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Palabras.net
Columna
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Un maravilloso e inquietante cuento

Los textos que estaba recibiendo no eran respuestas únicas ni pautadas por una computadora. ¿Y entonces?

Marta anotó en el recuadro de la pantalla:

¿QUIÉN ERES?

Pero, en lugar de responder a su deseo, la pantalla abrió este mensaje:

... Así se llama un maravilloso e inquietante cuento de Giovanni Papini.

Se trata de un hombre mundano, muy popular en su ciudad y en su entorno, que se levanta una mañana y descubre con sorpresa que misteriosamente no ha recibido ni una carta.

Un poco malhumorado por la noticia de la ausencia de noticias, sale a la calle y se cruza con tres o cuatro vecinos que parecen no reconocerlo. Esa noche el hombre casi no duerme; algo inquieto, se despierta muy temprano y mientras desayuna espía por la ventana esperando la llegada del cartero. Cuando lo ve doblar la esquina, su corazón se agita ilusionado, pero el cartero pasa frente a su casa sin detenerse. El hombre sale corriendo y alcanza al cartero antes de la esquina para confirmar que no hay cartas para él. El empleado le asegura que nada lleva en su bolso para ese domicilio. Lejos de tranquilizarlo, esto lo preocupa más todavía. Algo está pasando y él debe averiguarlo. Decide visitar a su amigo Mario. Apenas llega, se hace anunciar por el mayordomo y espera en la sala de su compañero de universidad. Cuando aparece, avanza a su encuentro con los brazos extendidos, pero el dueño de casa se limita a preguntar: -Perdón, señor, ¿usted quién es? ¿Nos conocemos?

Dos días más, se queda en su casa esperando la correspondencia que no llega o la visita de alguno de sus amigos que nunca sucede

El hombre cree que es una broma y ríe forzadamente presionando al otro a servirle una copa. El resultado es nefasto. A pedido del dueño de casa, el mayordomo termina echándolo a empellones a la calle...

Otro tanto le pasa con sus amigos del café, que esa noche lo desconocen tanto como algunas horas antes lo buscaban. Por más que piensa, no puede recordar ningún hecho que pueda haber sido tomado como ofensa, y menos aún alguno que involucre a toda la ciudad. Dos días más, se queda en su casa esperando la correspondencia que no llega o la visita de alguno de sus amigos que nunca sucede. La señora de la limpieza falta sin aviso y el teléfono deja de funcionar.

Sin saber cómo ni por qué, ha pasado a ser un desconocido, un ausente. Como un martilleo aparece un pensamiento en su mente, la pregunta que otros le hacen y que él mismo se empieza a hacer: ¿Quién eres?

¿Sabía él realmente contestar esta pregunta? Él sabía su nombre, su domicilio, el talle de su camisa, su número de documento y algunos otros datos que lo definían para los demás; pero fuera de eso: ¿quién era, verdadera, interna y profundamente? Es más: aquellos gustos y actitudes, aquellas inclinaciones e ideas, ¿eran suyos verdaderamente?, ¿o eran como tantas otras cosas: un intento de no defraudar a otros que esperaban que él fuera el que había sido?

Algo empieza a estar claro, es absurdo querer conocer a otros si antes no sabe quién es uno mismo, y para eso tiene hoy una ventaja, saberse solo lo libera de tener que ser de una manera determinada. Sea como sea, nada cambiará en la respuesta de los demás.

Por primera vez en muchos días, algo que lo tranquiliza. El hombre se da cuenta por fin de que no depender de la calificación de otros le permite saber más y más de su verdadera existencia.

Con esta conclusión se duerme sonriendo.

Despierta a la mañana con decenas de cartas que la señora de la limpieza le entrega al subir a despertarlo porque su amigo Mario lo llama por teléfono.

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