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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Relaciones de clase

Ya hace muchos años que el gran Jean Renoir imaginó, en Boudou salvado de las aguas, lo que le podía pasar a un burgués, letrado y de buen corazón, cuando un vagabundo a quien salva la vida se le mete en su casa y le destroza su mundo. También aquí un extraño, aunque no ya vagabundo, sino sencillamente un asesino a sueldo, es el que se mete literalmente en la empresa de dos socios que le contrataron para eliminar a un tercero. Y las consecuencias de esa introducción no tienen que ver ya con una amable, bien que corrosiva, comedia de tintes anarquizantes, sino con un completo drama, la denuncia, directa y sin tapujos, de cómo funciona hoy por hoy el capitalismo rapaz en un país cualquiera del Tercer Mundo... e incluso puede que en otras partes del planeta.

EL INVASOR

Dirección: Bruno Brant. Intérpretes: Marco Rica, Alexandre Borges, Paulo Miklos, Mariana Ximenes, Malu Mader. Género: drama criminal. Brasil, 2001. Duración: 97 minutos.

Porque lo que precipitará el torvo Anísio (Miklos) con su mera presencia ante los dos socios, Iván y Gilberto (Rica y Borges), es simplemente la tragedia. Un drama que deriva del arrepentimiento de Iván por su actuación, pero un arrepentimiento que, como diría Apollinaire, vale en su caso lo que el mordisco de un perro a una piedra: nada. O sí: sólo su precipitada, abrupta caída, anunciada desde que la trama comienza.

El invasor es una película que parece rodada en condiciones no demasiado boyantes de producción pero, en cambio, exhibe un tono nervioso y behaviorista, contagiado de los modos del documental, y sobre todo, conecta con lo mejor del gran pasado del cine negro: con la voluntad de trazar un cuadro social de relaciones entre clases para denunciar la rapacidad de la más poderosa y los modos que tiene de mantener esa condición saltando impunemente por encima de las barreras de la ley.

Y nos recuerda muchas cosas: por ejemplo, a qué conduce la estulticia de esa misma clase social alta (aquí representada en la caprichosa hija del difunto, Marina); por ejemplo, la facilidad con que un tiburón sin escrúpulos puede medrar en un medio de tiburones más irresolutos que él; por ejemplo, que la criminalidad y la mala vida son ni más ni menos que el capitalismo con otras máscaras. Todo en el filme es duro e inclemente, empezando por su fotografía y acabando con su música, unos raps de letras desgarradas y sonido impertinente. No deja indiferente, y en su haber cuenta su voluntad de denuncia, su afán de discurso; y aunque nos llegue con retraso, es mucho mejor que la mayor parte del cine criminal que viene del otro lado del océano.

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