Mucho más que tocar animales
Más de 1.500 niños pasarán este verano por los Talleres de Naturaleza y Medio Ambiente del Zoo Aquarium de Madrid
Alguien se tira un pedo. Decenas de niños, de edades comprendidas entre los 5 y los 14 años, ríen pudorosamente. Se encuentran en las gradas de una de las piscinas del Zoo Aquarium de Madrid, situado en el corazón de la Casa de Campo. Los chicos se sientan con los chicos y las chicas con las chicas. Son cosas de la infancia; todavía no ha llegado el momento de mezclarse. Uno de los cinco monitores que se ocupa de ellos, Meto, manda guardar silencio. "Venga chicos, atended un momento". Pero ellos continúan riendo. Todo apunta a que la ventosidad pertenece a Pablo, pero éste, rojo como un tomate, culpa tímidamente a Fernando. Las acusaciones en cadena concluyen en el instante en que aparece Sonora, un ratonero de Harris. "Es un ave muy inteligente", dice Meto. Hace una pausa y añade: "Es de las pocas que caza en grupo". La alucinación se apodera de los presentes. Ahora ya sólo se oyen, a lo lejos, ruidos de animales.
"Voy a hacer un par de preguntas acerca de Sonora", anuncia Meto. El ave posa sobre su mano, que, enfundada en un guante, está a salvo de sus garras. "El que acierte podrá jugar con ella". Sonora está nerviosa y excitada. Sabe que es el centro de atención. "A ver", comienza Meto, "¿quién sabe...?". Varios niños levantan la mano. "¡Pero si todavía no he hecho la pregunta!", se queja, sonriente. Y es que los chavales, que han estado toda la semana conviviendo con la naturaleza y aprendiendo a respetar el medio ambiente, se muestran ávidos de conocimiento. Sus inquietudes se han desatado y resulta muy difícil ponerles freno.
Los afortunados, también los más rápidos en acertar las preguntas que Meto, con paciencia y tesón, les ha formulado, se hallan a uno y otro lado de la piscina. Los monitores protegen sus manitas con manoplas de diversos tamaños y les explican cómo tienen que sujetar un pedacito de carne cruda, uno de los manjares preferidos del animal.
Cuando todo está preparado, Meto anima a Sonora a que vaya en busca del alimento. El ave despega, vuela y aterriza donde estaba programado. Sonora come y los chavales, como segunda recompensa, aplauden con todas sus fuerzas. "¡Cómo mola!", grita un niño. "¡Qué pedazo de animal!", exclama otro. El momento es perfecto. Al percibir dicho contexto, la felicidad, que en ocasiones como ésta es incapaz de resistirse, se introduce en el cuerpo de todos. Y se nota por la expresión de sus rostros, en los que se dibuja una amplia sonrisa. Desde los ojos de un niño, cristalinos e inocentes, qué mejor imagen se le puede pedir a un día de verano.
Ésta es sólo una de las muchas actividades que, desde el pasado 28 de junio, se están llevando a cabo en las instalaciones del Zoo de Madrid. Son los llamados Talleres de Naturaleza y Medio Ambiente. Hasta el próximo 10 de septiembre, el departamento de Educación del Zoo espera "acoger a más de 1.500 niños". Son palabras de su directora, Teresa Blasco. Su equipo de monitores está compuesto por licenciados en Ciencias Medioambientales, Pedagogía y, al igual que ella, en Biología. Ellos son los responsables de esta idea, que ya llevan cuatro años poniendo en práctica. "Pretendemos que los niños vivan el zoo como si formaran parte de él", explica Teresa. "Pero lo que más nos interesa es educarlos en medio ambiente".
En estos talleres, los chavales no sólo "se entretienen en un entorno natural muy rico", sino que, "por encima de todo, aprenden a respetarlo". Teresa lo tiene todo muy claro. En su cabeza, la ecuación contacto directo más educación indirecta es igual a "éxito". Y éste radica en que los niños, sean de la edad que sean, disfruten de sus vacaciones en un espacio apartado de lo urbano para que conozcan más de cerca ese otro mundo, el de la naturaleza. Las horas transcurren entre verdes praderas, donde los monitores les presentan a todo tipo de especies, y el interior de aulas, donde con la ayuda de lupas, microscopios, ordenadores y pantallas de proyección profundizan sus conocimientos con otro de tipo de actividades, como asegura Teresa, "todavía más didácticas". Aunque una semana es "poco tiempo", el objetivo que se persigue es el de "convertirlos en auténticos conocedores y defensores del medio ambiente".
Muchos van más de una semana, como Shaila, Gala, Sara, Virginia, Claudia o Anaís. Se conocieron la semana pasada, pero ya son "muy amigas". Pero repetir no significa reiterar. Los talleres trabajan cuatro puntos de vista, uno por semana. El primero se centra en el tema de la evolución. El segundo en el del ciclo vital. Luego viene el que trata sobre las amenazas y, finalmente, el que lo hace sobre los sentidos. A todo esto es "importante añadir", cuenta Teresa, que los niños también visitan las instalaciones desde dentro. De esta forma, luego resulta "más fácil" hacerles comprender "la realidad de temas más complejos".
Mientras los niños se dirigen hacia el delfinario para ver de cerca las acrobacias de los delfines y conocer, entre otras cosas, el porqué de su anatomía, Meto, que no se separa de ellos ni un instante, resume la evolución de los chavales: "Vienen con la mentalidad de tocar animales, pero, cuando se van, sienten verdadero respeto tanto por ellos como por su entorno. Y eso es mucho".
Talleres de Naturaleza y Medio Ambiente. 130 euros por semana. De lunes a viernes, de 9.00 a 16.00. Zoo Aquarium de Madrid. Para inscribirse llamar al teléfono 91 512 37 70.
Educar para sensibilizar
"Aquí los educamos, no los traumatizamos". La directora del departamento de Educación del Zoo, Teresa Blasco, se refiere a que en los talleres de naturaleza y medio ambiente los niños conocen, en detrimento de su inocencia, conceptos como desarrollo sostenible y reciclaje. También reciben charlas acerca de lo que pasa en el mundo, como por ejemplo el desastre ecológico que supuso el Prestige. De lo que se trata es de sensibilizarlos.
Porque ella cree, y firmemente, que "un niño que ha visto y aprendido cómo son los animales, cómo viven y cómo se deben cuidar, es imposible que cuando tenga 20 años pegue tiros en el campo a un ave rapaz o juegue con fuego en un bosque".
Los padres, por su parte, "están alucinados". Y Teresa, para justificar el porqué de su alucine, explica un caso que hace que "el proyecto ya merezca la pena": el año pasado un grupo de niños de 10 años elaboró un acuario con cajas de cartón y plastilina. Por iniciativa propia, taparon el acuario con plastilina negra. Querían enseñar a sus padres qué era el Prestige. "Eso nos impresionó muchísimo." En esos momentos "ves que han comprendido las ideas que quieres transmitirles", sonríe. Y en su sonrisa cabe la de todos los niños.
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