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FUERA DE CASA
Columna
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Eterno retorno

DESPUÉS DE LA IRREALIDAD de las vacaciones, vuelta a casa para poder volver a estar fuera de casa. Adiós fiestas con la pulpo jet. En la última, en una de aquellas casas de salazón que algunos, como el arquitecto preferido de Silvana Mangano, Jaime Valcárcel, han convertido en vivienda. Excelentes para celebrar fiestas, recibir a los que se mueven en yates o a los que nos movemos entre atascos, como el que suscribe. O como el cerebro de Amancio Ortega, José María Castellano, el sobrio economista que sigue con sus clases. Yo le adjudiqué un yate que ni era suyo, ni lo esperaba. Y es que Ortega tiene un imperio en el que algunos de sus empleados sí que pueden tener yates, para envidia y confusión de los de secano. Esas antiguas casas de salazón, que ahora son el lugar preferido de residencia de muchos del pulpo jet, fueron el origen de la industria conservera gallega, controlada en sus orígenes por catalanes como los Massó. Evocar su nombre es volver a los tiempos de bocadillos de sardinas en lata. Ahora no hacen falta empresarios catalanes para hacer empresa en Galicia. Dejar Galicia, sus vinos y sus gentes, para volver a salir de casa en Madrid, no es fácil, requiere algunos desvíos. Parada monacal en un monasterio -otro más- en Lugo, en Samos. Impresionante símbolo del poder de la Iglesia, del Medievo a nuestros días. Conserva el monasterio de Samos el mayor claustro de los españoles, pero para mí la mayor sorpresa no fue histórica, ni demasiado artística. Lo mejor fue la visión de los murales que adornan este lugar de recogimiento, supongo. Al lado de clásicas escenas de la orden se pueden observar un montón de hermosas y aladas chicas que parecen mamachichos más tapadas. Aunque la estrella es una monja tapada, pero nada mística. Vamos, que la monja más admirada de Samos es igualita a Sara Montiel. Eso sí, una Sara Montiel de los tiempos de antes del cuplé. Cosas de monjes con página web.

Menos mal que a Berlanga no hay quien le arrebate sus obras maestras, libres y libertarias. Saber perder construye genios

Segundo desvío nada monacal, fiesta gastronómica en A Guarda con el bodeguero de izquierdas que mejor da de beber a la derecha, el centro, los nacionalistas gallegos y de otras patrias que guardar, Pepe Rodríguez. El cosmopolitismo de sus vinos le hace mirar mucho más lejos de los prehistóricos castros. Sin perder galleguismo.

Vuelta a casa, Madrid centro y treinta y cinco grados. Algunos amigos en París, con los últimos republicanos españoles que liberaron París. Otros, apurando el remate final de las rebajas. Así me encontré a Berlanga, en compañía de su hijo Jorge, y discutiendo sobre el guión de una película documental de humor negro, mortuorio y práctico, con la que quiere despedirse el cineasta que no estuvo en la liberación de París. No, el joven Berlanga, poeta en ciernes, enamorado, presumido, señorito y levemente republicano, se vistió el uniforme alemán y se fue a la guerra. A perder a Rusia. En compañía de nazis, fascistas y algunos despistados, aventureros o buscavidas que compusieron la División Azul. Berlanga y Ciges, hijos de republicanos, uno de padre encarcelado, el otro hijo de asesinado, fueron dos de los que no ganaron ninguna guerra. Berlanga, por no ganar, no gana ni en Valencia. El cine está regular, la Ciudad del Cine con atasco, el poder valenciano a la greña, y Berlanga despedido. Menos mal que a Berlanga no hay quien le arrebate sus obras maestras, libres y libertarias. Saber perder construye genios. A veces.

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