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Reportaje:AIRE LIBRE

La dorada ruina de la naturaleza

Huellas romanas en el yacimiento aurífero leonés de Las Médulas

Andrés Fernández Rubio

La mejor hora para asomarse a Las Médulas es el atardecer. Subiendo al mirador de Orellán, desde el que se despliega el gran anfiteatro del yacimiento, cobran sentido las palabras de Plinio el Viejo cuando explicaba el momento siguiente al derrumbe fragmentado de la montaña: "Los mineros contemplan victoriosos la ruina de la naturaleza".

Los vencedores son ahora turistas en una puesta de sol, y la ruina, un fantasmagórico espacio serpenteado por rojizos pináculos de arcilla, arenisca y cantos rodados. La mina era de oro, y en la fantasía de los habitantes de la comarca de El Bierzo, en León, donde se encuentra el yacimiento, todavía siguen vivas las historias relacionadas con él.

Pero Roma perdió interés por la que fue durante los tres primeros siglos de la era cristiana una de las mayores explotaciones mineras del imperio. Y hoy, tras años de abandono y una carretera asfaltada que recorre el paraje, construida en 1983 y odiada por los ecologistas, la fortuna parece haber vuelto a Las Médulas. Declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1994, una fundación vela por su riguroso cuidado, los coches han de aparcarse en el pueblo situado a espaldas del yacimiento para iniciar el recorrido a pie, proliferan los negocios de hostelería y un centro de acogida informa al visitante.

Nada que ver con la imagen descuidada que ofrecía este lugar hace poco más de una década, cuando el objeto de la discordia era un fruto de la tierra humilde, pero más sabroso que el oro: las castañas. Durante una visita en aquel entonces, una veintena de vecinos impedía la entrada de vehículos al centro de la extinguida mina. ¿La razón de aquella actitud? Que algunos visitantes se llevaban las castañas. Sin proponérselo, los dueños de los árboles les hicieron un favor a los viajeros: entrar en Las Médulas caminando, como se hace ahora y como debe ser, dispuestos a imbuirse en la atmósfera de las inmensas explotaciones romanas, "aquel paisaje", en palabras del escritor del siglo XIX Enrique Gil y Carrasco, "con un aire particular de grandeza y extrañeza que causa en el ánimo una emoción misteriosa".

Entre sombras oblicuas proyectadas en los picachos por un sol en descenso, la frondosidad de los castaños crea un contraste vigoroso con las crudas masas de arcilla. Por eso el verano quizá sea la época más favorable para recorrer los yacimientos y los asentamientos a su alrededor (con paradas en la Cuevona y en la gran boca de la Cueva Encantada, de más de 30 metros de altura, o en el lago Sumido, cubierto de nenúfares). Un parque arqueológico de unas 12.000 hectáreas.

En fin de semana acude mucha gente, y a la sombra de los árboles hay grupos que comen y beben. En ese ambiente alegre y familiar ya no se oye el trajín de los mineros ni está en el ambiente el dolor por los esclavos sepultados tras los súbitos hundimientos de las galerías, de tal manera, según contó Plinio en su Naturalis historiae al explicar las explotaciones auríferas, que pareciera menos temerario buscar perlas en el fondo del mar. Más de 20.000 libras de oro al año escribió el historiador romano que proporcionaban Asturias, Galicia y la Lusitania. Sólo en la provincia de León se han clasificado 45 yacimientos auríferos de época romana, un patrimonio arqueológico "indebidamente conservado y divulgado", según David Gustavo López, que en su obra Las Médulas ha descrito el procedimiento minero que seguramente se utilizó en esta excavación. "El sistema consistía en horadar la montaña del yacimiento, trazando en ella complejos sistemas de galerías. Después, el agua, que por medio de largos canales había sido conducida hasta embalses construidos en la parte más alta de la montaña, era soltada repentinamente y, a su paso por las galerías, erosionaba las tierras y provocaba derrumbamientos de las masas aluviales, cuyos lodos eran conducidos hacia los lavaderos para extraer el oro".

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Un túnel hacia la bocamina

Una de las galerías, de 650 metros, que nace junto al mirador de Orellán y conduce a una sobrecogedora bocamina sobre el barranco, se puede visitar, y recorrerla constituye una pequeña aventura muy recomendable para los niños y muy poco para los temerosos de la oscuridad. Desde la entrada a este túnel se divisan en los montes cercanos las líneas de los canales construidos para la traída del agua. Un corto paseo permite ver los restos de uno de ellos, y se ha colocado un panel explicativo acerca de su construcción y de la suave pendiente que los ingenieros romanos obtuvieron. Las vías de agua recorren 325 kilómetros por los montes aquilanos, desde una cota de 1.860 metros hasta llegar a la de la excavación, de 960. El primero de estos canales pasa muy cerca de la cueva de San Genadio, en el valle del Silencio. Las Médulas queda así conectada con otro de los lugares más enigmáticos y telúricos de El Bierzo, que el viajero hará muy bien en no perderse.

Se llama valle del Silencio porque en el siglo X se convirtió en refugio de eremitas. La cueva más grande, en la que se supone estuvo retirado san Genadio, tiene fácil acceso, mientras que otras cuatro más pequeñas se alcanzan por un peligroso sendero que bordea un precipicio. Para llegar a esta tebaida hay que partir de Ponferrada en dirección a Peñalba de Santiago, el pueblo situado a 20 kilómetros cuya estrecha carretera de acceso sube por una escarpada cadena de montañas. Tan cerca de una ciudad de 60.000 habitantes como Ponferrada, y la impresión de alejamiento es total. Las casas de Peñalba, de piedra y lajas de pizarra, sus tejados también de pizarra y los corredores de madera, forman un espléndido conjunto medieval sobre el que surge, en una compacta armonía, el cuerpo de la iglesia mozárabe, del siglo X. Formó parte de un monasterio desaparecido y se cree que es obra de artesanos del sur, tal vez de Córdoba. Para Jacques Fontaine, su entrada, un doble arco con columna central de acuerdo al principio visigodo, "es la más perfecta puerta de su género de todo el arte mozárabe".

En Peñalba conviene preguntar a algún vecino por el camino hacia la cueva de San Genadio, situada a un par de kilómetros y a la que se accede a pie a través del valle del Silencio. Si no hace frío, el visitante puede llevar la merienda y comer en medio del valle junto a la corriente. Dependiendo de la época, se encontrará fresas salvajes bordeando la senda, o nubes de mariposas blancas, o árboles de cerezas, nueces o castañas. Pero el encuentro más perturbador es la sensación de soledad en medio de la naturaleza, de calma entre los chopos y rumores del agua.

Cerca de Peñalba, en el pueblo de Montes, surge el armazón de un monasterio destruido por el fuego. En lo que fueron habitaciones crecen nogales y las paredes de gruesas lajas de pizarra se sostienen limpias de maleza. Cómo estos valles se convirtieron en centro espiritual en la Edad Media se explica por el aislamiento y la lejanía que inspiran, un vínculo cerrado con la naturaleza que fácilmente puede relacionarse con un sentimiento de elevación.

GUÍA PRÁCTICA

Dormir

- Hotel Medulio (987 42 28 33). Las Médulas. Con buenas vistas sobre el yacimiento, una oportunidad perdida de hotel con encanto. 43,27 euros la habitación doble.

- Agoga (987 42 28 44). Las Médulas. Casa rural con comida casera (12,60 euros el menú del día). 42 euros la habitación doble. Casa de alquiler: 150 euros el fin de semana.

- El Temple (987 41 00 58). Avenida de Portugal, 2. Ponferrada. 82 euros la habitación doble.

- Parador nacional de Villafranca del Bierzo (987 54 01 75). Avenida de Calvo Sotelo, s/n. Villafranca del Bierzo. 87,40 euros. Menú: 23,40.

Comer

- Palacio de Canedo (902 40 01 01). Iglesia, s/n. Canedo. Espléndida casona, sede de la bodega de José Luis Prada. 24 euros.

- El Padrino (987 54 00 75). Doctor Aren, 17. Villafranca del Bierzo. Comida casera. Nueve euros.

Información

- Aula arqueológica (987 42 28 48).

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