_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Turista

Tengo un amigo de la infancia que es muy turista. Soltero sin hijos, tuvo en tiempos una novia, pero desde que ella le abandonó por un líder sindical, decidió que su vida sería viajar y viajar, rodar y rodar por ese mundo adelante; mundo ya sin duda pequeño para él de tanto que lo ha visitado y acometido.

Mi amigo, que es algo pudiente, recorrió toda Europa ya en los años setenta, desde el cabo Norte hasta la isla de Malta. Tuvo incluso un amor en Sicilia: una maestra de Turingia que compartía su pasión con un tunecino. Luego mi compañero de pupitre estuvo en los países del Este cuando casi nadie iba por allí, pasó temporadas en Moscú y fue de los primeros en aparecer en China, tras el deshielo. América Latina, en bloque, tiene pocos secretos para él, país por país, y menos aún USA y Canadá, que ya le aburren. En los ochenta viajó a Nueva Zelanda, Australia y Tahití, y en los noventa remató el resto de Oceanía, y a la vuelta me recomendó Papúa-Nueva Guinea. Con relación a África, su continente predilecto, mi amigo va en años alternos, y con eso le llega para saber de qué va el Chad, Angola (incluso en guerra), Somalia o el arcaico Madagascar. Añadiré que este hombre es de los pocos españoles que conoce Tayikistán y que se mueve por Mongolia y la India como Pedro por su casa. No olvidaré decir que tuvo otra novia en Bangkok: una ácrata iraní.

Ayer le pregunté al gran viajero por sus planes para este verano y me dijo que se quedaba en Valencia y que todo lo que iba a hacer, y me lo contó con gran emoción, era ir la playa de la Malva-rosa en hora temprana o tardía, cuando hay menos gente. Leer allí un libro bajo el sol y la sombrilla, muy cerca del mar, y luego otro libro porque no hay veraneo más cultural. Luego mi amigo me dijo que no existe mayor belleza, ni mayor verdad incluso, que esa triple franja de colores que levantan cada día el dorado de la arena, el azul del mar y ese otro azul misterioso que surge por encima de la línea del horizonte. Tres colores eternos, dice mi amigo, que está como loco con su descubrimiento.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_