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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

En el centenario de la muerte de Antonin Dvorák

El Festival de Salzburgo recuerda al gran compositor

Antonin Dvorák vivió entre 1841 y 1904. Se celebra, pues, este año el centenario del fallecimiento de un compositor al que la memoria colectiva asocia fundamentalmente a sus tres últimas sinfonías y, en particular, a la conocida como del Nuevo Mundo. Es, en cualquier caso, Dvorák un músico como la copa de un pino, aunque no ha acabado de ser reconocido entre los imprescindibles absolutos.

El Festival de Salzburgo le ha recordado con quizá la obra más en consonancia con la conmemoración, el Requiem, opus 89 para solistas, coro y orquesta, escrita en 1890 y estrenada en el Festival de Birmingham del año siguiente. La obra funciona con toda probabilidad mejor en su faceta de concierto que en el apartado específicamente religioso. Salzburgo ha optado por una versión por encima de todo idiomática, con la Orquesta Filarmónica Checa y el Coro Filarmónico de Praga.

La elección ha sido sabia, no tanto por la brillantez del resultado artístico sino por la sensación de verdad transmitida. Y es que la orquesta y el coro han tocado y cantado con el corazón en la mano. La emotividad ha sido controlada con orden y rigor desde el podio, con lo que la combinación de cabeza y tripas ha sido tan eficaz como oportuna. Gerd Albrecht no es un director que utilice la fantasía en exceso pero es un magnífico constructor de obras sinfónico corales.

Seguridad

Es, por así decirlo, un arquitecto de la música tan sobrio y meticuloso que no se produce una sola gotera en el edificio. No tiene la magia del artista-estrella, aunque sí la solidez del profesional responsable que articula todo en función de la fidelidad estructural. La sensación de seguridad que transmite es absoluta, y así todo parece estar en su sitio. Sin aspavientos, sin afectación. Se agradece esta sencillez, esta naturalidad.

Además tiene muy controlado el oficio de concertador, con lo que el equilibrio de secciones y planos sonoros está garantizado. La versión de la obra es así más compacta que brillante. El cuarteto de solistas fue excepcional. De la categoría musical de René Pape y Monica Groop está dicho casi todo. Una vez más revalidaron anteayer su enorme talento. La sorpresa vino de las voces más jóvenes, la del tenor polaco Piotr Beczala y la de la soprano alemana Danielle Halbwachs, que sustituyó en el último momento a la finlandesa Soile Isokoski. El equilibrio vocal entre los veteranos y los más bisoños contribuyó decisivamente a la armonía de la velada.

Algunos momentos destacados surgieron del Agnus Dei, Pie Jesu, Hostias y Lacrimosa. Dominó, de todas formas, la unidad conceptual y la continuidad en el nivel interpretativo. Un concierto gratificante. Dvorák fue recordado con seriedad y recogimiento. A la altura que corresponde a su talento como compositor.

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