Sudor y lágrimas de una histórica
Paula Radcliffe, la gran favorita, se retira en el km 36 y el oro es para la japonesa Mizuki Noguchi
Lord Byron, romántico, muerto febril junto a olivos y almendros, en apoyo de una causa perdida, podría haberse llamado Paula Radcliffe, rebelde contra el destino de haber nacido mujer, de haber nacido cerca del siglo XXI, de haber sido atleta. Radcliffe buscó la gloria en Atenas, entre Maratón y la capital griega. La buscó en el recorrido de 42,195 kilómetros que hace miles de años corrió un soldado griego, entre olivos y almendros, junto a túmulos de soldados muertos. Buscó su foto única, coronada de laurel. Radcliffe no llegó a Atenas. Heroína trágica de una historia que debería haber sido gloriosa, la británica se retiró a seis kilómetros del final, cuando el sol que la había torturado, que había abrasado su piel tan blanca, ya se había puesto; cuando se encendían las primeras luces en Atenas, allá abajo, tan cerca.
La británica detuvo su cabeza bamboleante. Giró los ojos. Lloró. Volvió a intentarlo por respeto a su mito. Se acabó
Primero, se paró. Detuvo su cabeza bamboleante. Giró los ojos en sus órbitas. Las lágrimas empezaron a empapar la tirita que le abre las aletas de la nariz. Lloró. Volvió a intentarlo, empujada por los ánimos del público tras las vallas, por su propia responsabilidad, por respeto a su mito. Finalmente, volvió a sentarse. Se sentó sobre la hierba de la mediana. Se acabó. Se consumó la tragedia de la mejor maratoniana de la historia, allí, en la ruta de Maratón. Donde nunca querría que se hubiera producido.
Sobre un asfalto hirviente, 35 grados, 31% de humedad, la gloria fue para una diminuta japonesa, Mizuki Noguchi, 1,50 metros, 40 kilos, insensible al sufrimiento. Su tiempo, 2h 26m 20s, fue el segundo más lento de un maratón olímpico. El calor, la hora inhumana en que se corrió -las seis de la tarde-, castigó a todas.
En abril de 2003 un brote de locura generalizada invadió el mundo del atletismo sintetizado en una pregunta sin respuesta: ¿Alguna vez la mujer correrá tan rápido como el hombre? La culpa era de una sola mujer, de una británica meticulosa, tenaz, irredenta en su lucha contra el destino, llamada Paula Radcliffe, que en el de Londres había dejado el récord femenino del mundo en 2h 15m 25s, a diez minutos apenas del masculino. Tal gesta convirtió a Radcliffe en una figura fuera incluso del ámbito del deporte. Pero, como sabe todo atleta que practica el deporte al más alto nivel no sólo por dinero, no sólo por gloria, sino también por placer, por el gusto de lograr extraer del cuerpo todo su potencial, el clímax, el momento cumbre, no es un récord o un título mundial. Lo más de lo más es, como el pendiente que su madre le regaló hace ocho años -cinco aros olímpicos de plata- le recuerda permanentemente a Radcliffe, ganar el oro olímpico.
Las últimas noticias sobre Radcliffe habían sido preocupantes. Corrieron rumores sobre visitas de última hora a una clínica de Múnich por una lesión en los tendones. Se habló de un súbito bajón de forma. Y a todo ello Radcliffe, la atleta que come filetes de avestruz y verduras crudas, bebe jugo de germen de trigo, duerme en cámaras hipobáricas y se baña en bañeras llenas de cubitos de hielo, respondió colocándose en la cabeza desde el primer kilómetro, manteniendo un ritmo insensato bajo el calor, intentando reventar a todo el grupo. Pasado el medio maratón, sólo media docena de rivales le resistían. Ya sólo la etíope Alemu, la keniana Ndereba, la japonesa increíble..., parecían capaces de aguantar. Hasta que sucedió lo impensable. Kilómetro 25: ante un cambio de ritmo de Noguchi, Radcliffe empieza a dar síntomas de flaqueza. Empieza a quedarse atrás. En el 27, cuando un nuevo tirón deja a la nipona sola, por delante de Ndereba y Alemu, Radcliffe ya es una sombra distante. Y entonces, cuando ya parecía todo perdido, fue cuando, con su enorme sentido de la grandeza, se rebeló contra los obstáculos de la naturaleza, contra sus limitaciones. Radcliffe no se rindió. Se vació. Alcanzó a Alemu. La adelantó. Se lanzó decidida a por Noguchi. Y parecía que acabaría remontando, que su imagen dolorosa pisando la pista del estadio Panathinaiko entraría en la iconografía del deporte. Pero su sueño sólo duró cinco kilómetros más. En el 36, a las dos horas y seis minutos de haber iniciado la conquista, Radcliffe se paró. Su imagen sentada, llorando, será la que pase a la historia.
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