Cómo practicar el sexo
DESDE EL BALNEARIO en el que toma las aguas todos los veranos, me escribe la anciana doña Mercedes Ligustre Domingo, viuda del teniente coronel del Ejército Juan Carlos Romo Comesaña, para rendirme su admiración y advertirme de una noticia. Para ello me adjunta la revista Interviú de la semana pasada (revista que dirige con mano experta la admirada Teresa Viejo). En la portada sale la concursante de la televisión Vanessa en top less.
Dejemos a un lado el modelo de braga blanca que le han puesto, que es el mismo modelo que le han puesto a otra chica también en top less de unas páginas más adelante. (Esperemos que sólo sea el mismo modelo, pero no la misma prenda). Vayamos al reportaje que ha llamado la atención de doña Mercedes. Lo firma Vicky Couchman y explica la vida cotidiana en un cámping de la localidad de Swingtock, en Wisconsin. Se trata del Campus Sexia, en el que, según escribe Couchman, los campistas practican sin restricciones su principal afición: el sexo en grupo.
En las fotografías que lo ilustran salen diversos seres humanos masculinos y femeninos de todas las edades copulando tras las telas mosquiteras de las tiendas de campaña, en posturas meritorias como el pino-puente-paloma.
El único atuendo que se permiten son unas chanclas o zapatillas deportivas (a veces, ay, también calcetines) y las pulseritas identificadoras del recinto. En una de las imágenes se aprecia una señora con un parche en la pierna, que no se distingue si es de nicotina o si es una tirita. En cualquier caso, es de color carne.
La cuestión es que doña Mercedes, después de destacar de manera experta la belleza de las posturas sexuales de los protagonistas, me hace fijar en una de las frases del texto. Es ésta: "Está prohibido, bajo pena de expulsión, decir palabras obscenas mientras se entra en materia". Esta gran idea, prohibir las palabrotas durante las cópulas, ha entusiasmado a doña Mercedes. Pero léanlo de su propio puño y letra y con todos sus laísmos: "Ante todo, déjeme decirla, señorita Moliner, cómo la admiro como persona, como mujer y como profesional de la prensa escrita y del mundo radio (...). Menos mal, menos mal, señorita Moliner, que en Swingtock saben hacer las cosas como es debido. Leyendo cosas como ésta, una mujer se da cuenta de que en España, esta España nuestra, estamos a años luz de los americanos. Seguimos en las cavernas. Demasiadas veces, una jubilada aficionada a la pornografía como yo ve como una buena escena hardcore del Canal Plus se arruina por completo cuando uno de los participantes exclama: '¡J...der, nena, eres una z...!'. ¿Es que los hombres que actúan en esas películas no piensan en las damas que les estamos viendo y que intentamos disfrutar de la película? Estos hombres, influidos sin duda por la modernidad y el relajo de las costumbres, olvidan que, ante todo, esas cinco mujeres que están en la cama con él son señoritas. ¿Cómo reaccionar ante esto? Yo lo tengo claro. Con todo mi pesar, no tengo más remedio que quitar el sonido de la película y resignarme a verla sin oír los diálogos. Pero ¿qué hacer en la vida real? Por lo que me cuentan mis nietas, la juventud ya no es capaz de practicar una escena sadomasoquista sin salpicarla de molestas e innecesarias palabras malsonantes. 'Te voy a dar tu merecido por g..., por p... y por megaz...'. Son las frases que demasiado a menudo acompañan a los latigazos. Dios mío. ¿Dónde queda la educación? En los tiempos en que mi marido vivía, el sexo era otra cosa. Y le digo la verdad: a veces, celebro que me haya dejado y que no vea en lo que se ha convertido. Él, desde luego, en nuestras orgías sabatinas siempre fue todo un caballero. Jamás perdía los modales. Ahora recuerdo con nostalgia cuando me decía: 'Querida, a continuación, si no te importa, voy a azotarte a ti y a tus amigas con el debido respeto. ¿Me harías, pues, el favor de colocarte en la postura habitual para luego proceder al lametón?'. Eso son modales. Eso es educación. Me gustaría que todos estos actorcillos de ahora -Nacho Vidal, Toni Ribas o Rocco Sifredi- aprendieran de sus mayores y no echaran a perder tanto talento, que es mucho, por culpa del lenguaje soez".
Tiene razón doña Mercedes y tienen razón los del cámping de Wisconsin. Las palabras obscenas durante el sexo deberían estar prohibidas. Y creo que no peco de mojigata si, pensando en señoras como doña Mercedes, pido que en las películas pornográficas se incluyan unos pitidos que tapen las palabrotas, para que las personas decentes no tengamos que bajarles el sonido escandalizadas por tanta vulgaridad. Si ponen pitidos en el anuncio de aceite de Ferran Adrià, ¿por qué no van a poner pitidos en Sexóloga por vocación? No somos utópicos. Sólo queremos un mundo mejor. Más humano.
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