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Torres de Babel

Enrique Gil Calvo

Como hace bien poco nos contaba Fernández-Galiano en estas páginas, Rem Koolhaas acaba de inaugurar una flamante Biblioteca Central para la ciudad de Seattle que parece destinada a convertirse, a causa de su anfractuosa geometría, en el nuevo mito iconográfico de la arquitectura internacional. Se dice que el carisma mediático de esta mole estilizada se debe a su parecido con el cazabombardero de moda, bautizado como "Secreto" (Stealth) por su invisibilidad al radar, que exhibe las mismas líneas deformes y desestructuradas. Pero mi propia interpretación es bien distinta, pues me cuesta admitir que un templo del culto a la escritura pueda parecerse a un avión de guerra. Por eso prefiero creer que, inspirado por los hados de una involuntaria justicia poética, a Rem Koolhaas le haya salido sin querer una auténtica Torre de Babel. Y éste podría no ser el único caso, pues no sólo ya hay propuestas otras bibliotecas a escala de libro gigante, sino que el propio Koolhaas acaba de diseñar una Casa del Libro para Pekín que también exhibe una forma evocadora de la mítica Torre de Babel. Y tanta coincidencia no parece fruto de la casualidad, por lo que debe de poseer algún sentido profundo, emergente de nuestra cambiante realidad.

Según el ejemplo de aquella pionera Biblioteca de Alejandría, que contenía y expresaba toda la diversidad cultural del universo helenístico, la tendencia actual de erigir por doquier bibliotecas monumentales no hace sino reflejar el presente pluralismo cultural que se multiplica a escala planetaria. Lo que está emergiendo como subproducto no querido de la globalización tecnocrática es un nuevo mundo presidido no por el esnobismo cosmopolita, que se recrea en el nuevo paisajismo mediático de auditorios y museos diseñados por las firmas de moda, sino por el execrado multiculturalismo tercermundista. Y en esta sociedad del apartheid étnico, fracturada en mil guetos por las barreras de exclusión cultural que discriminan racialmente a negros e hispanos en Norteamérica, o a judíos, gitanos y musulmanes en Europa, se precisan políglotas Torres de Babel que puedan salvar el infranqueable abismo que separa y opone a culturas extrañas entre sí.

Es verdad que contamos con otros medios de comunicación que, por su carácter intercultural, son capaces de actuar de puente entre los diversos pueblos, como sucede con el fútbol, el cine o la música. Pero si bien tales puentes pueden transitarse en múltiples direcciones, al ser internacionales por así decirlo, sin embargo no pueden traducirse de uno a otro sentido, como sí sucede, en cambio, con la escritura. Y esto mismo es lo que debe hacerse para canalizar y encauzar el Babel multicultural: hay que traducir multilateralmente a todas las culturas entre sí. En efecto, según proponen autores como el inglés John Gray o el francés Dominique Wolton, para hacer posible la coexistencia pacífica entre culturas hostiles, hace falta reinventar instituciones mediadoras capaces de crear un modus vivendi. Y para ello nada como la literatura, es decir, la escritura y la lectura.

Recuérdese a este respecto el papel de Torre de Babel que desempeñó la Escuela de Traductores de Toledo para intermediar el conflicto entre las tres castas de cristianos, judíos y musulmanes. Pero en la Baja Edad Media sólo los escribas sabían leer, pues el resto de personas debían conformarse con las diversas culturas orales, que sólo se traducían entre sí en esas otras torres de Babel que representaban las políglotas plazas mayores: los mercados, las ferias y los zocos, donde el común de los mortales elevaba su voz al cielo para cruzarla con la de su vecino antes de que el viento se la llevara. Y así seguimos todavía hoy en esta posmoderna globalización multicultural en la que ya casi todo el mundo sabe leer y escribir, pero, sin embargo, sólo nos enfrentamos a la diversidad étnica con el nuevo oralismo ágrafo de los medios de masas. Cada cual ve su televisión y escucha su radio en el mismo idioma en que charla con sus amigos y con los vecinos de su misma identidad étnica. De ahí que el conjunto de los medios de masas conforme una torre de Babel en el peor sentido de esta expresión bíblica, que alude a la imposibilidad de comunicarse con los demás pueblos extraños que habitan nuestra comunidad.

Pues bien, frente a este problema de incomunicación multicultural, que está en el origen de todas las amenazas que nos aterran (como la yihad y la cruzada anglo-sionista), las bibliotecas constituyen nuestra mejor esperanza. Pero no la conservacionista biblioteca-almacén, donde se deposita la memoria escrita para fosilizarla con fetichismo taxonómico, sino la biblioteca torre de Babel, si entendemos ahora esta expresión ya no en su sentido bíblico de incomunicación xenófoba, sino en otro sentido mucho más abierto, posibilita y casi redentor o neotestamentario: la biblioteca como aquella institución pública donde se puede aprender a comunicarse con las otras identidades culturales que pueblan nuestras comunidades civiles. En efecto, al igual que el pasado fascismo se quitaba leyendo, también el presente racismo se puede quitar leyendo. Y para ello nada mejor que la lectura de aquellos escritos foráneos afortunadamente traducidos donde se puede adquirir un conocimiento de primera mano sobre cómo se viven desde dentro las demás identidades culturales ajenas.

¿Y por qué la biblioteca en lugar de la escuela, que es donde antaño se aprendía a leer y hoy se vive en directo la incomunicación con las identidades foráneas? Desgraciadamente, la escuela también se ha convertido ya en una multicultural torre de babel, pero en el sentido bíblico y xenófobo de la expresión, pues en ella nuestros chicos sólo aprenden a odiar a los extraños (sean mujeres, moros o negros) y a despreciar la escritura en beneficio de las nuevas tecnologías de la información, que presuntamente son los únicos instrumentos de ascenso meritocrático. Hoy se cree que para trepar socialmente, que es lo único que al parecer importa, leer ya no sirve de nada, y sólo funciona el autista ordenador de acceso a Internet y los orales medios de masas. Por lo tanto, una vez bloqueada la escuela por su arribismo competitivo, sólo nos quedan las bibliotecas como única esperanza de aprendizaje y desarrollo de la lectura, entendida como medio de comunicación no instrumental, sino expresiva. Pues comunicarse con negros, mujeres o moros no sirve para trepar, sino para convivir con ellos, creando así un orden civil de respeto y justa reciprocidad.

Y esto las nuevas bibliotecas interactivas sí que pueden lograrlo. De hecho, ya se viene haciendo así con los círculos de lectura promovidos por ellas, donde se aprende a compartir y a contarse unos a otros las respectivas experiencias lectoras, como forma de desarrollar la propia identidad. Y de ahí que tales círculos de fomento de la lectura los frecuenten personas con identidad frágil por su relativa exclusión social, como sucede con las mujeres o los mayores. Pues bien, bastaría con abrir estos círculos de lectura a los inmigrantes y a sus hijos, que poseen una identidad desarraigada o dividida y cuya exclusión social es absoluta. Y si hay que integrarles en nuestros círculos de lectura es no sólo para que aprendan a desarrollar su propia identidad mediante la práctica de la lectura, sino además para que sean ellos quienes se la enseñen a los demás, compartiendo con éstos sus señas literarias de identidad cultural. Pues para respetar y reconocer a culturas como la judía o musulmana no hay nada mejor que compartir la lectura, aunque sea traducida, de sus fascinantes literaturas. Es la misión redentora que bien pudieran cumplir las nuevas torres de Babel.

Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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