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Mi visión de 'El viento'

Eduardo Mignona quiere filmar una historia cuya idea nació cuando investigó la inmigración galesa en la Patagonia y la tozudez y fortaleza de esos pioneros que fundaron pueblos y ciudades; familias que mantuvieron el espesor de sus tradiciones, se acriollaron y aún así rendían culto a sus bardos, a su forma de construir y a la sagrada condición de criaturas de Dios. Con Graciela Maglie hicieron el guión al que titularon El viento. Me gusta mucho el titulo; expresado en voz alta escancia sonoramente la meseta empolvada constantemente por un viento incansable; los árboles sí se cansan y terminan creciendo inclinados para el lado del soplido.

Sé que también el filme puede llamarse Las cosas en orden, que tal vez me entusiasme más porque nos habla de esa ternura ordenadora con la que los viejos escarban en fotos, fetiches, documentos y papeles amarillos para armar el pasaje final con pulcritud de hombres hechos y derechos. José Osorio , de padre vasco y madre galesa, terminó siendo Frank para todo el mundo, según la decisión testaruda de la madre isleña; viudo con su joven hijita en la soledad de las estancias donde patrones ricos e influyentes acababan moldeando moral, conveniencias y silencios. Una tragedia en la que si hubo un ay, un golpe, o un tiro, quedó en sordina, acolchado por horizontes y ríos sin medida. Una nieta médica en Buenos Aires, el viaje de Frank, su único viaje para rescatar la memoria, el afecto, las hilachas de un amor incierto. En esa ciudad intensa de tanto ruido, tanta gente y tantas pasiones, Alina, su nieta, le muestra los lazos complicados de inusitada intensidad, en un carrusel urbano donde Frank no accede fácilmente a los códigos del vértigo. Duffour, Gabi, Diego repletos de amor y de miedo no alcanzan a ordenar sus almas, que Frank intenta evaluar trazando de un modo primitivo pero eficaz la raya que separa el debe y el haber, como en las viejas libretas de hule de los ramos generales de campaña. Hace mucho tiempo que no visitaba como lector y actor los contornos de la ternura, del paisaje patagónico, de la cosmópolis, con los ojos un poco ingenuos, la pizca de picardía con que Frank tiñe sus recientes relaciones y el recuerdo de su padre, el viejo Osorio, y de Amadeo, el perro que eternizó en muchos otros el nombre de un crack de fútbol.

Una historia conmovedora. Ojalá que pudiésemos rendir tributo a un tema que habla de paisajes, seres y contradicciones tan rigurosamente argentinos. Para eso, tenemos que hacer un buen filme. Lo haremos.

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