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VIOLENCIA EN IRAK

Las tropas de EE UU pierden el control de las principales ciudades del 'triángulo suní'

El Pentágono admite que las nuevas fuerzas iraquíes no pueden luchar contra la insurgencia

Ramón Lobo

El secretario de Defensa de EE UU, Donald Rumsfeld, y su jefe de Estado Mayor Conjunto, general Richard Myers, han reconocido que sus tropas no controlan importantes zonas del centro de Irak. La realidad sobre el terreno lo confirma. Ciudades como Faluya, con 300.000 habitantes, y Ramadi, en el oeste, están en manos de la insurgencia. Lo mismo sucede al norte, en Baquba y Samarra. El modelo de Faluya se extiende por el triángulo suní. En el sur chií tienen problemas en Amara, dominada por el Ejército del Mahdi de Múqtada al Sáder, y no pueden patrullar en Nayaf y Kerbala.

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El traspaso de poder el 28 de junio no ha modificado la situación. Hace un año, el general Ricardo Sánchez, al mando de las tropas de EE UU en Irak, reconocía una media de 20 ataques diarios. Ahora esa cifra se da sólo en la capital. En todo el país se acerca a los 80. En la calle Haifa de Bagdad, algunos niños actúan como francotiradores y cobran por pieza. EE UU parece estar perdiendo la guerra contra la insurgencia.

El Pentágono admite, según dijo el general Myers, que las tropas iraquíes (entrenadas en cursillos de dos semanas) carecen de la capacidad operativa para recuperar el control de las ciudades perdidas, pero insisten en que se trata de un trabajo de las nuevas fuerzas de seguridad de Irak (95.000 hombres y mujeres), a los que equipararán adecuadamente: "Lo harán y hallaremos el medio para hacer frente a este problema", dijo Rumsfeld en una rueda de prensa el miércoles en Washington.

Washington quiere dejar todo en manos de Ayad Alaui. Negociar en algunos casos y usar la fuerza en otros. La cuestión, que nadie aborda, es que la resistencia es el producto de los grupos políticos y tribales que consideran que han perdido el poder con el cambio de régimen y luchan por recuperarlo. Junto a ellos, los terroristas, con sus propios planes. El nuevo umbral de esperanza son las elecciones de enero (si es que se celebran), pero tras lo ocurrido después del 28 de junio, nadie es optimista.

Los precedentes son pésimos. En abril, la mayoría de los nuevos soldados iraquíes se negaron a pelear en Faluya. Esta situación generó el experimento de Faluya -"una solución iraquí para un problema iraquí"-, que ha fracasado. La policía de esa ciudad consiente, cuando no colabora, con los muyahidin y la Brigada Faluya está comandada de hecho por el general Mohamed Jasim de la Guardia Republicana, acusado de crímenes en el sur tras la revuelta de 1991. Esas fuerzas no luchan contra los faluyíes, sino que aseguran que lo harán contra los marines, acantonados en las afueras, si es que decidan entrar.

El reconocimiento del Pentágono llega horas después de superarse la barrera de los mil muertos desde que comenzara la guerra -ayer perdieron la vida otros dos soldados estadounidenses, uno en la capital; otro, en Balad, al norte-. Las tropas norteamericanas tratan de dejar el peso de las operaciones al nuevo Ejército iraquí. Las principales acciones de los últimos meses en Faluya, Ramadi y Samarra se basan en el poder aéreo. Ayer bombardearon por segundo día consecutivo Faluya: seis personas perdieron la vida. Son ataques selectivos, al estilo israelí, contra viviendas en las que suponen se esconden grupos de combatientes extranjeros. Los estadounidenses sostienen que en estos dos días han causado la muerte de 100 muyahidin, pero nadie pisa el terreno para confirmar la cifra. Los marines no entran en Faluya desde la incursión de abril que les hizo recordar Somalia y los periodistas no pueden acceder a esta ciudad porque se les considera espías.

En Faluya tienen su base los grupos más violentos como Ansar al Suna, que en una de sus casas mantiene como trofeos de guerra los pasaportes y otras pertenencias de los siete agentes españoles del CNI muertos en noviembre cerca de Latifiya. Otros conservan enseres de los cuatro estadounidenses de la empresa Blackwater, a los que tirotearon, lincharon, quemaron, mutilaron y colgaron sus restos de un puente. Los norteamericanos sostienen que en el triángulo suní hay terroristas extranjeros en gran número. Pero algo falla: de las 5.000 detenciones practicadas desde la caída del régimen sólo un 3% son foráneos.

Ciudad leal a Sadam

Faluya, donde los marines tratan de establecer una base en las proximidades para controlar la autopista 10 (esencial para los convoyes desde Jordania; más de 80 ataques desde abril), es la clave de lo que está sucediendo. Allí se inició la resistencia en mayo de 2003 cuando soldados de EE UU mataron a 17 personas. Faluya siempre ha sido la ciudad de Irak más leal a Sadam. Cuando terminó la guerra de 1991, el ex presidente acudió a Faluya, y no a su lugar natal de Tikrit, para declarar la victoria en la madre de todas las batallas.

Los faluyíes coparon junto a los tikritis el Ejército y los cinco servicios de seguridad. La disolución del Ejército, decretado por el procónsul Paul Bremer en mayo de 2003, fue un error. Lo dice incluso el nuevo Gobierno apadrinado por EE UU. Muchos de los mandos y la gente con experiencia en armas se refugiaron en Faluya. Ahora 18 meses después, esa insurgencia tiene capacidad de organización y una creciente financiación desde el exterior, pero carece de plan político. Los terroristas extranjeros, que son minoría, proceden de Arabia Saudí, Siria y Jordania. Son los suicidas, cuyos vídeos grabados antes de las acciones se venden en el mercado de Faluya. Entre todos ellos podría estar Abu Musab al Zarqaui, al que los norteamericanos adjudican la mayoría de las acciones de terror.

Representantes de ONG iraquíes, en la sede de la organización italiana Un puente a Bagdad.
Representantes de ONG iraquíes, en la sede de la organización italiana Un puente a Bagdad.REUTERS

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