Un genio de ida y vuelta
Gervasio Deferr supera sus problemas y repite el título olímpico de salto que logró en Sidney hace cuatro años
Del cielo al infierno para volver otra vez al cielo. Eso sólo puede hacerlo un tipo genial. Gervasio Deferr, campeón olímpico de salto en Sidney, hace cuatro años, repitió una hazaña sólo reservada a los grandes privilegiados del deporte, pero que se agranda todavía más por las condiciones en que lo ha conseguido. Tras fallar nuevamente en suelo, su mejor aparato, como le sucedió en 2000, pero, sobre todo, después de haber pasado un calvario por un control antidopaje positivo con hachís en 2002; por problemas físicos que le llevaron incluso al quirófano, y por la muerte de un hermanastro en un accidente, ha vuelto a la gloria.
En apenas cinco meses, sólo esta temporada, Gervasio Deferr se ha preparado para volver a la cumbre que había alcanzado y que, con su carácter extravertido, parecía haber perdido para siempre. Pero Gervi, capaz de lo mejor y de lo peor, ha renacido de sus cenizas. También con fortuna, ya que el salto es el aparato de la gimnasia más imprevisible y él ganó en la lotería porque también perdieron los demás. Pero se dice que para conseguir las cosas, con fortuna o sin ella, hay que estar en el momento oportuno en el lugar apropiado. Y Deferr ya ha estado dos veces.
Tenía su gran ocasión y la aprovechó. Cuando levantó los brazos, sabía que el podio era seguro
Ha pasado un calvario: lesiones, un positivo por hachís, la muerte de su hermanastro...
A sus condiciones físicas extraordinarias ha unido Gervi una capacidad mental asombrosa para soportar también el duro trago de perder a su hermanastro en un accidente de tráfico el pasado 25 de abril. El irse a Madrid desde Barcelona para entrenarse con el equipo nacional le ha ayudado mucho. Quizá en solitario habría sido imposible, aunque él ha tenido siempre en mente a su entrenador, Alfredo Hueto.
El equipo español de gimnasia había hecho la mejor competición olímpica de su historia e incluso había rozado el podio con Rafael Martínez en el concurso múltiple individual y con el propio Gervi en suelo. Pero le faltaba la medalla. Y tenía que ser él, maldito en su mejor aparato y bendecido en el que también es apropiado para su físico, de centro de gravedad bajo y piernas potentísimas, pero que no lo domina tanto. Buena prueba de ello es que presentaba en el concurso de Atenas los dos saltos con nota de partida de dificultad de 9,90 puntos, no de 10, como la mayoría de sus grandes rivales. No había tenido tiempo de preparar, por ejemplo, los dobles mortales con carpa impresionantes que se vieron ayer. En la final, los gimnastas se la juegan y el que clava las salidas es medalla segura. Deferr necesitaba clavar alguno de los suyos y que los demás fallaran incluso en la ejecución. Y eso fue lo que ocurrió.
El concurso empezó bien para los intereses del español. El rosario de caídas lo inició el ruso Bondarenko, plata en Sidney, que cayó en ambos saltos de bruces, de forma impresionante, lesionándose en el segundo. Acabó desconsolado. El húngaro Gal clavó sólo uno de sus saltos, pero no era de los peligrosos como el búlgaro Yanev, que se salió en el segundo de las líneas de salida. Y el chino Li Xiaopeng, campeón mundial en 2002 y 2003, se sentó en el primero perdiendo toda posibilidad. Sólo el letón Saproneko subió la presión y puso el oro caro. No clavó ninguno de sus saltos de 10, pero se fue a 9,706 con dos puntuaciones de 9,712 y 9,700. Al final, sería plata. El canadiense Shewfelt, oro en suelo, otro especialista de los aparatos de potencia de piernas, falló en las dos salidas, aunque se colocó detrás de Sapronenko, con 9,599.
Deferr tenía su gran oportunidad y pareció desaprovecharla en el primer salto. Lo mismo que Shewfelt, no clavó el final de su Yurchenko (la gimnasta rusa que lo inventó, apoyando primero las manos en el suelo) con un mortal y doble giro medio sobre el eje longitudinal. Necesitaba clavar el segundo, un Tsukahara (su inventor) o rondada, extendido, también con doble giro y medio sobre el eje longitudinal. Y lo logró. Cuando levantó los brazos, sabía que el podio era seguro. Con 9,737 ya era plata.
Sólo quedaba el rumano Dragulescu, uno de sus rivales tradicionales, subcampeón del mundo de 2003 y gran especialista. Hizo un primer salto extraordinario y el 9,900, la máxima nota de la noche, le dejaba con el oro casi en el cuello. Pero necesitaba no fallar en el segundo. Y falló. Se desequilibró y se fue fuera de las líneas y de la colchoneta. Bajó hasta el bronce. El oro era otra vez de Gervi.
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