Miradas
La televisión ha hecho mucho por el deporte. Y al revés. El deporte ha llenado las programaciones y ha subido las audiencias. A través de la pequeña pantalla los aficionados podemos seguir a nuestros equipos en tiempo real por distantes que se encuentren los lugares de las competiciones. Pero no es sólo eso. Las jugadas, las carreras, los saltos o los lanzamientos, cualquier incidencia que suceda durante el evento, la podemos ver una y cien veces, de cerca y de lejos. La televisión nos permite, así, apreciar cosas que antes estaban reservadas a los participantes. Por ejemplo, sus miradas.
Y en esto de las miradas de los deportistas la variedad es enorme. Los deportes de equipo proporcionan, sobre todo, miradas de complicidad. En el fútbol, por ejemplo. El jugador que pasa ve el desmarque de su compañero y le envía el balón. Luego, si la jugada ha culminado exitosamente, ambos se miran con satisfacción y, sobre todo, con complicidad. Y la televisión nos ha permitido disfrutar de todo ello. Miramos cómo se miran y disfrutamos. Otras veces, sobre todo también en los deportes de equipo, las miradas son airadas, de desafío. Hacia el árbitro con el que se discrepa o hacia un adversario al que se quiere amedrentar tras alguna entrada más dura de lo razonable.
En el atletismo, sin embargo, las miradas de los competidores son, sobre todo, para buscar información. El corredor mira a los lados para tratar de ver dónde están sus contrarios. Busca información sobre sus rivales. Algunos, como Fermín Cacho, de forma casi compulsiva. Los saltadores miran de forma automática a la grada en busca de su entrenador cuando fallan. También tratan de obtener información acerca del movimiento equivocado. Los hay, muy pocos, como Rafael Blanquer en sus últimas temporadas, que no lo pueden hacer. Son aquéllos que han acumulado suficiente sabiduría para entrenarse a sí mismos.
En los días transcurridos desde que comenzaron las pruebas de atletismo en estos Juegos hemos, visto, empero, otras miradas distintas. Por ejemplo, durante la impresionante final de los 10.000 metros. Cuando, a falta de tres kilómetros, Sihine y Bekele se dieron cuenta de que Gebrselassie se había empezado a descolgar volvieron la vista atrás. No buscaban información, la transmitían. Le decían al maestro, con sus miradas, que le iban a esperar, que aguantara, que entre los dos le llevarían hasta el podio. Y lo intentaron, aunque la osadía de Kiprop, que, con toda seguridad, también vió las compasivas miradas, dio al traste con el rescate. Los dos etíopes bajaron el ritmo y Gebre se unió a ellos, pero un cambio de ritmo del ugandés descolgó definitivamente al que durante muchos años ha sido el indiscutible rey del fondo.
Más adelante, en esta misma final, hubo otra mirada significativa. Faltaban 500 metros cuando Bekele decidió dar el último tirón. Antes de hacerlo, se puso al lado del que había sido durante mas de 5 kilómetros su compañero de fuga, Sihine, y le miró. Esta vez tampoco buscaba información. Intentaba, sencillamente, decirle hasta luego, hemos llegado juntos hasta aquí, pero me debo marchar ya. Y Sihine le devolvió la mirada. La suya fué una mirada aquiescente, de reconocimiento hacia quien es ya el nuevo rey.
Anteayer, en los extraordinarios cuartos de final de los 100 metros, pudimos ver otras expresivas miradas. Fueron las de Asafa Powell durante la quinta serie. Habían transcurrido poco más de 40 metros cuando, recién recuperada la verticalidad, miró a su rival Greene, que le había tomado una ligera ventaja. Giró un poco más la cabeza para asegurarse de que no venía nadie y se relajó. Unos metros más adelante volvió a buscar a Greene con la mirada y cambió un poco el ritmo, sin alterar un ápice su relajación, para acercársele. Dos miradas que buscaban, pero que, sobre todo, proporcionaban información. Porque, cuando un corredor de 100 metros mira y se relaja, vuelve a mirar otra vez y cambia y, después marca un crono de 9,99s, nos está diciendo a gritos, con sus miradas, que está que se sale. Que puede ganar. Asafa, con su controlada carrera del sábado, se convirtió, para muchos, en el favorito. Sin embargo, anoche, en la final más rápida de la historia, acabó quinto. Enfrascado en su duelo con Greene, el mejor del último decenio, al que había batido en sus tres últimos enfrentamientos, se le olvidó mirar a Gatlin, el nuevo campeón olímpico.
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