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Columna
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Elogio de la vulgaridad

Quizá lo recuerden. En medio de las gigantescas manifestaciones contra ETA que siguieron al asesinato de Miguel Ángel Blanco, un alto cargo del PNV aseguró que no podían permitir la desaparición de ETA porque sin ella el PNV sería un partido vulgar. Hombre, ha llovido mucho desde entonces pero no estaría mal que tan circunspecto exégeta se volviera a pronunciar ahora que ETA ha entrado en una fase de decadencia brutal que lleva aparejadas una deriva hacia el esperpento y una disminución de los apoyos (la consideración de patriotas entre quienes los tenían por tales ha caído en un 300%: del 13% al 4%). Para muestra dos botones. El mes pasado, la policía nacional capturó a los presuntos miembros de ETA Josune Orduña y Asier Mardones en Urkiola. Y, aunque parezca increíble, los supuestos reconstructores del comando Vizcaya llevaban viviendo un mes en una tienda de campaña en medio del bosque. La montaban para dormir y la desmontaban al amanecer. Estas precarias condiciones de vida apuntan menos a una estrategia tipo Cabra para ocultarse que a una seria falta de infraestructura y de apoyos. De hecho, los capturaron porque la única persona de la que se podían fiar era seguida por la policía desde hacía tiempo. ETA no había podido conseguirle un relevo.

El segundo botón tiene que ver con el deterioro reivindicativo. Es cosa sabida que los detenidos de ETA denuncian sistemáticamente torturas y malos tratos sin que prospere casi ninguna denuncia y cuando alguna prospera difícilmente concluye en sentencias condenatorias. Suelen atribuirlo a la conspiración de los jueces que se unen al Estado para tapar los casos de tortura y no investigar jamás. Con opiniones como ésas han conseguido el apoyo de algunos organismos internacionales pero no es menos cierto que, digan lo que digan, los detenidos cuentan con apoyo forense y legal desde el primer momento de la detención incluso en el caso de que les incomuniquen. Bien es verdad que entonces, forenses y abogados son de oficio, circunstancia que les permite reafirmarse en sus teorías conspirativas: ahí estaría la prueba de que se conchaban para martirizarles y ocultar pruebas. No debería tenerse que insistir en la condena de las torturas y en la obligación de investigar las denuncias hasta obtener, si lo hubiera, un culpable sobre el que debería caer todo el peso de la ley, pero, claro, cuando los accidentes de tráfico son considerados crímenes de Estado hay algo que no va. Sin embargo, por ahí se puede llegar muy lejos. Días atrás, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos tomó en cuenta la demanda del etarra Jon Koldo Aparicio contra el Estado español por torturarle haciéndole vivir en un entorno de fumadores cuando él no es fumador.

La retórica de Jota Ka (¿o será Ke?) es la habitual en estos casos: "El hacerme convivir con personas fumadoras en un mismo módulo equivale a una pena de muerte, ya que el tabaco mata. Yo no soy fumador y, sin embargo, me veo obligado a tragarme el humo de los fumadores porque las autoridades penitenciarias españolas no quieren habilitar módulos para los presos no fumadores". Reconocerán conmigo que el discursito no puede resultar más esperpéntico. Y eso es algo que algunos no pueden tolerar. Parece normal que un acusado de pertenecer a ETA diga que los presos de la banda son "gente muy buena" y que "tener a esta gente ahí dentro es un pecado grave", más raro es que un obispo -será porque sabe de pecados- dé por hecho que a detenidos y presos se les maltrata, pero lo que resulta estremecedor es que en un acto en el que se alaba a ETA aparezcan dos consejeros del Gobierno vasco, un presidente de Diputación, y un etc. institucional. Dicen que fueron porque creen perseguido el euskera y a quienes supuestamente lo promocionan, pero asistiendo a actos semejantes, ¿no estarían contribuyendo a desperpentizar a ETA, o sea, a sacarle el brillo para no parecer ellos vulgares? De ahí que no quepa sino entonar una invitación a la vulgaridad: mejor vulgar que mal acompañado.

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