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Columna
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Papeles perdidos

Si hacemos caso a lo ocurrido estos últimos días, podemos llegar a la conclusión de que en este mundo unos van perdiendo los papeles para que otros se los encuentren. Y lo de perder los papeles no es en sentido figurado, sino tan literal como la vida misma. Primero fue la maleta llena de recuerdos, documentos y grabaciones inéditas de los Beatles. Resulta que un turista inglés pasea por casualidad por un mercadillo, de Australia nada menos, y se encapricha de una maleta corriente y vieja que ya debía de andar rodando de un país a otro desde los años setenta. Regatea con el dueño, la compra. Y al abrirla, de su interior sale una vaharada de fama y dinero, que lo envuelve. De hecho, este hallazgo saca al turista del anonimato y hasta es probable que le haga millonario. Pues bien, si esta historia en lugar de ser real fuese ficción ya habría algún listillo por ahí poniendo pegas al argumento, preguntándose por ejemplo por qué el del mercadillo, alguien acostumbrado a darle un precio a cualquier objeto descascarillado y a arrancarle posibilidades hasta a un paraguas roto, no se interesó por el valor que podría tener el llamativo contenido de la maleta. Extraña que no se le ocurriera vender los discos de vinilo por un lado, las fotos por otro y así sucesivamente. Y en este orden de cosas, al listillo podría rondarle por la cabeza la duda de qué le habría llamado la atención al turista de aquella maleta costrosa, donde no es verosímil que a nadie, por cutre que sea, se le ocurriría guardar su ropa.

Y de ser cierto todo esto, detrás de esta peripecia se esconde otra mejor, el periplo de la dichosa maleta durante tantos años, los lugares por los que viajó, las manos por las que pasó, los cientos de ojos que no supieron ver lo que había dentro hasta que llegó el elegido. Quizá tengamos que leer esta noticia en clave de cuento de hadas, donde lo importante no es lo que se dice, sino lo que se quiere decir y que ya nos dejó escrito Poe: hay que contemplar lo evidente.

El otro descubrimiento es, si cabe, más sorprendente todavía. Se trata de esos documentos supersecretos sobre la seguridad y puntos más vulnerables en caso de ataques terroristas del aeropuerto de Heathrow en Londres. Resulta que estos papeles, elaborados por Scotland Yard, se los encuentra un ciudadano cualquiera tirados en una cuneta junto a la carretera. El ciudadano los ve cuando acude con su coche a una gasolinera cercana al aeropuerto. De ser ficción, el listillo frunciría el ceño. En primer lugar, porque una cuneta es un lugar muy peregrino, sin credibilidad narrativa, para que alguien encuentre tales documentos comprometedores, que posiblemente será el arranque de una historia de espionaje, traición y mentiras. Pero, sobre todo, nadie se creería que en medio de la noche, momento en que suceden los hechos, un hombre de negocios, como se describe al ciudadano, que con toda probabilidad llega agotado de un viaje de trabajo, repare en unos folios esparcidos entre las sombras de la cuneta y que llamen tanto su atención que se aproxime a ellos, y que a esas horas se agache y los recoja y los lea, cuando lo normal sería estar pendiente de la manguera de la gasolina, de pagar y de largarse corriendo a casa. Pero de ser cierta la historia, detrás de ella se esconde otra más humana, la de qué estaban haciendo los policías en aquella cuneta como para perder los papeles y el sentido de la responsabilidad.

Y yo a veces me preocupo porque se me olviden por ahí las gafas de sol o las llaves, cuando hasta en el centro nuclear de Los Álamos, en Estados Unidos, desaparecen dos discos con datos tan reservados que han tenido que suspenderse las investigaciones comprometidas por tal información. Es mejor no imaginarse qué investigaciones serán esas por cuanto de estas inseguras instalaciones salió la primera bomba atómica. Como vamos comprobando, cada país pierde los secretos a su manera, en Inglaterra en soporte de papel top secret y en la clandestinidad de la noche; y en Estados Unidos en versión informática y en un escenario donde haría falta que Sylvester Stallone entrara a poner orden. ¿Nos llegaremos a enterar algún día de quién encontró los discos? Inquietante verano éste de pérdidas y hallazgos. Desde que sé todo esto ya no paso indiferente ante los contenedores de la esquina, destinados al papel y el cartón. Paso con la sensación de que entre sus fauces hay atrapado algún tesoro, algún manuscrito maravilloso que alguien tiró por descuido, un manojo de cartas de amor o de odio. Ahora paso por ellos sabiendo que dejo atrás algún valioso secreto.

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