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OLÍMPICAMENTE | Atenas 2004
Columna
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Dedicatoria

La noche de entrega de los Oscar de Hollywood los actores que se llevan una estatuilla suelen dedicársela a sus padres, presentes o ausentes. Es una forma de gratitud mediática que dispara la emoción tanto de los actores como del público. En los Juegos observamos un fenómeno parecido. Tras el esfuerzo que les ha llevado a la victoria o una participación largamente trabajada, los atletas se acuerdan de sus progenitores con el deseo de que se sientan orgullosos de ellos.

El nadador palestino Raad Aweisat destacó los esfuerzos de su padre para que él pueda estar en Atenas pese a las terribles circunstancias por las que atraviesa su país. Pero la gratitud y la dedicatoria incluyen a veces argumentos de película, como el que contiene la reflexión del luchador estadounidense Tokara Montgomery: "No veo a mi padre desde hace cinco años, pero su corazón siempre está conmigo y me dará la fuerza necesaria para pelear por una medalla". Se da la circunstancia de que el señor Montgomery padre está en chirona cumpliendo una condena por doble homicidio hasta 2034. Me lo imagino en la sala de televisión, rodeado de temibles y musculosos presos tatuados de pies a cabeza, presumiendo de hijo luchador.

En el caso del gimnasta italiano Yuri Chechi, la dedicatoria tiene un alto contenido de emoción, que quedó plasmada en una frase de las que, cada día, se recogen en estas páginas: "Hace un año mi padre se estaba muriendo debido a una infección bacteriana. Un día, aunque estaba sedado, tuvo un momento de lucidez. Le habría dicho casi cualquier cosa con tal de no perderlo y le prometí que, si se curaba, volvería a competir en unos Juegos. Abrió los ojos y con una mirada me hizo entender que había aceptado la promesa. Estoy contento de haberla mantenido". Resulta que Chechi tiene 35 años y, en principio, quizá no pensara en participar, pero, por sentido de la coherencia, hizo todo lo posible para estar en Atenas y se llevó la medalla de bronce en anillas.

Entre tanta retórica competitiva, resulta gratificante comprobar que algunos atletas sólo actuan para sentirse bien consigo mismos y para que los suyos -amigos, padres, novias, hermanos- se sientan orgullosos de lo que hacen. Por supuesto que algunos padres de deportistas son insoportablemente exigentes y mezquinos, pero otros se mantienen, como el señor Montgomery, en un discreto segundo plano. Y me imagino que, además de esos padres comprensivos, tan abnegados como la madre de Dani Pedrosa en el anuncio de Cola-cao, están los que, habiendo humillado y despreciado a sus hijos, lograron que se rebelaran hasta convertirse en los mejores atletas de su especialidad. Azuzados por una forma creativa de resentimiento, ahora les restriegan sus victorias y sus gestas por la cara.

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