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EXPLOSIÓN MORTAL EN MADRID

Algunos obreros se salvaron por llegar tarde al trabajo

Los cierres metálicos de las naves industriales amortiguaron el impacto de la explosión

Fue cuestión de minutos. La jornada laboral comenzaba a las 8.30 en la empresa Paramóvil, adyacente a Efectos Especiales Cinematográficos Molina. Pero tres de los compañeros de Valentín Fernández y Antonio Sánchez -ambos fallecidos a causa del derrumbe del muro que separaba ambas naves- llegaron tarde al trabajo, al igual que otros empleados del polígono. A las 8.55, momento de la explosión, aún no habían atravesado la puerta de entrada, y eso les salvó la vida.

"Ese terraplén del que tanto nos quejamos nos sirvió de pantalla", dice una vecina

"Es una fábrica pequeña, familiar, por eso no pasa nada si un día te retrasas. Sobre todo un lunes, que hay menos trabajo", explicaba ayer uno de los compañeros de los dos hombres que resultaron muertos en el siniestro. Eran cinco trabajadores, dos de ellos socios y dueños del taller, y los otros tres empleados. En el momento del estallido, sobre las 8.55, todos tendrían que haber estado ya en su puesto de trabajo, pero sólo se encontraban allí Valentín, uno de los dueños, y Antonio, un empleado, que murieron en el siniestro. Tampoco había clientes a esa hora. "Menos mal que ayer no tenía ningún coche estropeado", decía, echándose las manos a la cabeza, un cliente habitual de este taller, especializado en fabricar parachoques.

En este sector del polígono de la Cerámica, formado por varias naves distribuidas alrededor de un patio interior, trabajan alrededor de 50 personas, pero muchas aún no habían entrado a trabajar en el momento de la explosión. Los 25 mecánicos de un taller que se encuentra en ese mismo sector entran a trabajar a las 8.00, "pero la mayoría estaba en el bar, tomando un café" a la hora en que tuvo lugar el accidente, según explicó el camarero de la cafetería Juan, que se encuentra a escasos 50 metros de las naves siniestradas.

Contigua al taller Paramóvil se encuentra la tienda de informática Sire, dedicada a la distribución de material informático, en la que trabajan 15 personas. Su jornada laboral no empieza hasta las 10.00. Por eso, aún no había llegado ninguno de ellos en el momento del siniestro.

Y justo al lado los trabajadores de una empresa de limpieza se salvaron porque los cascotes lanzados por la explosión impactaron en las rejas de la nave, según explicaba una de las empleadas del establecimiento, aún visiblemente nerviosa, horas después del siniestro.

Al otro lado de las naves, en el lateral que da a la calle de la Sierra Toledana, en el bajo del número 60, se ubica una tienda de fontanería y saneamientos. Normalmente, sobre las nueve de la mañana, hay varias furgonetas en la puerta cargando material, pero ayer fue una excepción. "Los lunes, a la gente le cuesta más arrancar", explicaba Jorge Calleja, empleado del establecimiento, de 25 años. Él había entrado a trabajar a las 8.00. "Si hubiera habido gente cargando, el cierre metálico habría estado abierto", indicó. Al no haber nadie, estaba bajado, por lo que la chapa se llevó el impacto de la explosión, quedando completamente abombada.

Justo a la hora del siniestro, Antonia Sánchez, que vive en una casa separada por un terraplén del muro exterior del almacén de efectos especiales, estaba a punto de levantarse. "Estaba con un pie en el suelo", señaló. Normalmente a esa hora ya se encuentra en el descampado que separa su vivienda del polígono. Le gusta pasear a su perro. "Hoy [por ayer] me dio pereza levantarme y eso me salvó", suspiraba.

Su casa, que está a punto de ser expropiada por el Ayuntamiento para emprender un plan de reforma de la zona, sufrió diversos daños en el tejado. El más grave de ellos en el techo del pasillo: un cascote lo hundió llevándose por delante una lámpara. Ni ella ni los otros miembros de su familia -su marido y sus dos hijos- resultaron heridos. "Pero podía haber sido peor", subrayaba. "Ese terraplén del que tanto nos quejamos, en el que año tras año acumulan tierra las excavadoras, nos sirvió de pantalla".

En ese mismo descampado, según cuentan los vecinos, suele jugar un grupo de niños del barrio de entre 10 y 13 años, que no empiezan el colegio hasta la semana que viene. Pero suelen llegar a las 12.00.

"Los cascotes entraban por las ventanas"

De los bloques de viviendas que ayer resultaron dañados por la explosión, la peor parte se la llevaron los números 58 y 60 de la calle de la Sierra Toledana, donde residen 11 familias. A las 8.55, un estallido hizo temblar sus cimientos y un gran número de cascotes impactó sobre su fachada como proyectiles. Todas las viviendas sufrieron daños en cristales y marcos de las ventanas, pero los más graves tuvieron lugar en una vivienda del segundo piso.

Allí, el impacto de un trozo de ladrillo procedente del almacén que estalló arrancó de cuajo el marco de una ventana. Dentro de la habitación se encontraban dos niños, de uno y dos años, junto a su madre, Manoli. El niño más pequeño resultó herido leve; también su madre, que se había acercado a la habitación de los pequeños porque uno de ellos había empezado a llorar unos minutos antes. A la primera explosión le siguieron otras dos más pequeñas. La madre, con dos cortes en la cara, tomó a su pequeño y bajó a la calle, donde se refugió en una tienda de fontanería porque seguían oyéndose pequeñas ráfagas de detonaciones. Hasta que, a los 10 minutos, por fin llegó la ambulancia. Las heridas no resultaron graves.

Manoli y su marido Marcelo trabajan en casa para una editorial, según explicaban ayer los vecinos. Además, uno de los pocos automóviles que resultaron dañados por la explosión fue el suyo. Un monovolumen Renault Megane, en el que todavía se podían distinguir las sillas de los pequeños, permanecía ayer destrozado junto a un lateral del inmueble. La familia tendrá que ser realojada durante los próximos días.

Otro vecino fue trasladado al hospital, por precaución, dada su avanzada edad y a que ya había sufrido algunos infartos. El resto volvió a sus casas unas horas después de la explosión. Francisco Velázquez, de 33 años, recogía del suelo los cristales de una ventana de su casa, en el primer piso del número 60, mientras relataba que él estaba durmiendo cuando sonó la explosión. "Los cascotes entraban por la ventana". Se protegió la cabeza con las manos y esperó. Resultó ileso.

Velázquez explicó, además, el temor de los vecinos a que ocurriera un siniestro como éste. "Hace tiempo, algunos chavales hicieron un agujero [junto al muro exterior del almacén de efectos especiales] y allí hacían botellón y, a veces, hogueras. Nosotros sabíamos qué clase de almacén había allí y nos habíamos quejado al Ayuntamiento", señaló este vecino.

Sobre la azotea del inmueble, donde también ha habido daños, Francisco Velázquez contemplaba el almacén siniestrado y se quejaba: "Siempre nos tiene que pasar en Vallecas".

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