Iberia
DE MONASTERIO EN MONASTERIO, así transcurre mi veraneo. De las suavidades, las encrucijadas, las rías y unos caldos, que nos hacen melancólicos y felices desde los tiempos de don Pedro de Soutomaior hasta estos del agro-pop en el Morrazo, me escapo en plan groupie a los monasterios catalanes. Hay muchos, crecieron como el pelo del rey de Guifré y el bigote de su hija Emma, la abadesa. Me detengo en Sant Joan de les Abadesses antes de mi destino, Camprodon. No voy a comprar galletas -que sí- ni a surtirme de embutidos -que también-, sino de fan fatal de Rosa Torres-Pardo. Hace años caí en sus redes, en su extravertido, profundo, expresivo, alegre y ensoñador modo de transportar las emociones con un piano. La he seguido en grandes salas de conciertos o en pequeños y emotivos espacios, en el piano de García Lorca en la Huerta de San Vicente o en la casa de Alejandro Dumas, muy cerca de Cambó les Bains, allí donde Isaac Albéniz terminó sus días.
Celebrábamos el concierto en la misma casa que en los momentos finales de la guerra fuera la residencia de Negrín
En Camprodon nació ese genio ibérico que supo unir lo popular y lo elevado, lo refinado y lo bullanguero, el clavel y el aguardiente, el sol y el piojo. Español, catalán, pirenaico, vasco, parisiense, cosmopolita adorador de lo andaluz, de los barrios populares y de la buena vida. Albéniz, buen bebedor, fumador de habanos, amante del amor, genio del piano y revolucionario de nuestra música, de la música sin fronteras, ha reencontrado en su pueblo de nacimiento a la intérprete que toma el relevo de su otra gran intérprete, Alicia de Larrocha. Allí estaban las dos, en una noche de verano, en un monasterio, frente a frente, recibiendo las medallas que el pueblo de Albéniz concede para recordar a su hijo más querido. La veterana, sentada, escuchando atentamente a la joven. La magia enrevesada de Iberia, una obra llena de dificultades, tan complicada que al mismo Rubinstein le parecía imposible de tocar: "Tendría que pasarme la mitad del tiempo recogiendo del suelo las notas que no daría en su sitio" -como me recuerdan dos conocedores de Albéniz, José de Eugenio y Justo Romero, que también estaban allí como destacados groupies ibéricos. Torres-Pardo lo consiguió, nos emocionó. Está grabado, lo podrán escuchar. Espero que también lo pueda escuchar una señora del público, una marquesa con casa en Camprodon que, en el mejor estilo de aquellas aristócratas que dibujara Serafín, se empeñó en acompañar la colorista música con su enjoyada pedrería fina. Una excepción, los aristócratas, burgueses o payeses de Camprodon, fueron público generoso y receptivo. Hubo fiesta en una de las más singulares casas de ese pueblo que enamoró a Serrat, a gran parte de la burguesía ilustrada, a la textilencia barcelonesa y a los amantes de la butifarra en general. Ibéricos de toda condición celebrábamos el concierto en la misma casa que en los momentos finales de la guerra fuera la residencia de Juan Negrín y su familia. Desde allí se organizó esa trágica salida de los republicanos españoles, de aquellos que tuvieron que escapar al exilio francés, a sus campos de refugiados o al maquis. Gracias a ellos, en un día como estos del final de agosto, hace 60 años, se pudo entrar en París con tanques de nombres ibéricos. Ahora, en Camprodon, es de justicia recordar lo sobrecogedor de aquella huida, de aquellos españoles que nunca pudieron escuchar una de las más emocionantes evocaciones a esta tierra que una vez compuso otro español transterrado.
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