La cultura contra los excesos del mercado
El Estado protector de las artes frente a la libre competencia. Un viejo debate que vuelve a la actualidad. La Unesco prepara para septiembre un encuentro mundial sobre la diversidad cultural y su futuro.
El principio de la excepción cultural era, en el texto de los acuerdos del GATT donde nació en los años ochenta, cultural y religioso. Lo inventaron los técnicos del comercio mundial para justificar, entre otras cosas, que no se anunciaran en Arabia Saudí las bebidas alcohólicas o la lencería fina, o el tabaco en Estados Unidos. Nadie preveía entonces que el término acabaría siendo bandera de las pequeñas cinematografías, entre ellas la española. La excepción cultural pretende ser una ley que excluya al cine y a cualquier otro producto cultural del libre tráfico de bienes y servicios. Una ley que distinga, por ejemplo, las películas de las patatas. En el fondo, una ley para frenar (y para protegerse) de la cultura de masas imperante. Una cultura de masas que tiene en el cine a su industria pesada.
La industria de Hollywood copa el 85% del cine que se ve en todo el mundo
París, sede de la Unesco, acogerá, entre los próximos 20 y 25 de septiembre, la primera etapa de lo que pretende ser un debate definitivo sobre diversidad cultural (un término más tibio y ambiguo que ha sustituido al de excepción y que muchos creadores no aceptan). Catherine Trautman, ministra francesa de Cultura durante el Gobierno de Lionel Jospin, marcaba así la diferencia: "La diversidad cultural es nuestro objetivo, la excepción cultural es el medio jurídico para lograrlo".
Entre los países que defienden la resolución de la Unesco para crear un "anteproyecto de convención sobre la protección de la diversidad de contenidos culturales y de las expresiones artísticas" están Canadá, con el apoyo de Francia y Suiza, y la totalidad de los países francófonos, así como la mayoría de los países de América Latina, encabezados por México. En la otra orilla, Estados Unidos y (con matices) Reino Unido, Países Bajos, Dinamarca y Nueva Zelanda. En medio de todos, Italia (propone una tercera vía pactada con todas las partes) y, sin definir, hasta ahora, España.
La actual ministra de Cultura, Carmen Calvo, aseguró que con el nuevo Gobierno socialista España dejaría la posición ambigua y contradictoria que mantuvo el anterior Gobierno y seguiría el ejemplo francés, el único país europeo que ha logrado frenar -un poco- a la voraz industria del entretenimiento estadounidense. Eso sí, teniendo en cuenta ciertas peculiaridades de la industria española, advirtió el nuevo director general de Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), Manuel Pérez Estremera.
La Asamblea de Directores Cinematográficos de España (Adirce), que ha creado el Foro Permanente a favor de la Excepción Cultural, puntualiza sobre la situación de España: "Aunque haya que repetirlo hasta la saciedad, la excepción cultural es un principio aplicado hasta ahora tácitamente, que aspira a convertirse en norma legal. No supone ningún juicio de valor sobre las calidades de nuestra cinematografía, ni de ninguna otra". "La pelea", añaden, "consiste en buscar un resquicio legal -que si los tiene, son muy pocos- a la Constitución europea, donde no se hace referencia alguna a la cultura". En una mesa redonda celebrada recientemente en Madrid en torno a la excepción cultural, Manuel Gutiérrez Aragón explicaba la dificultad de llegar a un acuerdo entre tantos países: "Se da la aberración de que para tomar cualquier decisión cultural en el seno del Consejo Europeo se necesita unanimidad. Con sólo el voto negativo de un país se puede bloquear cualquier decisión. Tenemos que pedir que se reforme el voto por bloqueo y defender que esas decisiones se tomen por lo menos por una mayoría cualificada para que no suceda que uno o dos votos impidan cualquier cambio".
Una cuestión práctica que se suma a la vieja pelea teórica contra los que defienden que la libre circulación de mercancías culturales forma parte de un derecho fundamental del individuo y que lo contrario es peligroso nacionalismo cultural. Así, durante una de las rondas del GATT, dos cineastas del peso de Martin Scorsese y Steven Spielberg (entonces jóvenes cineastas) dijeron: "Si los artistas exigen la libertad de crear sin limitaciones, sus obras deben tener igualmente la libertad de viajar sin restricciones. No podemos cerrar nuestras fronteras, como no podemos hacerlo a nuestros espíritus". Una queja que choca con un dato: Hollywood copa el 85% del cine que se ve en todo el mundo.
En un artículo titulado La excepción y la regla (El futuro del cine español. La excepción cultural, Adirce/Fundación Autor) el cineasta Víctor Erice apunta una de las claves de la estrategia estadounidense: "Antes Estados Unidos podía amortizar sus producciones en el mercado interior y todo lo que ganaba en Europa era beneficio neto. Ahora el mercado interior sólo le sirve al cine norteamericano para cubrir entre el 40% y 50% de su coste, y por eso no se conforma con una parte del mercado de la Unión Europea: sencillamente lo quiere todo".
Más adelante, el director de El sur continúa: "Cuando se habla de producto cultural, ¿a qué se alude en realidad? Peliaguda cuestión de la cual no sólo los legisladores sino los llamados profesionales de la cultura huyen como de la peste. Lo sabemos: definir de una forma positiva, es decir, restrictiva, las obras o productos culturales entraña sin duda más de un peligro. Pero no hacerlo resulta mortal".
El director de La niña de tus ojos, Fernando Trueba, ha escrito el EL PAÍS: "Para que la libertad de elección del espectador exista hace falta primero que exista una oferta variada, que exista otro cine, y no sólo el de las grandes compañías americanas que controlan prácticamente todo el mercado audiovisual en España, en Europa y en el mundo entero". "No sólo", añade, "controlan la producción, sino, lo que es aún más grave, también gran parte de la distribución y la exhibición, incluso mediante prácticas que en su propio país están prohibidas por leyes antitrust para defender la libre competencia y que en Europa o no existen o no se aplican". Y el director de Los santos inocentes, Mario Camus, añade: "Los que de verdad han practicado desde siempre la excepción cultural han sido los Estados Unidos. No creo que en aquellos territorios se pueda mover con facilidad y sin obstáculos un promotor artístico con pretensiones industriales o un industrial que negocie material artístico".
Si la excepción (o diversidad) cultural sobrevive se sabrá en 2005, año en el que concluye la prórroga firmada por los Estados miembros de la Organización Mundial del Comercio para considerar la condición excepcional de ciertos servicios públicos (sanidad, educación, cultura...). De frente, una tediosa batalla burocrática cuyo fin es evitar que se pierdan las ayudas del Estado y que sea, además, cada nación quien decida su propia política cinematográfica. De fondo, otra batalla aún más alambicada: la que se libra contra la mano invisible del mercado, contra la cultura única. Un mercado que somete a la cultura para reducirla a cultura de masas, que somete a sus artistas para, irremediablemente, condicionar la forma y el contenido de su obra.
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