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Columna
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Habas cocidas

A tres años y tres meses de cárcel han sentenciado en Augsburgo a Max Strauss. Por donde ha navegado ese cuarentón centroeuropeo, hay una línea de flotación en la que se junta la política con los negocios. Un amasijo peligroso que abre vías de agua hasta en el casco del buque más resistente. A Max Strauss se le acusaba de defraudar a la hacienda pública una cantidad considerable de millones. Max es un personaje notorio por ser hijo del político conservador Franz Josef Strauss, ya desaparecido, que fue durante décadas el todopoderoso presidente del gobierno del Estado libre de Baviera. En Baviera se respira por doquier la tradición católica y la alegría de la cerveza, como se respira pulcritud y respeto en la conservación de su patrimonio cultural y natural. Menos respeto merecen en Baviera los turbios negocios del hijo de Strauss, aunque su abogado defensor apele a una revisión de la sentencia a la que califica poco más o menos de cavernícola. A cualquier lector interesado por cuanto ocurre en nuestro entorno europeo, historias como la de los Strauss le traen el recuerdo de las habas domésticas que se cuecen en las comarcas norteñas valencianas. En las habas y en Roldán acaba por pensar cualquiera, que estos días ande por Centroeuropa. Los titulares de primera página y la actualidad televisiva se abre con la detención en París de Ludwig-Holger Pfahls, otro bávaro y militante de la Unión Cristiano Social de Baviera, el partido de Strauss padre. Cuando se pronuncia su nombre, a cualquier hispano se le puede retorcer la lengua como se nos retorcería el ánimo tal y como nos íbamos enterando, hace unos cuantos años, de los desmanes de Roldán. El tal Ludwig era secretario de Estado e intervino en la compraventa de tanques y otros juguetes bélicos de ternura sin par, y en tan lucrativo negocio aceptó sobornos y evadió impuestos. Se le abrió una investigación para tratar de ver qué es lo que estaba pasando, y el mencionado Pfahls desapareció de la escena y pasó a la clandestinidad con un montón de millones. Eso fue allá por 1999, y desapareció en Yakarta, en la lejana Indonesia, que tenía el hombre, como tuvo Roldán, una pecaminosa inclinación hacia el Lejano Oriente. Al parecer el negocio de los tanques le había proporcionado un aumento de casi dos millones de euros en sus cuentas. Habas de las que tendrá que rendir cuenta ante la justicia. Habas que aparecen por doquier cuando los negocios y la política están en la misma línea de flotación en Baviera, en Castellón o en Kualalumpur. Esas habas nada tienen que ver con la leguminosa comestible con fruto en vaina, cuyas semillas sembramos en octubre, cuya tierna cosecha, apenas apunta la primavera, se utiliza para preparar las tortillas que se degustan en la capital de La Plana el día grande de su romería. Esas habas merecen todo nuestro respeto. Las habas de quienes mezclan la política con los negocios privados, son las que cuecen en todas partes, y su cocción origina no poco malestar en el vecindario. De ahí que intervengan los fiscales del Estado y los tribunales de oficio. Y por eso, y dentro de lo que cabe, es normal que la saga familiar, como la de los Strauss, de tintes políticos conservadores y claros negocios privados que sienta sus reales en la provincial Diputación de Castellón, ande entre togas y procesos. Las habas tratadas con productos fitosanitarios tienen mal gusto, eso lo sabe el vecindario, y lo debería de saber el presidente de la Diputación, Carlos Fabra. Un mal gusto sin fronteras, como pueden constatar estos días nuestros conciudadanos europeos.

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