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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

McNamara, Villa-Toro y su 'Kistch' incendiario

El artista mítico de la movida, compañero de dúo musical de Almodóvar, y su amigo cordobés animan con sus excesivos y explosivos colores la tranquilidad veraniega de Santander.

Acido, lúdico y divino. El color de Fabio Mcnamara (Madrid, 1957) ha contagiado de gamberrismo la obra reciente de Antonio Villa-Toro (Castro del Río, Córdoba, 1949). Juntos pintan en el estudio del cordobés en la sierra de Madrid, y juntos han concebido Eclécticos en el Valle de Zas Zas Fraff, una exposición que lleva la irreverencia de las drag queens a la plácida ciudad de Santander (galería El Cantil, hasta el 9 de septiembre).

Esa especie de Factory warholiana que han montado Mcnamara y Villa-Toro no produce sólo pintura. También hacen discos, como Vampiro (Alia Discos, 2004), y pronto una película que prepara José Antonio Quirós -director de Pídele cuentas al rey- sobre los dos artistas y el malogrado Tino Casal.

"Ponemos música, empezamos a decir bobadas surrealistas y a pintar. Nos adoramos a nosotros mismos", dice Villa-Toro
La exposición lleva la irreverencia de las drag-queens a la plácida ciudad de Santander

Todo ese ambiente ochentero, el universo de Paco Clavel, Olvido Gara (Alaska), Nacho Canut... todo eso se deja ver en los trazos salvajes de Mcnamara. "Nos ponemos nuestra música, empezamos a decir bobadas surrealistas y a pintar. Nos adoramos a nosotros mismos", cuenta Villa-Toro al teléfono.

De esas sesiones, codo con codo, surge una transfusión vampírica de color, desde el impulsivo y juguetón Fabio hacia el étnico y africano Villa-Toro. "Tenemos vocación de vampiros, pero no nos dejan. Fabio se ha vuelto un poco más étnico, yo un poco más pop", afirma Villa-Toro. Mcnamara escribe acerca de la pintura del cordobés: "Sabrosa como una ración de marisco fresco". Villa-Toro responde: "El marisco se pudre, y yo pinto para perdurar".

En la inauguración de la muestra a finales de julio hubo de todo: música en directo, jolgorio y transgresión, sobre todo verbal. Isabel Rábago regenta El Cantil desde los noventa. "Las galerías tienen que abrirse a cosas nuevas; la gente que ha venido a ver Eclécticos... es sobre todo veinteañera y universitaria". Sobre la acogida en Santander, Villa-Toro es categórico: "O nos queman los cuadros o se reciclan".

Villa-Toro y Mcnamara, que estos días están fuera de España, siguen trabajando para ampliar una exposición que, aseguran, viajará a Los Ángeles (Estados Unidos) después del verano. "Y hasta el Hermitage de San Petersburgo lo van a desalojar para nosotros", bromea Villa-Toro.

El espacio de la galería es alargado, lo que permite un diálogo entre la hilera de rostros pintados por uno y otro artista. A la izquierda, los mcnamaras. Vírgenes pop, autorretratos alegres y aterradores, versiones de maestros como Picasso, de Las Meninas, collages desconcertantes, la Marilyn Monroe de Warhol revestida con un deje de Miguel Bosé y una vaca con unas pestañas kilométricas y una mirada penetrante. El cuadro se llama Norma Duval porque sí, como otro se llama Carmina Ordóñez. No son retratos de nadie, más bien estados de ánimo que Mcnamara plasma en el lienzo.

Rábago explica que Fabio no es un ideólogo, no teoriza sobre lo que pinta, no tiene un sistema -con mayúscula si se quiere- que transmitir. Cultiva un malditismo lúdico sincero y nada académico. Mcnamara estudió sólo dos años en una academia de pintura y jovencísimo, en los setenta, creó junto a Juan Carrero y Enrique Naya el colectivo Las Costus, madre del chochonismo, un movimiento contracultural con un manifiesto a lo Tristán Tzara: "El manifiesto chochoni".

Las cosas se pusieron más serias (!) a principios de los ochenta, cuando la movida, con un suave balanceo. Las Costus exponen en Madrid El chochonismo ilustrado. En 1989, tras el torbellino capitalino, los discos y las películas, llegará el colectivo Caos (Mcnamara, Paco Clavel, Tino Casal y Villa-Toro) a la galería Tate-Tate de un barrio madrileño entonces por descubrir: Chueca.

La trayectoria pictórica de Villa-Toro arranca con la década de los setenta. Ha llevado su trabajo a varias ediciones de Arco, a la Feria de Arte Contemporáneo de Basilea, y sus obras cuelgan en Tokio, Milán y Nueva York. A Santander ha traído una serie de rostros, interlocutores de los de Mcnamara, que conservan los rasgos africanos que un día cultivara Villa-Toro, cuando viajó a Kenia para pintar a los masai mara: cuellos anchos -tanto como las cabezas-, pómulos marcados, una belleza quizá embrutecida. Algo de eso ya recuperó Villa-Toro en su anterior muestra, El valle de los travestidos, que ha ido circulando de exposición en exposición por varias galerías españolas en los dos últimos años.

Villa-Toro decidió hacer un paréntesis en la abstracción a la que se había abandonado para acompañar a Fabio en un proceso de creación más figurativo. Él también creó en su momento algún ismo burlón: el pintamonismo, el travespintismo. Ironía frente al arte oficial, serio y doctrinario. "Hay pintores que parecen filósofos. Los encuentro aburridísimos", declara el artista andaluz.

Para principios de 2005, Mcnamara y Villa-Toro anuncian, por lo pronto, otro disco, Al Jazeera informa, con una nueva formación: Tiramisú letal 2. La factoría sigue en funcionamiento.

<i>Cara, </i>de Fabio Mcnamara.
Cara, de Fabio Mcnamara.
<i>Vogue,</i> de Fabio Macnamara.
Vogue, de Fabio Macnamara.
<i>El comendador,</i> de Antonio Villa-Toro.
El comendador, de Antonio Villa-Toro.

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