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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las cuentas del pasado

Presume Manuel Mantero (Sevilla, 1930) de tener mala memoria, aunque sospecho que lo que tiene es una mala consideración de la memoria, provocada por su educación bajo la férula despiadada de jesuitas y salesianos. Más bien habría que pensar lo contrario, al menos si sus recuerdos arrancan, como dice en este libro, desde la cuna. A partir de ahí se suceden cuadros memorialísticos de gentes y vivencias, articulados en cuatro bloques relativos a otras tantas décadas, hasta que, cansado de ser español en España, buscó acomodo en universidades de Estados Unidos.

En las estampas de niñez y

HABÍA UNA VENTANA DE COLORES (Memorias y desmemorias)

Manuel Mantero

RD Editores. Sevilla, 2004

336 páginas. 15 euros

juventud predomina un lirismo cuyos rasgos castizos no caen en el costumbrismo provinciano. A menudo, el presente desde el que se recuerda roba protagonismo al pasado recordado; así al enjuiciar una confesión en parroquia ajena para guardar el anonimato. Ante el difuso arrepentimiento "de algo que he hecho", el automatismo del sacerdote paraliza al niño de 12 años: "¿Con un hombre o con una mujer?". Igual que el león de Kant sólo podía imaginar a Dios en forma de león, el de sus educadores es un Dios hostil, "repartidor iracundo de clases sociales en el paraíso". En algún rincón de su alma queda un dolor altivo y sin fosilizar, como cuando rememora la muerte de su joven hermana, cuya noticia recibió en un internado de Utrera, lo que le hizo sentir el rencor de Dios, ese "tenaz contemporáneo de todas las efímeras generaciones humanas".

Poco a poco la inicial mitología del Sur cede sitio a un andalucismo reivindicador de los poetas meridionales, arrinconados, tras la cosecha del 27, por la berza socialrealista y las maquinaciones de señoritos no precisamente andaluces. Una carta a Juan Ramón Jiménez reproduce la solicitud que hizo en 1958 ante su cadáver, de camino al cementerio de Moguer: "Venga a desinfectar el prostíbulo". De sus lanzadas, algunas a moro muerto, no se salvan ni los amigos de la niñez, convertidos en unos "beatos rechonchos de alma llena de la caspa". A veces se percibe la amargura de no haber mantenido el reconocimiento poético (quien se fue de Sevilla perdió su silla), que tiene bien merecido, añado yo, el autor de Misa solemne. Es difícil asentir a todos sus juicios; y a muchos parecerá excesivo el contraste entre las galas a Gala y las censuras a Bécquer. Pero sus bizarrías son, como el rastro de espinas que dibuja esta prosa llena de gracejo y fuerza, consecuencia de una vida intensa y no domesticada, admirablemente resumida en las memorias y desmemorias de este español trasterrado.

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