Los peligros de la ópera al aire libre
La ópera llegó anteanoche por primera vez al Festival Shakespeare de Santa Susanna (Barcelona). Llegó de la mano del británico Benjamin Britten (1913-1976) y de la tercera y más críptica obra de su amplia producción lírica, La violación de Lucrecia (1946), en un montaje coproduccido por el festival en colaboración con el Instituto Valenciano de la Música y confiado escénicamente a la directora teatral Carme Portaceli y musicalmente a Joan Cerveró, que pese al conjuntado trabajo, en general, del reparto vocal no logró atrapar al público, que prácticamente llenó el auditorio al aire libre de la masía de Can Ratés, en buena parte por la plana y poco contrastada dirección musical de Cerveró.
Programar ópera al aire libre tiene peligros y el principal es el dejar a los cantantes desprotegidos en un escenario abierto que no ayuda a proyectar las voces y menos cuando éstas no son grandes. Anteanoche quedó claro que la ópera, con títulos bien seleccionados, es un género con posibilides en el bello marco del Festival Shakespeare si, en ausencia de un escenario cubierto, se puede contar con una campana acústica que impida que las voces se pierdan en aparte antes de llegar a las gradas del público. Fue problamente la precaución de Joan Cerveró por no tapar lo que de esas voces -algunas de ellas bellas pero ninguna grande- llegaba al público lo que le llevó a prescindir de las dinámicas, de gran importancia en la partitura de Britten. La consecuencia fue una dirección plana que restó efectividad a la meticulosa y precisa orquestación que con sus constantes contrastes subraya de forma efectiva la acción y por ende provocó la sensación de monotonía en el público.
La inocencia violada es un tema recurrente en la obra de Britten, pacifista declarado, pero es en La violación de Lucrecia la única vez en que el tema lo aplica a una mujer, en este caso la casta esposa del cónsul Collatinus violada por el príncipe Tarquinius, hijo del último rey etrusco de Roma. Carme Portaceli traslada la acción del siglo VI antes de Cristo a la actualidad en una sobria puesta en escena, con escenografía de Paco Azorín, director del festival, en la que delimita el guerrero y bravucón mundo masculino del armonioso y pacífico mundo femenino cofinando a Lucrecia, su nodriza y su criada, todas vestidas de blanco, a una enorme cubeta llena de arena de color rosa con un jardín de flores que Tarquinius pisa en su entrada a la casa, adonde llega con una potente moto en una impactante entrada en escena. El coro, que Britten reduce a un tenor y una soprano, los coloca acertadamente sobre un puente con sillas y 18 monitores de televisión que cruzan el escenario y desde el que explican y comentan la acción. Desaprovecha, sin embargo, Portaceli las posibilidades que las pantallas le ofrecen para transmitir mensajes.
Del conjuntado trabajo de los ocho cantantes destacaron la belleza y luminosidad de la voz de la soprano Ruth Rosique en el papel de Lucía y la solvencia del bajo Iván García, preciso y contenido en su Collatinus. Correctos el Junius del barítono David Rubiera, la Lucrecia de Marina Pardo, más mezzosoprano que contralto, y el coro masculino del tenor José Luis Casanova. Discreta la Bianca de la mezzosoprano Assumpta Cumí, el Tarquinius del barítono Marc Canturri, bastante limitado como actor, y el coro fememino de la sorpano Alicia Ferrer.
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