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Columna
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'Dopingpiadas'

Dopaje químico. Todo el mundo parece estar de acuerdo en el hecho: los XXV Juegos Olímpicos de la era moderna van a caracterizarse por ser el escenario no sólo de las competiciones deportivas previstas, sino de una lucha sin precedentes contra el dopaje. En cualquier caso, se trata de una lucha perdida desde el momento mismo en que fue declarada. El caso de los velocistas griegos Kenteris y Thanou, convocados a un control de dopaje al que no asistieron y aparecidos posteriormente en extrañísimas circunstancias, tras haber sufrido supuestamente un leve accidente de moto. Hacía tiempo que andaban detrás de Kenteris, un deportista atípico que apenas si participa a lo largo del año en pruebas y mítines, pero que en las escasas ocasiones en las que aparece se hace con el triunfo. Ahora, el que iba a ser el encargado de encender el pebetero olímpico se enfrenta a la peores acusaciones. Por cierto, resulta que el preparador de Kenteris es... ¡un multimillonario del negocio de la parafarmacia! No han sido los únicos, aunque sí los casos más espectaculares. En los controles previos a la celebración de los Juegos, una veintena de deportistas han dado positivo. Y ahí está el caso de las tenistas Serena Williams y Jennifer Capriatti, que sorpresivamente han anunciado su baja para Atenas. La sospecha de dopaje parece ser más relevante que la realidad misma. Marion Jones, heroína de los pasados Juegos de Sydney, es ahora vista poco menos que como una apestada, acusada por su ex marido de consumir sustancias prohibidas. Salsarosismo en las bambalinas olímpicas. A pesar de que nunca ha dado positivo, Jones se ha visto salpicada por el escándalo de los laboratorios californianos Balco, que producían el anabolizante THG, indetectable hasta hace un año, y que se sospecha fue consumido por muchos de los deportistas estadounidenses con más éxito.

Dopaje político. Resulta cómico escuchar al presidente del Comité Olímpico Internacional, Jacques Rogge, pidiendo a los atletas en su discurso de apertura que rechacen el dopaje y compitan con deportividad. Es cierto que Rogge, en la misma línea humorística, también reclamó la paz, la tolerancia y la amistad para todo el mundo. Lo hizo en el contexto de unos Juegos convertidos en una fortaleza asediada y en el que los anillos olímpicos, otrora símbolo de hermandad entre los pueblos del mundo, aparecen más distanciados que nunca. El yudoca iraní Miresmaeili, favorito para ganar la medalla de oro en la categoría de 66 kilos, se retiraba de la competición para no tener que competir contra el israelí Vaks, su adversario en la primera ronda. Mientras tanto, técnicos del equipo ruso de tenis eran retenidos en el aeropuerto por carecer de acreditación. Son sólo dos ejemplos de unos Juegos nacionalistas, más nacionalistas que nunca. No hay más que escuchar a los comentaristas deportivos.

Dopaje económico. Miro la foto de la top Naomi Campbell portando la antorcha olímpica por las calles de Atenas rodeada de guardaespaldas. Pasito a pasito, nada de apostura deportiva. A su izquierda, un guardaespaldas barrigudo, coloradete y con un inicio de rictus agónico en su cara. Los Juegos como mercadotecnia. Oportunidad única para comprar y vender. Por cierto, el equipo español de baloncesto no pudo entrenarse con su camiseta oficial porque la FIBA consideró que dicha prenda contenía un exceso de publicidad. Y es que, aunque no me lo podía creer, resulta que existen "estrictas normas que regulan la publicidad". Quién lo diría.

Crisis del olimpismo. Lo resumía perfectamente Santiago Segurola en el suplemento de EL PAÍS del pasado jueves: "¿Tiene sentido una fiesta del deporte vigilada por 70.000 policías y soldados, aviones Awac y misiles Patriot? ¿Tiene sentido celebrar algo en medio de tanta incertidumbre, de tanto temor, de tanta violencia? ¿Merece la pena creer en la limpieza del deporte, es decir, en la vieja e ingenua épica, cuando las noticias de fraude son constantes? ¿Podrán soportar las futuras ciudades candidatas la sangría de dinero que supone la organización de los Juegos? ¿Se ha llegado a un punto insoportable de colosalismo?"

Citius, altius, fortius. En el objetivo mismo está la trampa. La espectacularización del deporte, la conversión del deporte en industria justificada sólo en la medida en que se nos promete cada día más; ésta y no otra es la vía por la que el dopaje entra, necesariamente, en el Olimpo deportivo. A más efectividad en el control antidopaje, menos marcas y, por lo mismo, menos espectáculo. Así están las cosas.

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