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Cerca del cielo

El pasado 3 de julio, en Lleida, cuando empezó a intuirse que el grueso de los asistentes al 24º congreso de Esquerra Republicana de Catalunya no estaban por la labor de renunciar al asamblearismo y hacer, así, la vida más fácil a sus dirigentes, uno de éstos -de los más orgánicos, de los que mueven las palancas en la sala de máquinas- tuvo ante este articulista un rapto de sinceridad: "a mí, de mayor, lo que verdaderamente me gustaría es estar en un buen partido socialdemócrata; y, a ser posible, con homologación internacional". No, mi interlocutor independentista no estaba anunciando un cambio de chaqueta ideológica, sólo expresaba su sentido anhelo de un partido previsible, bien engrasado, obediente a la cúpula, gubernamental, sin grandes dilemas doctrinales y provisto de buenos padrinazgos exteriores.

Este último fin de semana de julio, la clase de partido por el que suspiraba aquel alto responsable de ERC ha desplegado en Barcelona todos sus atributos. Pese a los rituales llamamientos a evitar la autocomplacencia, lo cierto es que el 10º congreso del Partit dels Socialistes ha sido el de la euforia y la plenitud; en los principales discursos, las palabras más repetidas fueron "celebración", "orgullosos", "contentos" o "satisfacción", y abundaron los asertos del tipo "hemos alcanzado con creces todos los objetivos", "somos el espejo más completo de la sociedad catalana", "un partido tan ben parit como éste", "el partido más diverso y también el más divertido...". Bien cierto es que las cifras alimentan el triunfalismo: con 3 eurodiputados, un ministro, 21 diputados al Congreso y 10 senadores, la presidencia de la Generalitat, 8 consejerías y 42 escaños en el Parlamento catalán, 222 alcaldes, 2.281 concejales, la presidencia de la Diputación de Barcelona, 50 diputados provinciales, 11 presidentes y 304 miembros en los consejos comarcales, etcétera, el PSC acumula más poder y más representación de los que ha tenido nunca nadie en la Cataluña democrática. Y, tres días antes de la apertura congresual, he aquí que el hijo pródigo Pepe Borrell es elegido presidente del Parlamento Europeo. ¡Menuda guinda, aunque fuese gracias a los votos de la denostada derecha!

Es a la luz de este agudo sentimiento de partido ganador al que ya nada se le resiste, de vivir "el inicio del mejor periodo de nuestra historia" y a la vez "el mejor momento del socialismo español desde su fundación en 1879" (ambas frases son de Maragall), como deben interpretarse algunos rasgos y episodios de la reciente asamblea. Por ejemplo, la insólita unanimidad de los 1.154 delegados aprobando como un regimiento prusiano el informe de gestión presentado por José Montilla, cuya oratoria de hielo fue premiada, además, con fervorosos aplausos. O bien la sorprendente facilidad con que una propuesta de la que el propio presidente Maragall había hecho bandera -la recuperación del grupo parlamentario propio en la carrera de San Jerónimo- fue neutralizada por el aparato, que la ha devuelto al limbo donde se hallaba desde 1982. O, incluso, lo barato que le costó al PSOE escenificar la superación de sus recientes desencuentros con el PSC: algunos halagos y unas cuantas invocaciones a "la España plural" que, en boca de José Blanco y de Manuel Chaves, sonaban francamente tópicos y banales. Sobre la reforma constitucional, el congreso no formuló ninguna demanda concreta.

Sí, decididamente, la dirección del socialismo catalán ha realizado su cónclave bajo el síndrome de quien se halla en la cresta de la ola, con la sartén por el mango y libre de cualquier cautela preelectoral. Un síntoma de esa embriaguez de éxito fue la visualización sin tapujos, a la hora de elegir a la nueva ejecutiva, de dónde y en quién reside el poder orgánico; José Montilla, Miquel Iceta, Pasqual Maragall, Manuela de Madre, José Zaragoza, Joan Ferran: tales fueron los seis nombres más votados, y por este orden. Otro síntoma, otra señal de la seguridad en sí mismos que han adquirido los que fueron capitanes, es el aclamado retorno a la cúpula de Josep Maria Sala; pero es también un síntoma inquietante. Porque si, en clave interna, la reparación al hombre de Filesa constituye un loable acto de desagravio hacia quien cargó con responsabilidades que eran del colectivo, de puertas afuera es un corte de mangas a la ejemplaridad social que las grandes fuerzas políticas deben proyectar, y además contradice la doctrina que los mismos socialistas han defendido ante otros casos de financiación irregular de partidos. "Era ahora o nunca", trataba de justificar otro miembro de la ejecutiva en cuanto se supo la repesca de Sala. De acuerdo, pero, ¿no hubiese sido más estético dejarla para nunca? "Política vol dir pedagogia", escribió el socialista Rafael Campalans.

No crean, sin embargo, que la inopinada reaparición de Josep Maria Sala haya emborronado la imagen que la dirigencia del PSC tiene de sí misma y de su tarea. De hecho, y dejando al margen las monsergas de cierta prensa hipercrítica, el 10º congreso salió a pedir de boca, el ingenioso telepronter que permite a José Montilla leer sus discursos sin mirar al atril y sin saltarse ni una tilde funcionó como una seda, y el único fallo reconocido por la organización fue el del sistema de aire acondicionado del recinto.

En resumen, y para decirlo con una expresión castiza, a los socialistas catalanes les ha venido Dios a ver. ¿Será ello suficiente para otorgarles la anhelada centralidad y convertirles en herederos naturales del pujolismo? De momento, ya han logrado que a su primer congreso en el poder acudieran como invitados desde el presidente de Gas Natural, Antoni Brufau, hasta el delegado de la Coordinadora de Trabucaires de Catalunya, Antoni Moliné. Para empezar, no está nada mal.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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