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Tinto de verano
Columna
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Valentina

Valentina llega a casa y se tira un pedo. Como te lo cuento. Es darle un beso y tirarse un pedo. Vaya, vaya, con Valentina. Pero, lejos de molestarnos, ese detalle impropio de una princesa, el redoble de tambor que hace el pedo de Valentina provoca el entusiasmo general. Ahí no queda la cosa, detrás del ruido, igual que detrás del rayo, viene la consecuencia: el olor espeso del gas valentinesco se funde con el olor de nuestra higuera, que es, hoy por hoy, la niña bonita de las plantas de mi santo, ese intelectual hortelano, y con el olor vienen los comentarios de alabanza a Valentina: "Qué bien le funciona el estómago a Valentina, parece mentira", "Valentina no retiene los gases como hacen otras, Valentina los expulsa", "Valentina sabe latín". Nos sentamos en el jardín, Valentina desde su trono aristocrático observa cómo se mueven las hojas de la higuera. Valentina parece pensar: si ellos se van a los Estados Unidos de América, ¿quién se comerá estos higos? Qué observadora es Valentina. Hace tan sólo un mes yo habría hablado con su madre, la guionista Ángeles González Sinde, de temas polémicos como la excepción cultural o bien de esos temas pedorros en los que finalmente terminan todas las conversaciones de los profesionales del cine: ¿qué hay de cierto en el tan cacareado romance Bardem-Rueda?, ¿es verdad que la mítica frase "un poquito de por favor" fue invención de Fernando Tejero y no de los guionistas?, ¿cuánto lleva recaudado a estas alturas Isi / Disi, esa cima del cine español? Pero esta vez todo es distinto: Valentina acapara la atención. Qué piernas tan largas tiene Valentina. Ésa es una gran ventaja que va a tener en la vida. Con unas piernas como las de Valentina, pienso, mi vida hubiera sido distinta, más fácil, porque teniendo las piernas cortas debes trabajar mucho más, demostrar continuamente lo que vales. Tener las piernas cortas te genera mucho estrés, la verdad. ¡Alarma!: Valentina hace un puchero. Y entonces todos nos ponemos tristes. Todos imitamos el puchero valentinesco: mi santo, la guionista de los dos Goya y yo. Todos con la mueca del puchero. Ángeles, guionista, y sin embargo madre lactante, toma en brazos a la princesa y le da el pecho. Comentario general: qué bien se agarra Valentina. Yo le pregunto a mi santo: ¿tú has visto alguna vez una criatura que succione tan bien? Y él dice, nunca. Nos quedamos callados para escuchar cómo Valentina ronronea de felicidad y cómo de vez en cuando hace chup al chocar sus labios con el pezón. Valentina suelta la teta. La princesa está sudando y hace unos estiramientos que se diría que Valentina hizo pilates dentro del vientre materno. Viendo cómo se alarga hacia atrás le digo a su madre, seriamente, que Valentina puede tener un gran futuro para el salto sincronizado de trampolín. Claro, que para esa modalidad necesitará otra Valentina con la que sincronizarse, y eso es tan difícil... Yo tomo en mis brazos a la diosa, le doy golpecillos en la espalda. La diosa de un mes eructa. Aplauso general. Entonces, le digo a mi santo: ¿cuánto hace que no tenemos una cabeza tan pequeña en el hombro, diecinueve, veinte años? Yo quiero una como Valentina, le digo, quiero una. Y mi santo dice: "Pues que se te vaya quitando esa idea de la cabeza". Pero no sé por qué me da que lo dice con la boca pequeña.

ENRIQUE FLORES

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