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Columna
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Si hoy es sábado, esto es Glasgow

La vida y su fluir. Especialmente bella y densa en los tiempos que nos damos para contemplarla. Escasos tiempos, secuestrada la Mirada en los altos vuelos del trabajo, la competencia y la quimera del éxito. Pero cuando paramos el reloj de las futilezas, esas que nos hemos inventado para llenar la vida de simulacros, y nos dedicamos un ratito, lo profundo emerge a la superficie ávido de mostrarse. Sí. Lo profundo son ellos, los nuestros, esas vidas diminutas que atolondran el espacio que ocupamos, sus miles de preguntas, sus vaivenes de emociones, su alegría desbordante, su prisa por vivir. Sus escasos años de locos bajitos, arrastrando nuestros pesados cuerpos al punto central de la conciencia. ¡Ei! ¡Que estamos aqui! Y no sólo reclaman comida y ropa y amor inconsciente y buena escuela. Reclaman un tiempo propio donde el verbo convivir no se conjugue con prisas. Su tiempo.

Diría que entra el sol por la ventana de la casa Georgiana que me acoge. Pero este hotelito del centro de Glasgow no contempla tanto privilegio. ¿Existe el sol en Escocia? Entra un hilo roto de luz, escapado a la voracidad de las nubes, y siento nostalgia mediterránea. Hace ya una semana que llegamos a esta tierra húmeda, y julio desapareció del calendario, como abducido, transportado a un clima que no es nuestro otoño, ni nuestro invierno, pero de ninguna manera es verano. Sin embargo, los paisajes que hemos contemplado, arco iris de verde, rojo y amarillo, ¿habrían sido tan bellos con otra luz? El sol tamizado es un filtro de colores y melodías, como una lente fotográfica precisa. Acabaremos amando el gris, pero sólo un tiempecito, que los que estamos heridos de sol padecemos su síndrome de abstinencia. ¡Cómo es de pesante el cielo sin sol! Incluso siendo espléndido.

Vacaciones. Es decir, el lujo del tiempo. Tiempo para estar juntos y recordarnos nuestras manías, nuestros gustos, nuestras pequeñeces. Tiempo para reír con tu risa de cuatro años, mi pequena Ada, ardillita revoltosa e inquieta. Tiempo para ti, Sira, que te nos escapas de las manos, tus veintitantos, tu vida ya sin nosotros y, sin embargo, nuestra necesidad de ti. Tiempo para esa locura de energía e inquietud que son tus 12 años, medio niño, medio adolescente, a ratos tan maduro que superas el listón, a ratos retornado a la infancia, como si te doliera, Noe, como si te doliera dejar de ser niño... Y tiempo para ti, mi amor, recuperada la laxitud de los besos sin reloj, las caricias a cualquier hora, el universo mágico de toditas nuestras pequeñas cosas, tú y yo, mucho más que dos, habitantes de un planeta bello creado el día en que nos conocimos. Si supieras lo que estoy escribiendo, me dirias: "¡Qué extrana pareja, la nuestra!", "¡qué extraña pareja feliz!".

Pero duermes plácidamente y el ritmo de tu sueño se funde con su ritmo, las tres almitas que descansan en la estancia vecina, y contemplándoos, a vosotros, mi familia, siento esa punzada de miedo y alegría, que es la punzada de la felicidad.

No creo que la felicidad sea un momento vivido, una experiencia, una emoción, ese instante fugaz que Joan Vinyoli convirtió en la esencia de la vida: "La vida val només / per un instant / d'intensa felicitat / que no podem fer nostre / ni retenir gaire estona". Creo que la felicidad es la capacidad de contemplarla. Más gramática que abstracción, más lenguaje que decorado. Cómo nos relacionamos con la vida, cómo le hablamos, a qué damos importancia, qué nos paramos a contemplar, a saborear... Ahí reside la grandeza de lo pequeño, y es ahí también donde lo que pareció grande, en los tiempos locos de nuestra agenda repleta de ilustres compromisos, pasa a ser arena del reloj invertido. Pasa a ser nada. La vana vanidad...

Me dirán que me pongo filosófica y no puedo sino ruborizarme por tamaña osadía. Perdonen ustedes. Es este tiempecito escocés que me pasea el ánimo entre nubes y lluvias y me punza la nostalgia. Pero no quiero engañarles. Cuando se despierten los míos esto va a ser un cafarnaum de voces e ideas alocadas, y todos nos mezclaremos con todos, ávidos de comernos las maravillas que la ciudad nos esconde, inconscientes y alegres, vestidos con nuestras mejores galas de turistas en vacaciones. Y no tendremos nada de filósofos, sino todo de puros aprendices de personitas curiosas e inquietas. No hay nada más ingenuo que un turista.

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Felices vacaciones, mis queridos míos, ustedes, los amigos, conocidos, saludados y otras lindas especies. Deseo que rompan la tiránica barrera del tiempo, y lo moldeen a su gusto. Que el sol les brille en la maleta y puedan hacer el amor en todos los balcones. Deseo que puedan colgar una agenda vacía en el comedor de casa y que sea el lápiz del ocio el que rellene las horas y marque las tareas. Les deseo con los suyos, saciadas las querencias, ávidos del amor que se tienen, reencontrados en un tiempo propio que no es de nadie, sino de ustedes. Luchen por él. Peleen, arañen, muerdan por tener su tiempo.

Y, conquistado el tiempo, mis queridos míos, disfrútenlo.

www.pilarrahola.com

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