que es la impresión que uno puede obtener a tenor de la iniciativa de la señorita Goyanes), sino a las instituciones europeas con las que existen convenios bilaterales y acuerdos de convalidación. La concesión de la beca se comunica entre Semana Santa y junio, y no unos días antes de iniciarse el curso académico.

Me extraña que alguien, sea quien sea, se haya podido saltar todo este proceso y que haya obtenido una beca Erasmus a última hora, porque sí. ¿Tongo, o simplemente otra boutade de la telebasura?