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Reportaje:LOS PARQUES DE MADRID | Los jardines de Sabatini

El refugio de la corte

Es la zona verde majestuosa por excelencia y de las más visitadas por los turistas

"Íbamos hacia el Palacio Real", explica una turista argentina, acompañada por su marido y por sus tres hijos, "y al pasar por delante de estos lindos jardines, no nos ha quedado más remedio que entrar y dar una vuelta para conocerlos". Los jardines de Sabatini, al ser vecinos del mayor reclamo turístico de la ciudad, se han convertido en uno de los lugares más frecuentados por los visitantes extranjeros.

La entrada principal, en la calle de Bailén, es un buen ejemplo de marketing directo. Desde allí, la vista de este espacio "verde artificial" es una "delicia". Así lo describe otro turista suramericano, que se ha quedado "maravillado" con la "milimétrica composición" de este "laberinto vegetal". Y es que visto desde arriba, los expertos en botánica no dudarían en señalar que se trata de un jardín afrancesado, en el que destacan sus formas simétricas, sus parterres delimitados por líneas barrocas y sus juegos acuáticos, también llamados fuentes. En fin, que no hay que ser un entendido para saber que la mano del hombre, con la ayuda de una regla y un cartabón, es la responsable de este espacio natural, más próximo a las matemáticas que a la propia naturaleza.

Es un espacio natural más próximo a las matemáticas que a la propia naturaleza

Encuadrado al norte por la cuesta de San Vicente y al este por la calle de Bailén, los jardines de Sabatini pueden presumir de estar muy bien acompañados. Al oeste delimitan con su primo hermano, el Campo del Moro, y al sur, con el que inspiró su nacimiento, el Palacio Real, concretamente, con su fachada septentrional. Rodeado de tanta realeza no es extraño que sea, de todos los que se encuentran en la capital, el parque majestuoso por excelencia. El aire que se respira es 100% aristocrático, pero apto para todos los plebeyos de 9.00 a 20.00, durante los meses de octubre a abril, y de 9.00 a 21.00, de mayo a septiembre.

El nombre de estos jardines está ligado a su historia, pero no a su verdadero creador. En 1782, el monarca español Carlos III ordenó al arquitecto italiano Francesco Sabatini levantar unas caballerizas que, hasta el momento de su destrucción, contaban con suntuosos patios e interminables galerías. Un siglo y medio más tarde, en 1931, al proclamarse la Segunda República, el Gobierno incautó los bienes del Real Patrimonio y cedió los edificios de este lugar al Ayuntamiento para que hiciera un parque público.

Al año siguiente y mediante un concurso al que se presentaron 11 proyectos, se eligieron a varios arquitectos, entre los que se encontraba Fernando García Mercadal. Él fue quien finalmente realizó el parque, poco después de ganar una plaza de arquitecto municipal. En cuanto al por qué de su diseño, renacentista y de marcado criterio geométrico, basta con echar un vistazo a los escritos de la época para confirmar que estuvo condicionado, tal y como dijo García Mercadal en su día, "por la presencia del magno Palacio, que es de estilo clasicista".

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Los jardines de Sabatini tienen dos caras distintas. La primera, con la que cualquier visitante se topa cuando entra por la puerta de la calle de Bailén, muestra su lado público, su parte formal. Se trata de su rostro más fotografiado, el mismo que lo acapara todo, tanto la luz solar como los halagos de los turistas.

Al descender por uno de los dos lados de la monumental escalera, construida durante la reforma de 1972, la figura inmortalizada de Carlos III, aunque no se le oiga, se dedica a dar la bienvenida. Esta zona tiene forma rectangular y alberga un estanque de granito de 20 metros de largo por 10 de ancho. Esta piscina de agua verdosa está bordeada por una franja de césped, setos de boj, cedros y por ocho estatuas, realizadas en piedra blanca de Colmenar de Oreja, que representan a otros reyes españoles como Felipe II o Fernando V.

Allí también es donde se encuentran los tejos recortados y los magnolios, pero sin duda alguna, lo que más atrae la atención del público es la vegetación con forma de laberinto, cuyo tamaño reducido lo convierte en un entretenimiento ideal para los niños. Y chavales correteando, persiguiéndose por ese recorrido curvilíneo es, precisamente, lo único que rompe con esa imagen tan serena y recatada que ofrece esta cara de los jardines de Sabatini.

A la sombra. Así se encuentra su otro lado, el informal, el escondido. A pesar de contar con varias entradas, situadas en la cuesta de San Vicente y al principio de la calle de Bailén, se trata de un lugar más solitario, de un espacio en el que la naturaleza goza de más libertad para desarrollarse. Está en un nivel más elevado, tiene forma de triángulo y lo componen pequeños parterres con setos de boj, pinos, cedros, abetos y tejos recortados. Está en penumbra y en comparación con el otro rostro, se debe sentir olvidado. Es el hermano gemelo desafortunado, feo y sin gracia, al que para compensar sus carencias, el Ayuntamiento le brinda la oportunidad de destacar por unos días, acogiendo cada año los conciertos organizados por los Veranos de la Villa.

Estos jardines son un lugar para "venir y sentarse". Al menos ésa es la opinión de Ignacio, "un madrileño de toda la vida" cuya afición es la de frecuentar "todas las zonas verdes de la capital". Cada parque "tiene su función", teoriza, "y la de éste es la del reposo". A Ignacio le encanta escuchar "los chorros de agua" que emanan de las siete fuentes hexagonales mientras, "relajado", pasa las horas "pensando". Puede que la vista del Palacio Real le inspire. O puede, simplemente, que el orden que transmite la geometría de este enclave proporcione al visitante la armonía necesaria para dejarse llevar por ese sano ejercicio metafísico llamado introspección.

"Lástima de las pintadas", se despide. Pero ya se sabe, "gamberros hay en todas partes", incluso en el refugio de la corte.

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