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Alguien está cometiendo un craso error

¿Alguna vez han leído ustedes dos o tres noticias y, al poco rato, han empezado a darse cuenta de que no casaban, de que las piezas del rompecabezas sencillamente no encajaban? La mañana del martes 22 de julio tuve esa sensación. Leí tres noticias distintas sobre los ejércitos estadounidense y británico que, por separado, eran perfectamente comprensibles, pero cuando se leían juntas resultaban profundamente preocupantes. Y, nos guste o no, ésas son las dos fuerzas armadas que tienen las funciones más duras en Irak y Afganistán. Si los ejércitos estadounidense y británico están en apuros, las repercusiones proyectarán una larga sombra en toda la historia de las misiones para el mantenimiento y refuerzo de la paz.

La primera noticia, publicada en The New York Times, afirmaba que el ejército estadounidense se está viendo obligado, por su exceso de cometidos en Oriente Próximo y en otras partes, a llamar inmediatamente a filas a los soldados alistados, sin permitirles retrasar la entrada hasta el siguiente año contable. A muchachos de 18 años que se registraron para la próxima primavera se les está diciendo que se presenten inmediatamente en sus cuarteles. Al mismo tiempo, el número real de alistados ha disminuido aproximadamente en dos quintas partes, una clara señal de que las noticias de Faluya y Tikrit pesan ahora mucho más que la antigua tentación de "unirse al Ejército para aprender una profesión".

El servicio militar, y con eso me refiero al duro trabajo de ser soldado raso sobre el terreno, es un asunto serio y a la vez vital. Si uno no controla el territorio en cuestión, no controla realmente nada. El Ejército de Tierra estadounidense lo sabe, y por eso está acelerando su reclutamiento, ofreciendo primas por reenganche de hasta 10.000 dólares, e incluso reclutando a personas que salen de las Fuerzas Aéreas y de la Marina. Los expertos externos (aunque no los generales en servicio, que saltan a las órdenes del Pentágono) sostienen que el Ejército necesita al menos 40.000 soldados más, o que la Casa Blanca debería reducir las extensas obligaciones estadounidenses.

Sin embargo, la siguiente noticia del 22 de julio contradice esa idea. El Financial Times informaba de que el Ministerio de Defensa británico tiene intención de reducir las Fuerzas Armadas de su país en 34.000 soldados "para permitir que el Ejército eleve la inversión en armamento de alta tecnología". Imitando tontamente la creencia del secretario de Defensa estadounidense, Ronald Runsfeld, en las armas inteligentes, los aviones teledirigidos y las "capacidades de red", los estrategas británicos siguen ahora la creencia del Pentágono de que las guerras del futuro se pueden ganar electrónicamente. Para ser justos, los recortes del Ministerio de Defensa están provocados por presiones del Tesoro, algo a lo que las Fuerzas Armadas estadounidenses no han tenido que enfrentarse (aún). Pero toda política implica decisiones, y la evidencia que aporta la historia reciente da a entender que se están tomando decisiones equivocadas. Por supuesto, este plan provocará vívidas protestas en Gran Bretaña. Buena parte de las mismas serán emocionales. ¿Es realmente posible que los mandarines de Whitehall lleguen a desechar el Black Watch y otros regimientos famosos -escoceses, galeses e ingleses- que existen desde hace 300 años o más y han luchado en todas las guerras desde entonces, desde las campañas de Marlborough en el siglo XVIII hasta Irak en el presente? ¿Realmente quiere el Partido Laborista ofender al nacionalismo escocés, y al orgullo regional, y dar a los conservadores una posibilidad de recuperar el poder?

Pero éste no es un asunto de mera nostalgia. El hecho innegable es que lo que las instituciones militares británica y estadounidense necesitan y, francamente, lo que el mundo necesita para sus múltiples males, son unas fuerzas de tierra mucho más preparadas, profesionales y con un servicio de larga duración. La mayoría de los Ejércitos del mundo son penosos, con escasa experiencia de combate, escasa moral y pobre equipamiento, y están llenos de soldados que esperan pacientemente su pensión o son reclutados sólo durante dos años. Éste era el fallo de la alabada "coalición de voluntarios" presentada por Rumsfeld. ¿Cómo se podía esperar que las tropas filipinas, letonas y salvadoreñas aceptaran bajas en el centro de Bagdad? Sólo hay unos pocos ejércitos en el mundo con el esprit de corps y la potencia de combate necesarios en el mundo fracturado y desgarrado por las guerras civiles de hoy en día: los indios (incluidos los gurkas), los franceses, los turcos, los australianos, posiblemente los rusos, y los polacos, y finalmente, los estadounidenses y los británicos. Y, al menos en lo que concierne a los ejércitos estadounidense, británico e indio, cuando uno está inmovilizado en tierra por un enemigo, ayuda mucho poseer una fuerte tradición de regimiento, y tener soldados voluntarios y no conscriptos. Uno pertenece a los durkas, a la División 101 Aerotransportada, a la 5ª División del Punjab, a los Colstream Guards, al Cuerpo de Marines de Estados Unidos ("¡Semper fi!"), a la Legión Extranjera. Así que no va a caer bajo el fuego. El orgullo no se lo va a permitir.

Lo cual me lleva a la tercera e intrigante noticia del 22 de julio, la publicada por The Guardian de Londres, según la cual el primer ministro, Tony Blair, ha pedido a los ministerios de Exteriores y Defensa que desarrollen planes para ofrecer algún tipo de asistencia (o intervención) militar a Darfur, donde las matanzas, las mutilaciones y las violaciones masivas de las milicias árabes contra la población cristiana o de creencias animistas hacen que uno se atragante por el horror. Si alguna vez ha habido una causa digna para la intervención militar de la comunidad mundial, sería ésta, o incluso la del vecino Congo, donde las matanzas han sido aún mayores. Pero el Ejército británico, como su equivalente estadounidense, está excesivamente ocupado en Irak, Afganistán, los Balcanes, Chipre y dos docenas de lugares más.

El caso es que esos tres informes de prensa no casan. El reducido Ejército estadounidense está enviando desesperadamente tropas poco preparadas a los frentes de Irak y Afganistán. El Ministerio de Defensa propone recortar drásticamente los regimientos profesionales. Blair piensa en enviar una expedición a Sudán. Y, al mismo tiempo,sabemos que la Secretaría General de Naciones Unidas está llena de malos presagios, preocupada por la posibilidad de que el próximo resquebrajamiento social en África no despierte una respuesta efectiva en las naciones más ricas del mundo. Al fin y al cabo, éstas podrían replicar: "Nos gustaría ayudar, pero nos hemos gastado todo nuestro dinero en capacidades de alta tecnología y gestionadas en red". ¡Cuentos chinos! Todo el problema de la denominada "revolución de los asuntos militares" y la reducción del personal militar promulgada por Rumsfeld y sus subalternos, y ahora supuestamente adoptada por Whitehall, es que corre el peligro de interpretar horriblemente mal el futuro panorama de la seguridad mundial.

Me parece que a lo que Occidente se enfrenta no es al auge de una nueva superpotencia que le haga frente (al menos no en la próxima generación), sino al hundimiento en la guerra civil, los genocidios y el caos transfronterizo de unas naciones cada vez más desesperadas y golpeadas por la pobreza. No tenemos más que fijarnos en los peores temores del Banco Mundial y del Fondo de Población de las Naciones Unidas: que hacia el año 2050 nuestra actual población mundial de 6.000 millones de bocas (2.000 millones de las cuales se encuentran por debajo del límite de la pobreza) aumente probablemente a un total de 9.000 millones (de ellas, 4.000 millones por debajo del límite de la pobreza). No discutamos por las cifras concretas; el hecho innegable es que a lo largo de las próximas dos décadas extensas partes de nuestro planeta estarán ocupadas por sociedades destruidas, que solicitarán ayuda a la comunidad internacional, y especialmente a Naciones Unidas. ¿A quién acudirán Kofi Annan o sus sucesores en busca de la necesaria seguridad militar profesional? ¿Quién llevó el orden a Sierra Leona? (comandos británicos.) ¿A Timor Oriental? (el Ejército australiano.) ¿A Costa de Marfil? (el Ejército francés.) ¿No es evidente que se volverá a acudir a esos regimientos? ¿Pueden las Fuerzas Armadas de Nauru frenar el genocidio en Sudán occidental?

Hace siglo y medio, durante la guerra de Crimea (1854-1856), los generales del Ejército británico tomaron la decisión colosalmente estúpida de enviar 600 hombres de la caballería ligera a atacar a la artillería rusa bien preparada. El resultado fue un desastre, bien captado en el poema clásico de Alfred Lord Tennyson La carga de la brigada ligera. En su verso más famoso, Tennyson afirmaba que "alguien había cometido un craso error". La reducción de personal y el exceso de misiones del Ejército estadounidense y del británico no constituyen un desastre tan inmediato. Pero un futuro historiador militar bien podría observar las estrategias actuales de las Fuerzas Armadas y declarar que se estaba cometiendo un craso error.

Paul Kennedy es titular de la Cátedra Dilworth de Historia, director del Centro de Estudios de Seguridad Internacional de la Universidad de Yale y autor, entre otros libros, de Auge y caída de las grandes potencias. Traducción de News Clips. © Tribune Media Services International, 2004.

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