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El Papa congrega a 300.000 personas en su misa en Lourdes

Juan Pablo II insta a los fieles a luchar contra el aborto y destaca la misión social de la mujer

Enric González

Juan Pablo II musitó unas palabras en polaco: "Pomorzie mi", ayudadme. Jadeaba, no podía continuar. Le acercaron un vaso de papel lleno de agua al altar y el Papa bebió penosamente. "Tengo que llegar hasta el final", dijo luego como para sí mismo, también en polaco. Y siguió oficiando la misa ante una formidable multitud congregada junto al santuario de Lourdes, unas 300.000 personas, entre ellas miles de enfermos e inválidos.

Poco a poco, el Pontífice recuperó el aliento y logró llegar al final de la ceremonia. En la homilía pidió que se luchara contra el aborto e instó a las mujeres a ser "centinelas de lo invisible".

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Emociones contradictorias

La gran concentración católica en Lourdes, en el día de la Asunción, comenzó antes del amanecer. Una riada humana descendía ya a las cinco de la madrugada hacia la explanada y la pradera contiguas a la gruta de los milagros. Filas interminables de sillas de ruedas buscaban acomodo frente al altar de campaña y sonaban los primeros coros religiosos. Horas después, a las diez, cuando llegó Juan Pablo II desde la cercana residencia-hospital donde se alojaba, la muchedumbre desbordaba la explanada, con una capacidad estimada en 150.000 personas, y se extendía por los alrededores: laderas, caminos y calles estaban llenas.

El Papa comenzó su homilía con la frase en dialecto local que la aparición de María dirigió a la pequeña Bernadette Soubirous, según la tradición católica: "Que soy era Inmaculada Councepciou", soy la Inmaculada Concepción. Su mensaje se dirigió, sobre todo, a las mujeres, a los jóvenes y a los enfermos, "venidos al lugar bendito en busca de alivio y esperanza". Y glosó el dogma de la Inmaculada Concepción, que establece que María nació sin pecado original "por una gracia singular de Dios".

Ese dogma, criticado por algunos teólogos, es considerado insuficiente por los sectores más marianistas de la Iglesia, en los que se alinea el propio Juan Pablo II. Cuando era obispo de Cracovia, Karol Wojtyla solía definir a María como "corredentora" e incluso "cocreadora", situándola a la misma altura de Dios.

Dos semanas después de que la Congregación para la Defensa de la Fe, dirigida por el cardenal Joseph Ratzinger, emitiera un documento sobre la mujer en la Iglesia, el Papa retomó el asunto y habló de "la particular misión que espera a la mujer en nuestros tiempos, tentados por el secularismo y el materialismo: ser en la sociedad de hoy testimonios de aquellos valores esenciales que se ven solamente con los ojos del corazón". "A vosotras, mujeres, corresponde la tarea de ser centinelas de lo invisible", dijo.

El Pontífice añadió un mensaje antiabortista: "Haced todo cuanto esté en vuestra mano para que la vida, toda la vida, sea respetada desde la concepción hasta el fin natural; la vida es un don natural, del que nadie puede proclamarse dueño".

Fue una homilía leída con gran dificultad, ente jadeos y con largas interrupciones. Eran muy perceptibles los síntomas del mal de Parkinson en el Papa, que ya el día anterior estuvo a punto de desplomarse al intentar ponerse de rodillas ante la gruta. Ayer, cuando no pudo más, pidió ayuda en polaco, y un sorbo de agua y una breve pausa, subrayada como todas las demás por un estruendo de aplausos, le permitieron continuar.

Juan Pablo II almorzó tras la misa con miembros de la Conferencia Episcopal francesa y fue despedido por una delegación del Gobierno. Antes de abandonar Lourdes y regresar a su residencia veraniega de Castelgandolfo volvió a recogerse en solitario ante la gruta de la Virgen, sentado esta vez, para rezar.

Peregrinos escuchan al papa Juan Pablo II durante la misa que ofició en Lourdes.
Peregrinos escuchan al papa Juan Pablo II durante la misa que ofició en Lourdes.REUTERS

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