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OLÍMPICAMENTE | Atenas 2004
Columna
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Sector crítico

Semanas antes de la inauguración, algunos colectivos se manifestaron ruidosamente para protestar contra la opulencia comercial de los Juegos y sus asfixiantes medidas de seguridad. Nadie les hizo caso, aunque algunos interpretan su presencia como una gota de inconformismo en un océano de convencionalidad. Para otros, en cambio, la convencionalidad radica precisamente en el hecho de que existan estas minorías disconformes. El olimpismo siempre ha tenido detractores y no deberíamos olvidar que el origen griego de la palabra "crítica" significa discernir, separar y evaluar, actividades nobles donde las haya.

Meses antes de los Juegos de Barcelona también se alzaron voces discrepantes pero fueron conatos de incendios rápidamente reprimidos y la única llama que se autorizó fue la que iluminó el arquero Rebollo. Los detractores olímpicos, sin embargo, han ido desarrollando un corpus ideológico que, en noches de duda filosófica, ayuda a completar una concepción compleja del mundo. Tomen nota: los JJOO son una tapadera para fomentar grandes movimientos de dinero, inversiones públicas marcadas por unos escrúpulos opinables, todo maquillado con la bonita máscara de la participación deportiva que, a la práctica, esconde intereses comerciales y oscuros entramados competitivos.

Cuando quien argumenta tiene capacidad dialéctica, el planteamiento suena a verosímil y uno consigue verle el lado diabólico a los miembros del COI. Luego, sin embargo, el esfuerzo de los deportistas, la plasticidad de según qué pruebas y la admiración que suscitan determinadas figuras dinamitan cualquier racionalidad y te devuelven al lado más espontáneo de la experiencia de espectador. Pero, mientras se suceden esas horas de retransmisiones de dudoso interés, no está de más estimular el cerebro con una gimnasia mental que combata las agujetas provocadas por los machacados mandamientos oficiales del olimpismo.

Hace poco, el filósofo Josep Maria Terricabras recordaba en un artículo el carácter elitista y endogámico de los sistemas de elección del COI, uno de esos detalles perfectamente aceptado y que pone en entredicho el pedigrí democrático que se pretende vender. A no ser que se refiera a la democracia que vio nacer los Juegos, aquel selecto club de privilegiados que, como recuerda Laurent Laplante en su panfleto titulado Pour en finir avec l¹olympisme [Para acabar con el olimpismo]: "En efecto, los griegos inventaron la democracia, pero, como se arrepintieron inmediatamente de haber cometido aquella imprudencia, no tardaron en limitar su ejercicio. Sólo tenían derecho a voto los hombres, sólo los hombres de determinado origen étnico, sólo los hombres de esa etnia que siempre hubieran gozado de libertad".

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