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61ª MOSTRA DE VENECIA

Arnaud Desplechin comete graves excesos en su abusiva película 'Reyes y reina'

François Ozon recorre hacia atrás la historia de una pareja en la previsible '5 - 2'

Enric González

Hubo un tiempo en que las canciones duraban tres minutos y las películas hora y media. Esa época se echa en falta cuando uno se enfrenta a obras como Reyes y reina, presentada a concurso en la Mostra de Venecia por Arnaud Desplechin. Se trata de un caso de hipertrofia grave. No eran necesarios 150 minutos, ni muchos menos, para contar esa historia, que empieza con deleite y acaba con fatiga. El arranque de la Mostra, superproducciones fuera de concurso al margen, ha estado por debajo del nivel exigible. Se espera que los grandes favoritos como Mar adentro, de Alejandro Amenábar, que se exhibe hoy, o Birth, de Jonathan Glazer, la semana próxima, eleven el tono general.

A Desplechin se le desmanda un guión razonablemente inteligente y le crece de forma desordenada
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Reyes y reina es una lástima y un abuso del término largometraje. En realidad, se trata de dos películas, porque el personaje interpretado por el excepcional Mathieu Amalric, un actor de asombrosas facultades histriónicas, inunda el tiempo que se le escapa a Desplechin y, desarrollando un discurso autónomo, ahoga a la supuesta protagonista, Nora, la reina del título, encarnada por Emmanuelle Devos.

No es que, como dicen los americanos de las películas francesas, se vea crecer la hierba (tampoco aparece ningún prado para comprobarlo); se trata más bien de que a Desplechin se le desmanda un guión razonablemente inteligente y le crece de forma desordenada. La clave del asunto es Nora, una mujer joven, solitaria y frígida, viuda por suicidio, emparejada después con un caballero al que conocemos en el manicomio, con un padre atormentado, un hijo atormentado y un novio millonario que le ofrece estabilidad y emociones tibias. El propio Desplechin reconoce que la historia del ex compañero más o menos loco le resultó demasiado atractiva y que la creación cómica de Mathieu Amalric (Ismael) adquirió vuelo propio.

El resultado, el drama de Nora y la comedia de Ismael, son dos películas que fluyen independientes, y que Desplechin ata en los minutos finales con un recurso superfluo y pretencioso. Superfluo es también el cameo de Catherine Deneuve, en el papel de Catherine Deneuve vestida de psiquiatra. Una lástima, porque la película tiene hallazgos. Y la historia manicomial del violinista Ismael habría sido, por sí sola, una sátira divertida de hora y media y habría valido el precio de una entrada.

5 - 2, otra película francesa aspirante al León de Oro, resulta más homogénea y más escueta. También más previsible. La historia de una pareja contada hacia atrás, desde el momento del divorcio (el título alude a cinco episodios en la vida de dos personas), añade poco al acervo cinematográfico universal; el director, François Ozon, que ya concursó en Venecia en 1999 con Los amantes criminales, tiene al menos dos méritos: amplía el registro interpretativo de la actriz Valeria Bruni-Tedeschi, especializada hasta ahora en papeles de joven bella, mimada y neurótica, y se atiene al canon clásico de los 90 minutos exactos.

El festival de la isla del Lido, que ya vivió momentos desoladores con la griega Delivery, se adentró en el páramo cenagoso del aburrimiento con Acceso remoto, de la rusa Svetlana Proskurina. Los escasos espectadores que estuvieron presentes en la proyección y en el posterior encuentro con la directora y los actores optaron por no reaccionar, ni bien ni mal, ante el ensayo sobre la incomunicación sentimental y la crispación de las relaciones en familia; quizá los subtítulos no hicieron justicia al texto, quizá hubo algo que se le escapó al público.

Algo debió ver en Acceso remoto Marco Müller, el director de la Mostra, para seleccionarla a concurso. Ese algo, si existe, no lo ha visto, hasta ahora, nadie más.

François Ozon, Valeria Bruni-Tedeschi y Stéphane Freiss (de izquierda a derecha), ayer en Venecia.
François Ozon, Valeria Bruni-Tedeschi y Stéphane Freiss (de izquierda a derecha), ayer en Venecia.GIORGIO ZUCCHIATTI / BIENAL DE VENECIA
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