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ANÁLISIS | NACIONAL
Columna
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El duro otoño de Rajoy

MARIANO RAJOY ha escrito esta semana a Zapatero para solicitar una entrevista oficial que les permita discutir la complicada agenda política del próximo curso. Sin duda, la normalización de las relaciones entre el Gobierno socialista y el principal partido de la oposición contribuiría positivamente a enfriar el recalentado ambiente dejado como triste herencia al país por Aznar; la crispación y la belicosidad cultivadas con saña por el anterior presidente del Gobierno durante su último mandato alimentaron peligrosamente el clima predemocrático de discordia civil que termina transformando a los adversarios civilizados en enemigos cainitas. Aunque las dificultades del PP para asumir el papel de oposición sean elevadas a causa de su precipitado y erróneo descuento de una victoria electoral el 14-M, los dirigentes populares deberán renunciar antes o después a la ensoñación de que continúan siendo el Gobierno en el exilio.

La sombra de Aznar, la decisión de Fraga de presentarse por quinta vez a las elecciones gallegas y los conflictos en Valencia y Madrid ponen en peligro los equilibrios internos del Partido Popular

El tonillo de maestro de escuela utilizado por el secretario general del PP con el actual presidente del Gobierno -dictándole los deberes y poniéndole ceros patateros por sus errores o incumplimientos- no cuadra con el papel que los populares asignaron a la oposición socialista cuando Aznar ocupaba la presidencia del Gobierno. El Diario de Sesiones del Congreso recoge las despectivas y vejatorias palabras dirigidas en su día por Rajoy -como vicepresidente o portavoz parlamentario- al secretario general del PSOE con ocasión de la huelga general, el conflicto de Perejil, la catástrofe del Prestige, la guerra de Irak y la tragedia del Yak-42 a fin de conminarle a tener cerrada la boca y obedecer ciegamente las órdenes del Ejecutivo so pena de incurrir en un delito de lesa patria. En cualquier caso, el estrecho control sobre el Gobierno que el sistema democrático impone como deber constitucional a la oposición no implica necesariamente saltar todos los días al cuello de Zapatero, agredir a los ministros desde los escaños del Congreso con insultos tabernarios y remedar la epístola censoria de Quevedo contra las costumbres de los castellanos bajo la férula del Conde Duque para describir sombríamente la España gobernada por el PSOE.

Al PP le aguarda, por lo demás, un otoño caliente dentro de su propia casa. Tras las vitriólicas declaraciones realizadas el pasado mes de julio por Aznar -en abierta discrepancia con Rajoy-para rechazar el proyecto de Constitución Europea y oponerse a cualquier reforma de la Constitución de 1978, la dieta de silencio guardada últimamente por el ex presidente concede al menos un respiro temporal a su atribulado sucesor; no parece probable, sin embargo, que el enrabietado Aznar renuncie a su proyecto de seguir reinando después de dimitir y esparciendo cizaña dentro del PP. El campanazo dado por Manuel Fraga al proclamarse candidato para un quinto mandato como presidente de Galicia no sólo incumple por tercera vez consecutiva su compromiso de no presentarse a la reelección, sino que también pone de relieve la falta de autoridad de Rajoy dentro del partido a escala gallega y nacional.

Las irrefrenables ansias de inmortalidad política del presidente-fundador de los populares y ex ministro de Franco arruinan las promesas de regreso al centro y renovación generacional anunciadas por el secretario general del PP. También el evangelio de Aznar de los dos mandatos queda en ridículo. Y si el precedente del octogenario Adenauer capacita a Fraga para gobernar Galicia hasta el año 2009, el mismo argumento vale para preconizar su candidatura al Palacio de la Moncloa en 2008. Las aguas populares bajan bastante revueltas en Madrid (el alcalde Ruiz-Gallardón y la presidenta Aguirre riñen por el liderazgo regional como amables personajes de un sainete) y francamente turbias en Valencia (el presidente Camps y su predecesor Zaplana luchan por el botín como feroces tiburones) Las cuadernas del PP empiezan a crujir en otros territorios. También comienzan a dibujarse a nivel nacional facciones transversales de carácter personalista o ideológico. El XV Congreso del PP obligará en octubre a Rajoy a mediar en esos conflictos a fin de evitar el naufragio de una organización unida hasta ahora sólo por el disfrute del poder.

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