¡A triunfar!
Se repite una imagen en todos los Juegos Olímpicos, la que de hecho les da sentido, que me basta para sentarme ante el televisor ilusionada como una cría. Consiste en alguien que llega a la meta y la cruza levantando los brazos, brazos de ganador, de triunfador, de elegido. Una imagen demasiado rápida, fugaz como la línea que suele separar el triunfo del fracaso en la vida ordinaria, tanto, que el vencedor en los segundos posteriores puede que se pregunte si para esto tanto esfuerzo, tantas lesiones, tanto esperar, acaso tanta EPO y tanto jugar al gato y al ratón con los controladores antidopaje. También el espectador siente algo de bajonazo y necesita que el héroe dé una vuelta ante las gradas, a ser posible con su bandera enrollada al cuerpo, para saborear algo más el momento. Menos mal que existe la cámara lenta, con que poder recrearnos en la velocidad pasando por su cara, haciéndola temblar, mientras el aire, parece mentira que sea el mismo aire que respiramos usted y yo, le sale por la boca como un chorro de combustible consumido al máximo.
Pues bien, para inmortalizar este glorioso momento, para reproducirlo hasta el infinito mientras viajo en el metro o veo una película que no me interesa o porque necesito evadirme de la realidad o por puro vicio, he alcanzado un logro personal, meterme con cierta facilidad en la piel de una atleta, a poder ser medalla de oro para escuchar desde el podio el himno de mi país mientras se me llenan los ojos de lágrimas. Que ¿cómo lo consigo?, mezclando mi cuerpo con el suyo. A ella le pongo mi cara, los pies, las manos, tal vez el cuello, y yo me quedo con lo demás. En alguna ocasión he tenido que recurrir a un hombre, pero la fórmula no llegaba a cuajar, era muy complicado sentirme Michael Johnson o Reyes Estévez con cierta verosimilitud. Por el contrario, me ha dado un resultado excelente Marion Jones. He estado tan unida a ella que me duele que ahora se encuentre bajo sospecha de dopaje porque en el fondo es como si también yo lo estuviese un poco. Tantas veces como volamos juntas por la pista dejando atrás a las otras, tantas veces como levantamos nuestros brazos en señal de victoria, tantas veces como nos aclamaron. No es posible que hayamos sido un fraude, Marion. Menos mal que en Atenas lo tengo mucho más fácil. Ni siquiera he de cambiar de nacionalidad porque el desembarco de participantes españolas es espectacular, 141, frente a 181 hombres. Podré ser Isabel Fernández, en Judo; o María Vasco, en Marcha; o Elena Gómez, en Gimnasia. Así que corro a ponerme mi uniforme olímpico y a triunfar.
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