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La resaca

Al menos hubo una persona sincera en la reciente Convención Nacional del Partido Demócrata. El director de escena, que esperaba la caída de los globos de colores después del discurso de John Kerry, se dirigió con dureza a su equipo. "¿Qué coño estáis haciendo ahí arriba?". Lo hizo a micrófono abierto y, gracias a CNN, le oyó todo el país. CNN pidió disculpas por el lenguaje vulgar, pero más le habría valido disculparse por el repugnante servilismo de sus periodistas, Wolf Blitzer y Judy Woodruff, hacia los republicanos, cuyos argumentos repetían diligentemente como propios. La pregunta del director de escena viene a cuento, pero habría que dirigírsela a todo el Partido Demócrata.

¿Recuerdan aquellos noticieros que contaban los congresos del Partido Comunista soviético en los que el difunto líder y maestro de toda la humanidad progresista, José Stalin, se veía constantemente interrumpido por los fieles ("todos en pie, aplauso enfervorizado")? Los delegados demócratas se mostraron igual de devotos al aplaudir a Kerry. Tenían que serlo, porque su apoyo es el triunfo de la fe pura sobre la duda razonable.

Los demócratas creen verdaderamente que Kerry puede derrotar a Bush. Por eso le escogieron a pesar de que muchos preferían a Richard Gephardt, por su política económica, o a Howard Dean, por su oposición inequívoca a la guerra de Irak. El cálculo es muy sencillo. El servicio de Kerry en Vietnam y su belicosa proclamación de los intereses estadounidenses neutralizarán la imagen de Bush como gobernante en tiempos de guerra, más aún si se tiene en cuenta que la mayoría, hoy, considera que la guerra fue un error. Los demócratas internacionalistas creen que Kerry reparará nuestros lazos con los europeos, aunque se cuidan de preguntar por qué los europeos van a hacer por Kerry lo que no quieren hacer por Bush, es decir, unirse a una guerra de lunáticos. Con Bush en situación de jaque mate en la guerra, los demócratas pueden pasar a hablar de la economía. El aumento del desempleo y el coste de la vida, los problemas en la educación, la salud y los servicios públicos, y la angustia generalizada sobre el futuro, junto con la impresión de que existe cada vez más injusticia social en el país, favorecen a los demócratas. Lo malo es que Kerry ha asumido una de las preocupaciones de los personajes de Wall Street -cuya influencia en el partido es mayor que la de los sindicalistas-: que es preciso reducir el déficit. Dado que Kerry ha prometido el aumento del gasto militar para demostrar que es un tipo duro, no quedará dinero para nuevas inversiones sociales.

Ninguno de estos problemas tuvo sitio en el estrado de la Convención. Sin embargo, quedaron patentes entre bastidores. Los sindicatos, que proporcionan algo de dinero y un montón de trabajo voluntario para la movilización indispensable a la hora de vencer en los Estados industriales, se enzarzaron en un ruidoso debate. Un sector declaró que su estrategia era completamente inadecuada para la nueva economía globalizada y que era preciso hallar soluciones drásticas; en caso necesario, en un movimiento político y social nuevo. La dirección que encabeza John Sweeney dijo que no era el momento oportuno para la discusión, que lo prioritario era derrotar a Bush.

En política exterior, Kerry insistió en "mantener el rumbo" en Irak y ofreció la fantasmagórica perspectiva de que unas nutridas fuerzas de la OTAN releven a Estados Unidos en dicho país. En múltiples reuniones, los delegados y los grupos ciudadanos, de presencia muy visible en Boston, dejaron clara su preferencia: retirada inmediata de Irak y un nuevo examen crítico del imperio estadounidense. Esos grupos están poco o nada representados en el aparato que asesora a Kerry sobre política exterior. Al fin y al cabo, el final (o incluso una reducción sustancial) de la política hegemónica representaría la amenaza del desempleo tecnológico.

El senador Lieberman, jefe del ala derecha del partido, escogió esa semana para volver a lanzar una de las organizaciones más influyentes de la guerra fría, el Comité para el Peligro Inminente. Formado a partes iguales por unilateralistas estadounidenses, grupos de presión de Israel y representantes de la industria armamentista, el Comité sólo retrasó el final de la guerra fría en unos 20 años. Ahora ha declarado que la guerra contra el "terror" debe tener prioridad absoluta. Kerry ya ha elogiado a Sharon y el proyecto de programa del partido repite que Jerusalén debe permanecer por completo en manos de los judíos. Es comprensible el deseo de Kerry de aumentar el presupuesto de armamento: la política que propone para Israel garantizará, por lo menos, otro milenio de hostilidad musulmana. No obstante, existe un dato prometedor, que es la presencia, en torno a Kerry, de altos jefes militares retirados. Éstos son, prácticamente siempre, mucho más críticos respecto al uso de la fuerza que los intelectuales y editorialistas que se dedican a hacer la apología del imperio.

Con todo esto, ahora que los demócratas se preparan para entablar la lucha electoral, vienen a la cabeza las palabras de Wellington después de pasar revista a sus tropas, en vísperas de la batalla de Waterloo: "No sé si asustarán al enemigo, pero me asustan a mí". Aun así, consiguió vencer, y Bush, desde luego, es una figura muy poco napoleónica. El Demócrata no es un partido en el sentido de los partidos europeos, sino una coalición unida por el deseo común de desplazar a Bush. La Convención de Boston permitió ver un poco su verdadera estructura. Los banqueros, empresarios y personajes del espectáculo, ricos y que proporcionan dinero al partido, ocuparon los hoteles más caros. Los políticos concedieron entrevistas a las televisiones sin parar. Los delegados durmieron en residencias universitarias o en hoteles más baratos.

Sin embargo, muchos de esos delegados representan las angustias y aspiraciones de los ciudadanos corrientes y, con frecuencia, se consideran guardianes de un legado que muchos dirigentes del partido prefieren ignorar: el del internacionalismo genuino de Franklin Roosevelt y los grandes proyectos de reforma social que Roosevelt y su joven protegido tejano, Lyndon Johnson, lograron transformar en leyes. Si ganan las elecciones, tanto ellos como sus representantes en el Congreso y en los grupos de interés público considerarán, con razón, que la victoria les pertenece. Entonces, el presidente Kerry tendrá que afrontar todas las contradicciones de nuestra sociedad y los defectos estructurales de nuestras instituciones políticas. Es consciente de ello (de ahí su gesto perpetuo de dolor). Ése es motivo suficiente -frente al odio malévolo, la ignorancia provinciana y la avaricia sin límites de los republicanos- para votar por él.

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