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La asamblea feliz

Contemplado con cierta perspectiva histórica, el caso resulta bien paradójico. Aquello que el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), la formación política forjada en la dura fragua del franquismo, la que en las postrimerías de éste parecía aunar "las fuerzas del trabajo y las de la cultura" en un bloque histórico imbatible, aquello que el partido por antonomasia de los años 60 y 70 no logró -esto es, alcanzar el gobierno catalán- lo ha conseguido esa estructura de apariencia híbrida, frágil, modesta y polícroma que es Iniciativa per Catalunya Verds. Más aún: la soberanía orgánica y política respecto del Partido Comunista de España, un objetivo que al PSUC le costó sangre, sudor y lágrimas sin alcanzarlo nunca del todo, es hoy para Iniciativa en su relación con Izquierda Unida un dato de la realidad que ya nadie discute, e incluso un modelo imitado por Ezquer Batua en Euskadi. De hecho, fue un Gaspar Llamazares al que cabe imaginar sanamente envidioso quien, hace dos semanas, describió la 8ª asamblea nacional de ICV como "una asamblea feliz".

Aunque poco usado en política, el concepto de felicidad resume bastante bien la atmósfera del congreso con el que Iniciativa quiso conjurar sus fantasmas familiares, desde la crisis del PSUC en 1981 a la ruptura interna de 1997, desde la amenaza del extraparlamentarismo al riesgo de dilución en el espacio socialista, algo que tantos dieron por hecho cinco o seis años atrás. Frente a aquellos traumas y peligros, los pasados días 9, 10 y 11 hubo en Montjuïc placidez, balances autocomplacientes ("tenemos todos los planetas en línea", exclamó un delegado), enmiendas de terciopelo y votaciones de esas que, antes del reinado de la corrección política, hubiéramos adjetivado de "búlgaras" (el informe de gestión, por ejemplo, fue aprobado con el 99,1% a favor). Se precisaba un sismógrafo muy sensible para detectar, en los textos y las intervenciones, cierta tensión latente entre la genealogía obrerista y el horizonte ecologista -entre el perfil rojo y el perfil verde- de ICV, o bien entre las actitudes más soberanistas o confederalistas de unos sectores de la militancia y los reflejos más jacobino-leninistas de otros.

Además de celebrar la notable mejora de su score electoral a lo largo del último bienio y de exhibir el incremento de presencia institucional que ello ha supuesto (para recogerla de modo exhaustivo se precisa ya un volumen de 135 páginas), la asamblea de Iniciativa culminó el espectacular proceso de renovación y rejuvenecimiento de liderazgos de la "izquierda verde nacional", ese proceso que ha tenido sus exponentes más notorios y logrados en los dos últimos cabezas de cartel electoral -Joan Herrera en las generales y Raül Romeva en las europeas-, pero que alcanza también a los 250 miembros de la comisión política nacional (ahora, consejo nacional) y -en menor medida- a la ejecutiva y la secretaría política.

Ahora bien, si relevar a personas sin hacer estropicio es siempre un reto difícil para cualquier partido, resulta aún mucho más complejo metamorfosear la propia cultura política y el discurso que de ella se deriva, sustituir tanto los latiguillos ideológicos como los referentes internacionales, y hacerlo sin pagar el peaje de una crisis devastadora, de una refundación desde las cenizas. Los anglosajones aconsejan no cambiar de caballo en mitad del río, pero lo cierto es que Iniciativa per Catalunya Verds lo hizo, y ha conseguido llegar a la otra orilla sin ahogarse. Quienes acumulamos cierta veteranía en materia de observación congresual recordamos los tiempos en que, para el último PSUC o la primera Iniciativa, los invitados extranjeros más agasajados eran la rama piamontesa del Partito Comunista Italiano y la Liga de los Comunistas de Eslovenia, luego el Partito Democratico di Sinistra, el Partido dos Trabalhadores brasileño... El otro domingo, las grandes ovaciones de la asamblea se las llevaron -a pesar de su rudimentario o nulo español- los representantes de los partidos verdes de Alemania, Austria, Noruega, Escocia y Francia, que configuran la nueva familia europea de ICV.

El mérito mayor de esta transmutación, sin embargo, es que se ha hecho sin amputaciones cruentas, sin renegar del pasado, sin perder el alma ni los sentimientos. De la persistencia de éstos dio fe el emotivo homenaje que la asamblea dedicó a Manolo Vázquez Montalbán y a Miquel Martí i Pol. En cuanto al alma, al espíritu reivindicativo, radical, transformador, no acomodaticio, basta ver la aprobación casi unánime de 23 resoluciones contrarias al déficit cero, a las deslocalizaciones industriales, a la precariedad laboral, al Cuarto Cinturón, a la Ley de Extranjería, etcétera.

Joan Saura -que, el pasado invierno, se ganó en momentos críticos la condición de seny del flamante tripartito catalán- enfatizó en sus intervenciones ante el plenario dos mensajes: la organización debe evitar institucionalizarse, gubernamentalizarse, recluirse en los despachos del poder, convertirse en un mero satélite del PSC (esto último no lo dijo Saura, pero figuraba en el enunciado de algunas enmiendas); e ICV no tiene por qué resignarse a un papel de perpetua minoría crítica, puede aspirar a crecer territorial y socialmente, a ser una fuerza mayoritaria, sin autolimitaciones ni complejos. Que ese potencial de crecimiento existe lo demuestran los 338 municipios catalanes (un tercio del total) donde Iniciativa obtiene el 4% o más de los votos sin poseer presencia organizada ni haber presentado nunca candidaturas locales. No obstante, tan legítima aspiración abre un interrogante: ¿puede cada una de las tres sedicentes izquierdas catalanas (PSC, ERC e ICV) crecer sin que ello redunde en detrimento de las otras? Si en las dos últimas citas con las urnas el sufragio acumulado de izquierdas ya superó el 61% del total, ¿será la Cataluña de 2007-2008 un país con el 70% o el 75% de votantes izquierdistas?

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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