Más museos que días de lluvia
En el año 1938, cuando los nazis ya estaban aferrados al poder, en pleno vigor de las leyes racistas de Núremberg y faltando poco más de un año para iniciar la Segunda Guerra Mundial, un joven de 18 años, Helmut Neustädter, hijo de un acaudalado judío fabricante de botones, abandonaba Alemania desde la estación Zoo de Berlín. Uno de los últimos edificios que Neustädter vio desde el tren que le llevaba hacia un destino desconocido fue una construcción de corte prusiano que había sido casino militar, teatro y a veces se alquilaba para bailes.
El pasado junio las cenizas de aquel joven judío regresaron en una urna para reposar en un cementerio de su Berlín natal. Su obra artística, cientos de fotografías, inundó las salas de aquel edificio prusiano que Neustädter contemplaba 65 años atrás al despedirse de la capital alemana usurpada por los nazis. A lo largo de su vida, aquel muchacho cambió su apellido de Neustädter por el de Newton y llegó a ser uno de los fotógrafos más famosos del mundo. Antes de su muerte, en un accidente de coche el pasado 23 de enero en Los Ángeles, Helmut Newton ya había donado parte de su obra a su ciudad natal. Durante los largos años de exilio y ausencia, el fotógrafo no echaba de menos Alemania, pero sí Berlín. Su donación ha dotado a la ciudad de un nuevo museo de fotografía, inaugurado el pasado 4 de junio. Este espacio se ha sumado a la acumulación existente en la capital alemana y ha recibido ya a unos 50.000 visitantes en un mes.
La reunificación ha traído la proliferación de teatros, óperas, orquestas, museos y bibliotecas
En Potsdamer Platz hay una especie de concurso de belleza con los edificios de la flor y nata de la arquitectura
La Isla de los Museos, los millones de euros para becas, el Reichstag, el Love Parade y la Potsdamer Platz son señales del fervor cultural
En el nuevo mapa europeo Berlín está llamado a recuperar su vieja posición de encrucijada entre Europa occidental y Rusia
La frase de que Berlín cuenta con más museos que días de lluvia -hay 174-, no es un tópico sino una realidad. Entre 1996 y este año se han abierto en Berlín 24 museos. En varios casos estas donaciones, como la de Newton, se encuentran vinculadas a peripecias vitales relacionadas con la azarosa historia de Alemania y en especial de Berlín. Apenas una semana después de la inauguración del museo de Newton, Berlín concedió su 114ª ciudadanía de honor a un anciano de 90 años: Heinz Berggruen. Con lágrimas en los ojos, este hombre agradeció el hecho de ser el primer judío que ha alcanzado la ciudadanía de honor de su Berlín natal. La vida de Berggruen presenta algunos paralelismos con la de Newton. Hijo de un rico comerciante de productos de escritorio judío, Berggruen abandonó el Berlín nazi a los 22 años (en 1936). En el transcurso de su vida, Berggruen se convirtió en vendedor y coleccionista de arte y llegó a ser propietario de una fabulosa colección de pintura, con más de setenta cuadros de Pablo Picasso y otros muchos de Paul Klee y demás pintores de esa época. En 1996, Berggruen regresó a Berlín con su colección y la donó a su ciudad, donde ahora se puede contemplar en el museo que lleva el nombre de Colección Berggruen. Picasso y su época.
Ahora, la próxima colección de arte que esta ciudad alemana está a punto de recibir -en un préstamo de siete años y que se abrirá el próximo 21 de septiembre al público- se encuentra también relacionada con la trágica historia de Alemania. Por ese motivo se ha desencadenado una agria y dura polémica. Se trata de unas 2.000 obras de 150 artistas para cuya instalación Berlín ha habilitado un espacio junto al museo de arte contemporáneo, y uno de los más atractivos de la capital, la Hamburger Banhof, que alberga exposiciones y exhibe obras permanentes de creadores como Andy Warhol, Roy Lichtenstein, Joseph Beuys y otros pintores del último medio siglo. El donante de la nueva colección es Friedrich Christian Flick, un apellido legendario que hizo tristemente célebre su abuelo. ¿La razón? Las industrias del viejo Friedrich Flick fueron las mayores abastecedoras de armamento de los nazis. Muchos trabajadores forzados procedentes de los países ocupados por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial trabajaron en condiciones de casi esclavitud y dejaron sus vidas en las fábricas del abuelo del hoy donante. Al terminar la guerra, el tribunal de Núremberg condenó al viejo Flick a siete años de cárcel. Pero esto no le impidió convertirse poco después en el hombre más rico de Alemania.
La donación de Flick, una de las colecciones más grandes del mundo de arte contemporáneo, y su buena acogida por parte de las autoridades han sido como banderillas de fuego en el corazón de la comunidad judía de Berlín. Su vicepresidente Salomón Korn no vaciló en declarar que la colección está manchada de sangre que Flick trata de lavar ahora con su gesto. Un artículo del prestigioso semanario Die Zeit se refería a la disputa como "una violenta desviación de la atención sobre las insuficiencias de la desnazificación a partir de 1945". En el solemne acto de la concesión de la ciudadanía de honor de Berlín, ya mencionado, el judío Berggruen salió en defensa de Flick. Calificó la colección de "enriquecimiento para todos", y añadió: "No seamos obstinados mirando hacia atrás con anteojeras y hablando de la responsabilidad familiar por crímenes del pasado, de lavar dinero manchado con sangre. Seamos tolerantes y abiertos mirando hacia el futuro".
La huella de la historia
Newton, Berggruen, Flick son expresión de la historia reciente de Berlín, una ciudad que el filósofo Ernst Bloch definió con precisión como "en permanente devenir". Nazismo, Segunda Guerra Mundial, la división del país, la llegada del comunismo, la construcción del muro en 1961 y su caída en 1989 son los trazos más marcados de la historia de Berlín en el siglo XX. Toda esta carga histórica no podía pasar en vano y ha dejado su impronta en la ciudad. El muro cayó y hoy resulta casi imposible adivinar por dónde transcurría. Lo que el oeste llamaba muro de la vergüenza y el este muralla de protección antifascista ha quedado reducido a piedrecitas, que se venden con certificado de autenticidad en las tiendas de recuerdos cursis, y a unos restos que se guardan como monumento histórico. Un trozo de muro se ha conservado en la llamada East Side Gallery, como base para toda clase de expresión de los artistas del graffiti. Dos historiadores del arte, Axel Klausmeier y Leo Schmidt, han realizado un trabajo, casi de arqueología, tan sólo 15 años después, y publicado un libro titulado Restos y huellas del muro.
Ha desaparecido el muro de hormigón, pero queda el mental. Se habla incluso de berlineses de un lado que todavía no han pasado al otro. La existencia de dos ciudades se advierte en conductas electorales merecedoras de un profundo análisis sociológico en barrios en su día separados por el muro.
La repercusión más evidente de la división de Berlín se advierte en la duplicidad de instituciones y centros culturales. Esto supone sin duda la existencia de una enorme oferta cultural duplicada e incluso triplicada, pero al mismo tiempo un tremendo gasto cuya racionalidad se discute a la hora de aplicar los cada día más escasos recursos de una ciudad en bancarrota y endeudada hasta los tuétanos en 50.000 millones de euros, 18% de paro y un cuarto de millón de personas que viven de asistencia social. Esta penuria no impide que el presupuesto para cultura de Berlín alcanzase algo más de 384 millones de euros en 2003, subiese a 391,6 millones de euros este año, pero que bajará a 377,6 el próximo año. Por ejemplo, Berlín cuenta con tres grandes teatros de ópera: en el oeste, la Alemana (40,15 millones de subvención en 2003) y la Estatal (34,79 millones), y en el este tiene la Cómica (29,28 millones) y otras cuatro de menor rango. La oferta musical la satisfacen ocho grandes orquestas, entre las que destaca la legendaria Filarmónica, pero están registradas además diez orquestas de cámara, 880 coros y numerosos grupos musicales, que abarcan un amplio espectro desde la música barroca al tecno.
La contradicción entre ruina financiera y enorme gasto público en cultura tiene en Berlín una justificación histórica y otra económica. Berlín Oeste quedó abandonado como centro de localización industrial en los años de ciudad-isla, sitiada por un Estado comunista con perspectivas de eternidad. La nominal capital alemana era el escaparate para demostrar la superioridad de Occidente, un sumidero sin fondo para subvenciones de todo tipo, sobre todo a la cultura, pero sin perspectivas económicas para la industria. Las empresas no se establecieron en Berlín tras el final de la guerra y las pocas grandes que quedaron emigraron hacia Alemania occidental en busca de mejores ubicaciones y mercados más accesibles para sus productos. Berlín Oeste se convirtió entonces en un centro donde surgió una subcultura o contracultura juvenil con características específicas. Era el refugio de jóvenes procedentes de Alemania oriental que emigraban para evadir el servicio militar, del que estaban liberados los residentes en una ciudad sin ejército, de estudiantes y artistas en busca de becas y subvenciones del Estado. A esta emigración juvenil se unió en los años sesenta la de los llamados Gastarbeiter, los trabajadores extranjeros, turcos en su mayoría, que ocuparon el barrio de Kreuzberg, al que llamaron Pequeña Estambul, y dieron al Berlín occidental un toque multicultural. La evidencia palpable de que, en contra de los conservadores que se aferraban a sostener lo contrario, Alemania era un país de emigración. Hoy día viven en la ciudad 440.000 extranjeros de 184 países, un 13% de los 3,4 millones de habitantes de la ciudad.
Pujanza cultural
Al otro lado del muro, el Berlín Este se convirtió, por obra y gracia del régimen comunista que ignoró el estatuto de ocupación de las cuatro potencias, en "Berlín, capital de la República Democrática Alemana". La pretensión de transformarla también en un escaparate, capaz de competir con el Berlín occidental, se convirtió en obsesión de los dirigentes comunistas. En este empeño no vacilaron en rehabilitar la antes abominada herencia prusiana y dedicar gran cantidad de recursos a la cultura para así proclamar la superioridad de las fuerzas de la cultura socialista sobre la capitalista del otro lado.
A uno y otro lado del muro creció de forma exuberante una vida cultural al amparo de las generosas subvenciones. El resultado, tras la caída del muro hace quince años: proliferación de teatros, óperas, orquestas, museos y bibliotecas. Todo ello duplicado e incluso triplicado. Berlín se encontró ante el problema de reducir esa excesiva oferta cultural y tratar de utilizar las sinergias. Cada recorte, cada fusión, cada decisión en busca de una racionalidad económica en la gestión de la cultura ha significado una avalancha de protestas: desde las que trataban de defender sus puestos de trabajo en peligro a las que jugaban con el argumento de que los arrogantes occidentales, los Wessis, atropellaban y pasaban por encima de la identidad e intereses de los perdedores del Este, los Ossis. Ante esta disyuntiva, los sucesivos gobiernos de distinto color del Berlín unificado han preferido evitar el conflicto y hacer de la necesidad virtud: mantener alto, en la medida de lo posible, el gasto cultural y convertir Berlín, a falta de industria, en centro de la industria de la cultura y un polo de atracción para un turismo deseoso de consumir productos culturales.
Según datos de la Oficina Federal de Estadística, Berlín dedicó a la cultura 627,2 millones de euros el año 2001. Esto supone el 0,82% del producto interior bruto de la ciudad, 185,3 euros por habitante. Berlín es el Estado federado que más gasta por habitante en cultura, más del doble que los florecientes Estados del sur de Alemania, Baviera, con 89,5 euros, y Baden-Wurtemberg, con 87,3. El año 2002, los museos de Berlín recibieron 8.798.195 visitantes. En la clasificación de preferencias ocupa el primer lugar el clásico Museo Pérgamo, con 789.941 visitantes, en la llamada Isla de los Museos, declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad. El segundo museo más visitado es la Casa del Checkpoint Charlie, con 670.000, que ponen de manifiesto la demanda de palpar historia en ese punto donde durante cuatro décadas se tocaban en los años de guerra fría el oeste capitalista y el este comunista. Con 647.382 visitas corresponde el tercer lugar al Museo Judío, inaugurado en septiembre de 2001, diseñado por el arquitecto Daniel Libeskind.
"Aquí me quedo"
El polo cultural berlinés se ha formado por las ya expuestas razones históricas de la reunificación de los dos berlines, pero también por la existencia de unas condiciones excepcionales que facilitan la vida de los creadores de cultura. Adrienne Goehler, ex senadora (ministra) de Cultura de Berlín y actual administradora del Fondo Cultural de la Ciudad, sostiene: "Los políticos no tienen un contacto creativo con las fuerzas de la cultura, pero la crisis económica sólo se puede solucionar con la fuerza de la creatividad". La pujanza artística actual de Berlín tiene, según Goehler, su origen en el momento posterior a la caída del muro, que atrajo a muchos aventureros artísticos que dijeron: "Aquí me quedo". Para Goehler, el secreto de la pujanza de Berlín reside en la vivienda barata en relación con otras grandes capitales europeas, "aquí se puede vivir en el centro de la ciudad con un excelente sistema de transporte por poco dinero". La caída del muro dejó muchos espacios vacíos que artistas jóvenes ocuparon y transformaron en centros de creación. Alguno de ellos, como el famoso Tacheles, se ha convertido en una especie de institución engullida por el sistema y lugar de peregrinación para turistas en safari cultural. Esto ha provocado la salida de algunos de sus promotores hacia otros lugares de la ciudad.
Manfred Fischer, director del Departamento de Becas del Senado berlinés, declara que cada año "se dedican 16 millones de euros para becas, 10 los aporta el Gobierno federal y 10 el Senado de la ciudad".
Este año se fomentan, con cargo a esos fondos, 368 proyectos y 91 artistas individuales. Explica Fischer que para la concesión de las becas carece de relevancia la nacionalidad del solicitante, "no sabemos cuántos son extranjeros o alemanes. Lo decisivo para la concesión de la beca es la calidad artística y no la nacionalidad".
En el intento de convertir a Berlín en polo de atracción cultural destacan los grandes acontecimientos que de forma esporádica se producen en la capital alemana. Un hito espectacular lo constituyó en 1995 la cobertura del Reichstag, con la gigantesca instalación que realizó la pareja Christo y su mujer Jeanne Claude. Desde el pasado 20 de febrero se celebra otro acontecimiento de atracción masiva: la exposición en Berlín de más de doscientas de las mejores obras del Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York. La exposición, El MOMA en Berlín, está prevista hasta el próximo 19 de septiembre. Katharina von Chlebowski, la portavoz de la exposición, declaró que hasta el pasado 7 de julio ya la habían visitado 705.000 personas. Esto supera la cifra de 700.000 prevista hasta el final del periodo de exhibición. El promedio diario de visitantes asciende a unos 5.500.
Como citas masivas obligadas destaca en Berlín el Love Parade (desfile del amor), la concentración de música tecno que llegó a concentrar hace años hasta un millón de personas, pero que el pasado no llegó al medio millón. Este año no se celebra por discrepancias a la hora de conseguir subvenciones. Heinz Buri, comisionado de cultura en la Oficina de Mercadotecnia de Turismo de Berlín, destaca que el festival de homosexuales y lesbianas Christopher Day Street adquiere cada año un papel más importante por encima del Love Parade. En la estrategia turística de Berlín destaca Buri la importancia de atraer a la ciudad a los homosexuales, "un grupo muy interesante porque dispone de mucho dinero y lo gastan en la cultura y el placer. Desde hace cinco o seis años tratamos de atraer a grupos de homosexuales y lesbianas".
Centro de Europa
La confrontación Este-Oeste no desapareció con la caída del muro. Incluso puede decirse que este hecho histórico desencadenó el deseo de demostrar la superioridad del sistema capitalista sobre la ruina histórica del llamado socialismo real. En ningún espacio de Berlín se plasma de forma más palpable esa prepotencia de la parte occidental que en el nuevo centro de la capital surgido de la nada, sobre lo que en los días del muro era una tierra de nadie sembrada de minas: la Potsdamer Platz. En una especie de concurso internacional de belleza concurrieron allí la flor y nata de la arquitectura mundial. Los Hans Kollhof, Renzo Piano, Helmut Jahn, Arata Isozaki y el español Rafael Moneo dejaron allí su huella y levantaron en menos de 15 años una especie de Minimanhattan, con algunos edificios de discutible belleza individual, pero con el resultado de un apabullante complejo que invita más bien a la huida que al disfrute del nuevo espacio surgido como nudo de enlace entre los dos berlines.
En esta permanente lucha con su identidad, Berlín trata de convertirse en el nuevo centro de la Europa ampliada hacia el este con la entrada de los nuevos países. Al trasladarse la capital de Bonn a Berlín los defensores de la pequeña ciudad en Alemania que describió en su novela John Le Carré argumentaban con sorna: "La diferencia es que Bonn está a 500 kilómetros de París y Berlín a 500 de Varsovia". Cuenta la leyenda que el viejo canciller Konrad Adenauer, cada vez que tenía que viajar a Berlín, decía: "Vamos a la estepa". En el nuevo mapa europeo Berlín está llamado a recuperar su vieja posición, anterior a la guerra mundial, de encrucijada entre Europa occidental y Rusia. Berlín ha despejado, al menos por ahora, los temores sobre si podría llegar a convertirse en la capital de una Alemania con ambiciones neoimperialistas. El ex ministro federal de Cultura y hoy director del semanario Die Zeit, Michael Naumann, define la nueva posición de Berlín a sólo 50 kilómetros de la abierta frontera con Polonia: "La capital marca ahora de nuevo el centro de Europa. En las calles se oyen más frases en lenguas eslavas, inglés o español que los acentos bávaro o suabo. Para el este de Europa, Berlín es el primer punto fijo del oeste. Para el oeste, el lugar de cruce hacia el este. En ambos papeles está decidido el futuro cultural y económico de la ciudad: metrópoli de servicios y laboratorio urbano intelectual de la nueva Europa".
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