La locura de un ballet narrativo
La leyenda de Félix Fernández, El Loco (Sevilla, 1896-Epson, 1941), está presente en la historia del ballet del siglo XX, y aparece en las memorias de Tamara Karsavina, le citan en sus libros Nicolas Legat y Borís Kochno, o a vuelapluma en sus artículos Madariaga, Pla o Puig. Lo más conciso y cierto (además de varios detalles inéditos) lo recoge estupendamente el desaparecido investigador de origen cubano Vicente García Márquez en sus textos y libro sobre Leonidas Massine (a quien entrevistó personalmente sobre el escabroso asunto de si Diaghilev le había engañado o no con la promesa de un contrato para bailar en el estreno londinense de Le tricorne). Lo demás es cuento, digamos caritativamente, leyenda elevada a los altares. Y es tela de otro juicio el si esos magros elementos sirven o justifican el argumento de un ballet. En este caso del Real, no. Con El Loco del Ballet Nacional de España ni se cumplen las mínimas pautas de coherencia con lo histórico y al entrar en la fabulación todo es de una pobreza vergonzante. Empezando por la música, siguiendo por el libreto argumental y terminando por la coreografía. Debo romper una lanza de oro a favor de los artistas, esforzados, capaces, que intentan desesperadamente dar verosimilitud a algo que no es más que grandes apariencias y recursos formales devorados por su propia ambición escénica. Está especialmente entregado el barcelonés Christian Lozano.
El Loco
Coreografía: Javier Latorre; música: Manuel de Falla, Mauricio Sotelo y Juan Manuel Cañizares; libreto y dirección escénica: Francisco López; escenografía y vestuario: Jesús Ruiz (con los trajes de Pablo Picasso para El sombrero de tres picos"); luces: Nicolás Fischtel. Director Musical: Josep Pons. Teatro Real, Madrid. 6 de septiembre.
La primera pregunta que hay que hacerse es cómo los celosos herederos de Manuel de Falla han permitido la manipulación de su partitura. Se oye la farruca del molinero y otros aires fragmentados procedentes de El sombrero de tres picos mezclados a un incesante popurrí de tendencias que parece un catálogo de muestras, de lo serial a lo atonal y por ahí hasta el infinito. La presencia extemporánea de un saxofón añade confusión a lo orquestal, por no ahondar en una percusión de gusto étnico que conspira contra los metros del baile. Sobre ello, Latorre ha coreografiado pobremente y ni huele ni cita la coreografía original de Massine. Quizá tampoco podía hacer otra cosa, amarrado a un guión surrealista donde Diaghilev se pone a parafrasear al Corregidor. El vocabulario desplegado por Latorre también se queda corto en lo expresivo y en lo técnico: escenas largas como el manicomio, vacíos de acción y de baile, falta de desarrollo en la narración. El Loco ha sido decepcionante desde casi todos los puntos de vista. Se salva honrosamente el trabajo de Jesús Ruiz en los decorados y los trajes, que se ha estudiado en profundidad la época y ha creado una atmósfera interesante, sobrecogedora a veces y cuya única gran falta es usar los trajes de Picasso para fines ajenos a Le tricorne. El teatro sólo estaba ocupado en poco más de la mitad del aforo.
Babelia
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