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Columna
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Ilusión

Creo que debemos ser exigentes incluso con la ilusión. En agosto vi a Emilio Lledó en Canal Sur y me maravilló que, con toda la sabiduría que ha acumulado y transmitido en su vida, no piense ya en descansar, sino que aún siga esforzándose en el saber y en transmitir la ilusión de la excelencia en todo lo que cree posible, que es mucho. Su exigencia con los demás es tan respetuosa que rezuma armonía a base de educación y un talante exquisito que emana del saber; y el saber, a su vez, es fruto de cuanto se ha exigido y continúa exigiéndose a sí mismo.

Bajando el ejemplo de Lledó a un nivel de andar por casa, o, mejor dicho, por nuestra ciudad, creo que Sevilla merece mayor exigencia nuestra, mayor cuido con los lugares públicos, como si se tratara de nuestra propia casa: procurando no ensuciar y que no ensucien, no dañar y que no dañen. Nuestros parques, como si fueran nuestros jardines; nuestras plazas, como si fueran nuestros patios y nuestras calles, como si fueran nuestros pasillos. Los horribles contenedores estorbando lo menos posible, como el cubo de la basura en la cocina, sin moverlos o sacarlos al centro de la calle para conseguir aparcamiento gratis y delante de la puerta. Porque al meternos en un coche nos debe subir la adrenalina, y así como en las aceras se pueden colocar obstáculos para que no las ocupen, la calzada hay que dejarla libre y entonces ya todo está permitido; se diría que aparcar donde se estorba al tráfico o en doble fila es cosa de audaces, mientras que eludirlo parece ser de tontos o, cuando menos, de pusilánimes.

Otro tema es el mobiliario urbano, que crece como crecen en nuestras casas los muebles y los chismes, y que se podría organizar como si de un hogar se tratase, con mimo, con pragmatismo pero sin olvidar el orden y la estética, sin estorbar el paso y sin ofender la vista. Sería una mejora en nuestra calidad de vida y productivo para la imagen de la ciudad, sin olvidar la importancia del turismo. La Plaza Nueva, por ejemplo, cobraría otra dimensión sin el collar gris de esos contenedores que ojalá pudiéramos algún día llegar a suprimir.

Comprendo que son ilusiones muy optimistas, pero algunos sueños se realizan, y, en todo caso, creo que es bueno transmitir lo mejor para quedarse en lo posible.

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