El mal fario de los 60 leones dorados
Marco Müller, el nuevo director de la Mostra veneciana, orientalista y políglota, prometió ampliar los horizontes del certamen. El símbolo del cambio es la vistosa decoración del Palacio del Cine: 60 leones dorados montados sobre 60 pedestales de plexiglás iluminado, uno por cada ganador de las 60 ediciones anteriores, con un coste total de 80.000 euros.
El despliegue, que oculta gran parte de la fachada del edificio (no se pierde gran cosa), suscitó en su momento recelos por el coste. Ahora, ya instalado, suscita otra cosa: mal fario entre los supersticiosos. Los residentes locales se santiguan, cruzan los dedos y efectúan otros aspavientos a la vista de tanto león acostado sobre cajas translúcidas, porque la cosa les sugiere, por razones culturales, un monumento fúnebre.
Mal fario aparte, los curiosos se quejan también de que los leones cierran la perspectiva de la escalinata de acceso e impiden ver bien la llegada de los famosos.
Críticas a Müller
La gestión de Müller recibe, por el momento, más críticas que elogios. Más allá de la anécdota de los leones fúnebres y de la falta de conexiones telefónicas y eléctricas para la prensa, la objeción más robusta se centra en la selección de los candidatos al León de Oro.
Cuesta creer que entre casi 2.000 filmes aspirantes no hubiera cosas mejores que Delivery o Acceso remoto.
Las programaciones fuera de concurso, como el homenaje a la serie B italiana de los años setenta (desde las atrocidades de Holocausto caníbal al spaghetti-western, pasando por las exhibiciones carnales de Edwige Fenech, Florinda Bolkan o Barbara Bouchet), la exhibición de cortometrajes o el cajón de sastre titulado Horizontes son, por el momento, mucho más atractivas que la selección oficial.
Babelia
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