Más de 30.000 personas disfrutan en Pirineos Sur
Natacha Atlas, Dissidenten y KeltiÁfrica clausuran la decimotercera edición del Festival, centrada este año en los sonidos del Sahel, y en la que han actuado desde Cesaria Evora y Boubacar Traore hasta Paco de Lucía.
No pudo terminar a la altura de su prestigio. Tres semanas de música intensa se clausuraron con una noche un tanto anodina, en programa doble con Dissidenten y Natacha Atlas, y un final para olvidar por culpa de ese fallido proyecto que se presenta con el nombre de KeltiÁfrica. Las programaciones de los festivales tienen estas cosas. Nada, sin embargo, que empañe la decimotercera edición de un acontecimiento que, a veces, más parece un milagro que un festival. Porque no está claro cómo hacer subir hasta el auditorio de Lanuza, a orillas de un embalse a 1.400 metros de altura, a dos o tres mil personas. Ahí queda la proeza de atraer a cuatro mil quinientas la noche de Paco de Lucía -se agotaron las entradas para su único concierto en Aragón-. Hay que recordar que la ciudad más cercana, Huesca, se encuentra a casi 90 kilómetros.
El festival es una referencia imprescindible de las músicas más interesantes del planeta
El trío berlinés Dissidenten, hijo del rock progresivo alemán y pionero en el potaje de los llamados ritmos étnicos o las denominadas músicas del mundo, ya estuvo en Pirineos Sur en 1996. Esta vez venían a apagar un fuego: la ausencia repentina de los libaneses Soap Kills. Cinco días antes, Dissidenten había estrenado en Pamplona, en compañía de coral y orquesta, su ópera audiovisual La memoria de las aguas, cuyo protagonista es el Danubio en su viaje por casi tres mil kilómetros desde su nacimiento en la Selva Negra hasta el mar Negro. No les supuso mayores dificultades a los miembros de Dissidenten (Uve Müllrich, Friedo Josch, Marlon Klein, Manickam Yogeswaran -el músico tamil que compuso el tema central de Eyes wide shut, la película de Kubrick- y Esther Bertram) volver a ponerse su traje de faena habitual. Son más de veinte años en la carretera -desde que los recibió en su palacio un marajá o visitaron a Paul Bowles en Tánger-: rodaje más que suficiente para cumplir con cualquier imprevisto. Tiraron del repertorio que han ido construyendo durante sus viajes -Jungle book, Germanistan mo, una nueva versión de Fata Morgana-.
Müllrich dijo que "el festival es muy especial, y el lugar, apacible", recordando la presencia de Dissidenten en eventos menos bucólicos como el de Glastonbury. Prueba de que no estaba dando coba es que se quedó un par de días disfrutando del buen ambiente. También Natacha Atlas conocía el siempre impactante escenario de Lanuza. Estuvo un año antes, en el 95, como cantante y bailarina del colectivo londinense Transglobal Underground. Su actuación no respondió a lo que se escucha en discos como Something dangerous, que mezclan con gracia lo oriental y lo occidental, la referencia constante a Oum Kalsoum -la gran diva egipcia- y las programaciones electrónicas. Ni su forma de cantar ni siquiera los contoneos de su vientre danzarín despertaron grandes pasiones. Parece peligrosamente estancada en una mezcla que fue transgresora en su día.
De fiasco puede tildarse el espectáculo ofrecido por KeltiÁfrica. Y no porque a última hora se descolgase Papa Wemba, que también, sino porque no respondió a las expectativas. Por reducidas que éstas fueran. Papa Wemba, anunciado en el cartel junto a Los Tambores del Congo y el gaitero bretón Bruno Le Rouzic, hizo bien en borrarse. Por si no tuviera bastante con sus problemas con la justicia -se encuentra en libertad bajo fianza por su presunta participación en el tráfico ilegal de inmigrantes africanos a Europa- sólo le faltaba arruinar su reputación musical participando en directo en un proyecto tan anodino.
La inesperada ausencia de la estrella de la rumba congoleña fue el preludio de la debacle musical de estos africanos, antillanos y franceses que tocan desde el balafón o el djembé hasta la zanfoña o la gaita escocesa. Incluso un didgeridoo, largo tubo por el que soplan los aborígenes australianos y del que sale un zumbido característico. Quedó claro que no bastan las buenas intenciones. La voluntariosa idea de Didier Guyot de intentar hallar los puntos de encuentro entre las músicas de África central y occidental y las de Irlanda o Escocia conduce a un resultado pobre. En la presentación del concierto comentaron que, para crear en la música, hay que arriesgarse y experimentar. Lo compararon con la cocina. El problema es que el método Ferran Adrià no funciona para KeltiÁfrica. Se necesita mucho talento para sacar adelante una historia como ésta, y no es el caso.
La decimotercera edición de Pirineos Sur, cuyo camello de tres jorobas diseñó esta vez para los carteles Peret, a partir de unas llaves y unas arandelas, ha estado dedicada al Sahel, la música de las fronteras. Sonidos de esa gran franja fronteriza entre el Sáhara y el África negra que cruza países como Mauritania, Malí o Senegal. Desde el 9 de julio y hasta el sábado, alrededor de 32.500 espectadores han disfrutado momentos intensos con Cesaria Evora, Ojos de Brujo, Macaco, Paco de Lucía, la Orquesta Baobab, Boubacar Traoré, el vibrante hip hop senegalés de los grupos Daara J, Positive Black Soul y Djoloff o el blues del desierto traído hasta el valle de Tena por los malienses Afel Bocoum, Habib Koite y Tartit. Pirineos Sur se ha hermanado con otros dos festivales, La Mar de Músicas, con el que ha compartido la producción del espectáculo El tango del siglo XXI y Les nuits atypiques de Langon, en Francia, con el que ha colaborado para Pascual Gallo y Flamencos de Aragón. Hoy, Lanuza, abandonado por sus habitantes cuando se construyó el embalse y que a punto estuvo de desaparecer bajo las aguas, ha dejado de ser un pueblo fantasma y sus casas de piedra están siendo restauradas. Y Pirineos Sur es una referencia imprescindible de las músicas más interesantes del planeta.
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